Arte Sacro
  • Noticias de Sevilla en Tiempo Ordinario
  • martes, 29 de julio de 2025
  • faltan 243 días para el Domingo de Ramos

El hijo de la Estrella. Jesús Méndez Lastrucci


El tiempo siempre tan omnisciente como desdeñoso, a veces disfrazado de recuerdos, otras, en cambio, dejan manifestar su desdén más plausible.

estrella mariano

La cara oculta del olvido es una pared de quietud, una actitud que, ante los ojos parece ralentizarse, o al menos aparecer demasiado esparcidos en el tiempo. Quizá esto se deba a la falta de cuido, de no saber mimar lo nuestro, aquello que nos identifica a lo largo y ancho de los siglos. Algo que continuamente nos viene demostrando con el paso de los siglos, tal como que hubo un periodo de tiempo al que llamamos Barroco que nos marcó a muchos niveles. Es como un sueño por el que hemos pasado.  Pero, ¿cómo un periodo tan desgarrador para la existencia pudo ser al mismo tiempo tan sublime en cuanto a calidad artística? Cuesta creer que ese fruto se fraguase bajo nuestra luz.

Considero que no es muy complicado imaginar que me estoy refiriendo al arte y más específicamente a la magnitud de una artista en concreto. Una mujer a la que la historia le debe un trono de valores, una corona de laureles, un puesto en lo más alto, así como un recuerdo perenne. Ciertamente se han venido haciendo trabajos en su memoria biográfica y plástica.

Hasta donde mi memoria alcanza, me remonto un cuarto de siglo, allá por el año 2007, en los Reales Alcázares, se le dedicó una exposición “Roldana”. Ya más próximo en el tiempo, se acaba de clausurar en el Museo Nacional de escultura de Valladolid, una interesante exposición bajo el título de “Luisa Roldán. Escultora real”. También su vida se ha llevado al plano audiovisual y al literario. Sin ir más lejos, el profesor Manuel Jesús Roldán lo borda en su novela “Cara de ángel” donde la vemos desenvolverse en su época, a lo largo de las páginas la sentimos trabajar, y hasta equivocarse. El autor con un lenguaje ágil y envolvente consigue sumergirnos de lleno en aquel siglo XVII donde nuestra protagonista tuvo su presencia.

Se me antoja una existencia injusta para todo el potencial de su talento. Tampoco es necesario explicar ni razonar que la vida no es justa en muchas de las ocasiones. Y para, Luisa Ignacia Roldán la vida no lo fue.

Sirvan estas palabras como cálido homenaje a su memoria, al mérito de su capacidad de transmitir vida en el material al que parece insuflarle alma. Lo percibo como si antes de reflejarlo en el material, primero lo sintió en sus carnes para posteriormente poder expresar en el barro todo aquello que respiraba en su día a día. Una vida de dificultad por brillar, con el peso de una losa de atenerse a que su firma vigorosa y repleta de eternidad permaneciera por siempre en la sombra por su propia naturaleza de mujer.  La vida la puso a prueba. Sin entrar en que lo hubiese tenido más fácil de haberse quedado bajo el amparo del taller de su padre. Ella eligió el camino más difícil para brillar con luz propia, y hacerlo con la misma lucidez con la que fue bendecida, pero por lo que tuvo que pagar un alto precio. Así lo aprecio, ella como artista debió sentir la inexorable necesidad de hacer volar su arte, batir las alas en busca de un futuro forjado por su esfuerzo y consiguiente reconocimiento.

A todo ello se le sumó el hándicap del amor. Ya se sabe que éste es ciego, y a ella la cegó hasta dejarla a tientas en una vida hecha para hombres. La artista, motivada por la imperiosa necesidad de sobrevivir, se vació de continuo en cada obra, en cada trabajo donde depositó su corazón. Allí en el núcleo de su propia creación plástica, desplegó su talento cargado de ternura femenina y maternal, donde la Unción sagrada acudió para terminar elevando la materia.

Ella fue hija de padre maestro escultor donde bebió de continuo, pero su mayor cualidad de artista y la que la crea distancia con respecto al resto, es que ella como madre experimentó en su ser la pérdida de cuatro de sus primeros hijos. Estas circunstancias de seguro debieron marcarla para siempre, teniendo que sacar fuerzas para sobrevivir. No le quedó otra que seguir adelante asumiendo su destino. 

Cuánto más contemplo la obra de esta maestra escultora, descubro nuevos matices, nuevas vías que me hacen entender la grandeza de su sello. La artista tiene una seña de identidad que la hace única, extraordinaria. En ella convergen las cualidades artísticas más vitales que, a su vez, son inherentes a su propia personalidad, convirtiéndola en la savia más sublime de cuantas artistas gozamos.

