Renacer. Antonio Sánchez Carrasco
Anteayer merendamos en casa de mis padres con las debidas restricciones de seguridad, para celebrar que Lola y yo ya llevábamos 10 años casados.
Siempre volver al Cerro del Águila es una buena opción y más cuando uno se ha criado en estas calles.
La falta de aparcamiento nos llevó a dar un par de vueltas por la zona. En una de ellas pasamos por la puerta de la Iglesia donde aún quedaban restos en forma de banderolas en balcones, del pasado Martes Santo. Aquellos días negros en los que cada día veíamos partir hacia el cielo casi mil personas diarias, aquellos días negros de encierro, de flores en las puertas de las iglesias y coches de policía con marchas de Semana Santa en la radio. Por Sevilla Este pasaron haciendo sonar sus sirenas y aplaudiendo a los balcones, ellos que merecían el aplauso nos aplaudían a nosotros.
En el amplio balcón de la casa de mis padres, por el que vimos pasar la Virgen de los Dolores cuando fue coronada y los primeros años vimos llegar al barrio la cofradía de Palmete, ahora veíamos pasar gente por debajo la mayoría con mascarilla, aunque algunos también sin ella. Aquel balcón en el que mi Padre, aquel niño de la calle Evangelista, durante el confinamiento se anduvo kilómetros y kilómetros para liberar piernas y mente.
-Mira Antonio.- Me dijo retirando las ramas de un naranjo que a falta de poda estaba entrando en su balcón.
Y entre las ramas un azahar blanco marceaba en junio. Era el símbolo de una renacida. Un signo de Cuaresma entre Pentecostés y el Corpus.
Dentro las milhojas del gallego con ese merengue etéreo, sonrisas y cariño, lo mejor del desconfinamiento empezaba a llenar nuestra vidas renacidas.
Foto: Antonio Sánchez Carrasco.