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Adiós con honores de poeta romántico. Francisco Correal. Diario de Sevilla.


La muerte soñada por los poetas románticos: entre ruinas y con el cielo lleno de nubes. Escenario de Byron, de Lamartine, de Espronceda. El cortejo con los restos de Fernando Marmolejo atravesando las termas romanas que separan las calles Adriano y Trajano camino del cementerio de Santiponce; el regreso por la calzada con los restos del templo del Traianeum.

El funeral no es una despedida solemne, dijo en la misa Monseñor Amigo Vallejo. Sobre la muerte se escribe mucho y se dice muy poco. "Todos vamos haciendo discursos para explicar la muerte", dijo el cardenal en su homilía, precedida por una lectura del Libro de Job que le sirvió al titular de la diócesis para una metáfora que producía escalofrío. "La muerte es como arrancarnos la piel a tiras".

Monseñor Amigo no faltó a su compromiso con el creyente, con el amigo Marmolejo. Nada más llegar el cortejo fúnebre a la iglesia, empezó a llover. El cura párroco, don Joaquín, que vino de El Castillo de las Guardas, salió a la puerta del templo para esperar a Monseñor. Su presencia contrarrestó las ausencias: nadie de la Consejería de Cultura –gobierna en el recinto de Itálica–, nadie del Ayuntamiento –una corona del alcalde– de Sevilla, nadie de la Universidad, nadie de las Academias. El día que la orfebrería entre en el Biacs, otro gallo cantará.

Sí acudió una relevante delegación de la patronal: Santiago Herrero, presidente de la Confederación de Empresarios Andaluces (CEA), y Antonio Fernández Palacios, secretario general de la Federación de Empresarios del Metal (Fedeme). "Le dimos la medalla de oro del Metal y fue de la directiva desde su fundación". Patronal y currantes. José López, alcalde de Santiponce, recordaba que el último encargo que le hizo a Marmolejo fue una serie de escudos heráldicos que recibían los trabajadores municipales a su jubilación.

La iglesia de San Isidoro del Campo, mucho menos renombrada que el monasterio homónimo, hito del turismo poncino, se llenó de amigos del orfebre fallecido. Misa de lluvia y calor intenso. Al fondo, la Virgen del Rosario, patrona de Santiponce que el primer domingo de octubre sale en procesión con la ráfaga y una corona del siglo XVI que restauró Marmolejo. De su taller salió la corona original que a la misma Virgen le colocan en Semana Santa cuando sale bajo palio acompañando al Jesús Nazareno que participa en el Viacrucis que atraviesa el recinto de Itálica.

"¡La muerte nos deja cada herida, cada desgarrón...!", dijo Monseñor Amigo en la homilía. El cardenal que contribuyó con su voto a la elección del Papa de Roma estaba en una modesta parroquia de esta Roma andaluza. Esas heridas de la muerte, para que cicatricen y no se infecten, requieren de tres bálsamos: la vida, la esperanza y la fe. De la primera, "precisamente la vida", el cardenal emuló a Frank Capra. "¡Qué bonito y qué grande es vivir y hacer el bien!".

Marmolejo, al que recordó como gran artista pero también "una persona sencilla, humilde, generosa", utilizó en vida esa medicina. "La gente se cree que se ha muerto", dijo convirtiendo el funeral en bautismo de una nueva vida. "Viviremos de forma diferente, pero para siempre".

La lluvia sorprendió a muchos de los asistentes. María de los Ángeles Infante, una de las hijas del ideólogo del andalucismo, llegó sin paraguas a la iglesia. No contaba con las lágrimas del cielo. Echó en falta a gente de la enjundia cultural, aunque hay que empezar a acostumbrarse a esta jerarquía de los gustos y las calidades. ¡Ay, si en vez de orfebre sevillano fuera escultor armenio o cantautor cubano! Y eso que Sevilla está cerca. Tan cerca que medio estadio de la Cartuja pertenece al término municipal de Santiponce.

Del taller de Marmolejo salían los escudos para los premiados en el Memorial Blas Infante. "Me regaló", contaba María de los Ángeles, "una copia de las llaves hebrea y musulmana de Sevilla". El orfebre se va feliz: en unos días empieza la Feria de su pueblo adoptivo.









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