El artista por lo general y el maestro en particular, gozan de unos grafismos que no dejan de ser como firmas en lo extenso de su obra. Detalles que para el neófito puedan pasar desapercibidos, pero, en realidad, circundan la obra y la envuelven identificando su autoría. De este modo podemos reconocer distintas formas de ejecutar por parte de los artistas, partes anatómicas bien definidas como los pabellones auriculares. El mismo Martínez Montañés o Juan de Mesa, por ejemplo, concibieron de un modo único toda la hélice, así como el lóbulo de la oreja. Estos grafismos, como vengo a exponer, no dejan a ser rúbricas de autenticidad.

En su etapa sevillana, la obra de Luisa quedó difuminada en la vorágine del taller de su padre, un obrador en plena efervescencia creativa que contaba con la participación artística, entre otros, de la propia Luisa y de sus hermanas. Como es sabido, en aquel tiempo, la mujer quedaba relegada al plano doméstico, por lo que lejos quedaba el hecho de que su firma como artista constara en contrato alguno. De seguro que su huella artística e impronta quedase recogida en obras no documentadas.

No tengo duda alguna al identificarla tras la majestuosidad de una Dolorosa convertida en Estrella del orbe mariano, con sus manos cargadas de congojas que pretenden retener el dolor de madre concentrado en su rostro.  Su modo de acometer el modelado es exquisito, redondo. La carnosidad de la morfología de su obra nos la aproxima a una mujer que siendo madre observaba la realidad y de manera magistral la trasladaba al volumen que asumió con absoluta naturalidad. 

 web-4__1___Copiar_

En el interior de la Congregación de San Fermín de los Navarros en Madrid, alberga una obra salida de sus manos que por sí misma la consagraría como escultora por el misticismo que dicha obra rezuma. Se trata del Niño del Dolor, un Nazareno Niño que camina con la cruz de cuestas. La bendita imagen apoya su pie quedando adelantado sobre la esfera del mundo. Mientras que el pie trasero lo hace sobre la cabeza de un querubín que no está solo, sino que aparece acompañado de otros tres que recogen en sus rostros toda la tristeza de la humanidad. En el rostro del Niño Nazareno su autora lo concibió con suma sensibilidad, provocando en el espectador la compasión por el sufrimiento representado. El rostro queda enmarcado por unos cabellos ondulantes al más estilo de la Roldana. La factura de la talla queda reforzada por una exquisita policromía que corresponde a Tomás de los Arcos, hermano de su marido Antonio de los Arcos.

Esta hermosa obra bien pudo haberla empezado en Cádiz, pero se sabe que la terminó en Madrid en 1692, trabajando en el propio Alcázar de los Austrias, que era donde vivía. Por entonces fue cuando solicitó al Rey Carlos II el nombramiento como Escultora de Cámara, avalada por su obra de San Miguel luchando con el diablo, junto a la imagen del Niño del Dolor. Con sendas obras la escultora hizo méritos hasta ver cumplido su deseo de dicho reconocimiento honorífico. Todo hace indicar que la imagen del Ángel fuese para el rey, mientras que el Niño Nazareno fuese para la reina. Obra que, la reina, Mariana de Neoburgo, dejó en herencia a su sobrina Isabel de Farnesio. La cual la donó a la Congregación donde la obra reside.

Existe una bella conexión de parentesco más allá de formas y conceptos, entre la Dolorosa de la Estrella de Sevilla y este Niño del Dolor. A ambas obras las unifica el dolor que expresan, como nexo de unión respiran el mismo aire. La madre, la Estrella, se complace en dejar testigos oculares que evidencian su maternidad. Volúmenes que están ahí, y que le conceden al tiempo que grita en silencio su procedencia artística. Técnicamente hablando, me llama la atención ciertos matices anatómicos inherentes a la factura de la mano. Una zona especial donde la autora tiene una clara inclinación a expresarlo con carnosidad, como viene a ocurrir en la zona de los labios y su alrededor.

Se puede observar como la Roldana resuelve la columna del filtrum adelantándola hacia el frente, así consigue potenciar el propio filtrum. Con este recurso artístico interpreta la depresión vertical, consiguiendo plasticidad en el surco nasolabial.

Con este recurso sin duda potencia la expresividad en el arco de Cupido, donde aparece perfectamente dibujada una V en honor a la belleza que comparten madre e hijo.

La propia manera de concebir la comisura de los labios dice mucho de la autoridad de ambas obras. Y como detalle que termina eclipsando cualquier duda, la volumetría del labio inferior es aplastante y definitoria.

 BOCAS_LUISA.JPG 

El bermellón labial trasluce la vasculizante vida que respira debajo, más allá de su color, más allá de la vida; la madera respira. 

Seguramente, Dios que tiene contados hasta el último de nuestros cabellos, la tendrá gozando de una vida plena en su reino justo. La imagino sin dejar de modelar los rostros de los ángeles que más cerca están del Altísimo. Su vida no hubiese supuesto un sacrificio para que al final nuestro Hacedor permitiese que cayese en saco roto y mucho menos en el olvido.  No lo creo así, quiero pensar en lo primero.

Fotos: Daniel Salvador-Álmeida González/Mariano Ruesga Osuna.









Utilizamos cookies para realizar medición de la navegación de los usuarios. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso.