Ya queda menos. El Suspiro de la Paz. Alberto de Faria Serrano
Media tarde en Aljarafe. Un escalofrió de añoranza cubre el sendero de la lisonja y conduce el ánimo por los vericuetos de la añoranza y de la infancia. Más allá de Dueñas y de los Terceros. Más allá del enigmático y apacible triangulo de las bermudas que concita el oásis espiritual de la Sevilla de siempre. Se palpa en cada esquina la esencia de la quietud de siempre. El incandescente candor hogareño que marca la pauta del invierno. La pausa sosegada cobra su certera dimensión. Es como volver a casa con la paradójica sensación de que nunca hemos salido de ella.
Nunca porque dentro del Compás se respira una paz indeleble e inconfundible. La Paz con mayúsculas. Esa paz que es grito silenciado y suspiro amplificado. Una sinergia de inexactos sentimientos merodea el ánimo. Ni uno ni dos ni tres. Sino todos a la vez. Rozas una palma y crees que por ventura pudiera sorprenderte zaqueo y cortarte una oreja y lo único que llega a tus oídos es el suspiro de Annabasis. El Sol está a punto de ocultarse tras la espadaña del Convento y no sabes si es una alucinación la cigüeña que desaparece en una de sus oquedades. Tornas la mirada y vuelve a aparecer la Piedad en la Torre de Santa Marina por el embrujo efectista de Maireles. Vuelves en sí. Dentro, te espera.
Toda la Piedad del mundo se deposita a los pies del Altar. Descendido de la Cruz y Descendido de su pedestal de Agonía. Enaltecido por su entrega y envuelto en el sudario de su humildad. Descendido de las tinieblas del oprobio y desclavado del martirio de la hipocresía y la traición. Glorificado hasta el cielo de la estirpe de David y aposentado en el trono derecho del Padre. Roto por el cruel abandono de los suyos y desvencijado por la crueldad de los enemigos. Honrado por la memoria de sus hijos y marchito por el olvido de los que dudan. Los regueros que aun brotan de sus llagas son testimonio vivo de ello; en una Terminal de un Aeropuerto, junto al fogón de una cocina o a la salida de una cafetería. La rigidez de su muerte no es más que recuerdo presente. Y permanente.
Por eso hay que Descenderle de la Cruz cada enero. Y cada primavera sembrar a su paso la Paz del Compás acompañado de la Piedad y otros diecisiete ciriales. Ya queda menos.
Foto: J. A. de la Bandera