Arte Sacro
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  • jueves, 2 de mayo de 2024
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Las reconfortadoras manos del Señor (A la memoria de Mariluz Sáez). Javier Ramos Sáez.


 Ha pasado en el tiempo una semana especial en la ciudad de Sevilla, intrínsecamente especial por tres motivos.

El primero, por ser la semana más grande de nuestra ciudad donde el suelo se ha transformado en sendero de la Pasión de Cristo, donde cada recodo y angosto espacio ha sido visto desde una perspectiva más intimista.

Segundo, por las condiciones climatológicas que nos impidieron ver auténticos testimonios de fe viva en las cofradías radicadas en los barrios más lejanos, y en las más céntricas, la historia y la raigambre de nuestra ciudad se quedó sin sus fieles testigos y compañeras de infatigables vicisitudes.

Tercer y último motivo, desde una visión más personal, esta pasada semana fue especial porque mi madre se fue a los Cielos en una tarde lluviosa y gris, en un día de la antesala de la gloria cofradiera, un Sábado de Pasión donde vi a Cristo en la imagen de mi madre de una forma palpable y clara. Sólo pensar en ella me produce en el corazón esa coronación de espinas que el Señor del Valle sufre cada día en su altar.

La Semana Santa ha sido un borrón en mi experiencia vital este año, una semana de introspección y de análisis, de búsqueda de Dios y de interrogantes sin respuesta. Aún así mi fe ha sido firme y nunca ha oscilado pues la Verdad permanece siempre de forma estática.

¿Qué es la Verdad?, preguntó Pilatos. La Verdad es el Señor y en Él hay que poner todas nuestras esperanzas, nuestras ilusiones en un camino de bondad y honradez en la que extrapolemos las enseñanzas más sabias del testamento donde el Señor es nuestro centro. Solo en Él recaen nuestras debilidades. En sus manos maniatadas obtenemos el perdón y la misericordia de nuestras faltas, por ello, el Señor no entiende de diferencias y ve en su hermano la gracia de Dios Padre.

En el Señor está nuestra casa y ella, mi madre, está en su seno, a la derecha del Padre. Sin embargo, aquí, en este mundo, la intercesión de Dios hecho madera nos hace unificar nuestros sentimientos, en Él creemos y rezamos por el alma de nuestros difuntos y esperamos para ellos la inmensa gloria de la revelación, del desocultamiento de la Verdad en Dios.

Solamente las reconfortadoras manos del Señor, fielmente reflejadas en Nuestro Padre Jesús de la Pasión, están dispuestas a abrirse, a ser otra vez puestas en la cruz por nosotros. Él sabe del inmenso amor de un hijo a una madre, del rompimiento del lazo fraterno en la tierra y del gozoso y venturoso futuro en el Reino de Dios. En su capilla sacramental del Salvador le imploro misericordia y perdón, como si de un traslado al argénteo paso procesional se tratase. A Él le imploro, Perdón oh Dios mío, pues el transito no es espacial sino temporal, pues la vida eterna nos espera si en Él creemos y expiamos nuestros pecados.

Este Jueves Santo fue especial, muy especial, tanto como ha sido esta Semana Santa, único día en el que vi al Señor en las calles de Sevilla. Como si se tratase de un encuentro, vi al Señor de Pasión de frente en La Campana y en ese momento supe que su misericordia es infinita, siempre doliente, donde las comisuras de sus labios exhalan el perdón de Dios, susurrando esa proclamación que hizo Jesús en la última cena: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Que así sea.

Foto: Francisco Santiago










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