Arte Sacro
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A través del antifaz. La impronta de Aquella Virgen. Alberto De Faria Serrano


 El tiempo se detiene junto al río. Como se detenía junto a las que hilaban el bordado a su limpio y dulce rostro compungido en la Calle San Fernando. Como otrora siendo la inspiración de los padres de la Orden Tercera que no vieron inclinar lánguidamente la finura de su cuello, ni miraron fijamente sus ojos cristalinos desconsolados en un llanto condensado, y ni pudieron admirar la brillante y excelsa tersura blanquecina que Astorga le confirió. Ni sus Camareras Perpetuas. Pero sí sus fieles vecinos los Montpensier o el monarca Alfonso que vino a postrarse ante su paso de palio.

La gloria efímera y terrenal no alcanza ni la inmensidad de su dolor ni el humilde valor de su Victoria. Ni el morado intenso del Pendón de Castilla atrae tanto como el misericordioso gesto de sus delicadas manos que parecen que van a secarse sus lagrimas de un instante a otro.

Unos y otros. Donde quiera Ella que vaya y donde quiera que esté. Ayer y hoy nos seguiremos dejando llevar por la sencilla e inigualable introversión de su desconsuelo. Y cuánto mas lejos podamos estar, aun en la distancia,  siempre acudiremos sin demora al encuentro Victorioso de cada Marzo.

Cuando comparece en su capilla, un estruendoso temblor detona bajo nuestros pies ante su presencia. Y nos paraliza, Nos deja extasiados. Sin pronunciar palabra que no sale ni ante el teclado. Todo el esplendor del mejor Ojeda se exhibe ante nuestros convulsos y entregados ojos y solo cuando hemos de irnos, es cuando reparamos en él. Su efigie rezuma dolor y mansedumbre. Y también entereza y Victoria; qué contraste de percepciones que cuando caes en ello, más tiempo te quedas sentado y embelesado mirándola. No hay dimensión, ni espacio. ni aire, ni reloj a su alrededor; nada avanza y todo se explica en la mágica conjunción escenográfica diseñada por los priostes.

Y cuando se suele uno dar por vencido, tomas unos metros y se descubre poderosa ante ti, imponente e irresistible, esa impronta vaporosa suya que es el eje transversal de la Semana Santa en el Jueves Santo; por el Hospital de la Caridad, su palio de cajón es Refugio y Arca incontenible que nos apacigua el ánimo de la zozobra de los viles azotes a su Hijo, y nos desemboca en un estallido concatenado de sensaciones hasta la mañana de la Resurrección; porque al igual que la Esperanza, la Madre de la Victoria suena  tanto a Procesión de Semana Santa en Sevilla, como a Aquella Virgen, y como a Estrella Sublime.

A treinta tres atardeceres para que arríen los zancos de su Triunfo al pie de la Muralla que levantamos los hombres.

Foto: Juan Alberto García Acevedo. 










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