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Carta pastoral del cardenal Amigo con motivo del Día de la Vida Consagrada


Arte Sacro. A continuación pueden conocer la carta patoral del cardenal arzobispo de Sevilla, mons. Carlos Amigo Vallejo, con motivo del Día de la Vida Consagrada que se celebra hoy, 2 de febrero.
 
Funeral por el cardenal Antonio María Javierre
 
Por otro lado, informamos que mons. Amigo se ha desplazó ayer a Roma para participar en el funeral que se celebrará mañana viernes con motivo del fallecimiento del cardenal Antonio María Javierre Ortas, prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
 
El funeral tendrá lugar a las doce del mediodía en la Basílica de San Pedro (Vaticano) y será presidido por Su Santidad Benedicto XVI.
 
 

VIDA CONSAGRADA Y VIDA LAICAL. UN NECESARIO Y EJEMPLAR INTERCAMBIO DE DONES

            Nuestra comunidad diocesana, movida por el Espíritu del Señor, ha emprendido una maravillosa experiencia eclesial, convocando a los seglares a participar en una esperanzada "asamblea diocesana de laicos".

            La vida consagrada -"espacio habitado por la Trinidad"- y la familia - "santuario del amor, de la vida y de la fe" - viven el misterio trinitario con una consagración particular a Dios. Una significación sacramental por el matrimonio, y una señal inconfundible de la entrega incondicional y generosa, por la profesión religiosa, a la misión de Cristo virgen, pobre y obediente.

            Todos los fieles "participan de una dignidad común; todos son llamados a la santidad; todos cooperan a la edificación del único Cuerpo de Cristo, cada uno según su propia vocación y el don recibido del Espíritu" (VC 31). La unidad de la fe en Cristo resplandece en formas distintas de vivir el único misterio de la encarnación del Verbo de Dios.

            Unos y otros, seglares y consagrados, unidos en la llamada a la santidad y en el envío evangelizador. Todo tiene su fuente en el mismo bautismo recibido y todo está orientado al mismo propósito: para que el mundo crea y se salve. Esto, es en definitiva, el objetivo de la evangelización, a la que tanto la vida consagrada y como los laicos están llamados.

            No solo no hay incompatibilidad entre la vida seglar y la vida consagrada, sino que "la creciente toma de conciencia sobre la universalidad de la vocación a la santidad por parte de todos los cristianos, lejos de considerar superfluo el pertenecer a un estado particularmente apto para conseguir la perfección evangélica, puede ser un ulterior motivo de gozo para las personas consagradas; están ahora más cercanas a los otros miembros del pueblo de Dios con los que comparten un camino común de seguimiento de Cristo, en una comunión más auténtica, en la emulación y en la reciprocidad, en la ayuda mutua de la comunión eclesial, sin superioridad o inferioridad. Al mismo tiempo, esta toma de conciencia es un llamamiento a comprender el valor del signo de la vida consagrada en relación con la santidad de todos los miembros de la Iglesia" (Caminar desde Cristo 13).

  Vida consagrada y vida laical

            Si bien comparten fundamento y misión, sin embargo la persona consagrada y el laico tienen su propia, ineludible y distinta identidad sacramental y religiosa.

            La vida consagrada es icono de Cristo transfigurado, testigo de Cristo el mundo, signo escatológico que anuncia y anticipa la vida futura, expresión de un carisma particular de vivir y promover la santidad. Los laicos son templos vivos del Espíritu y dan culto a Dios con la propia vida, son testigos activos del evangelio en medio del mundo, participan de los carismas que cualquier miembro de la Iglesia ha recibido y están también llamados a la santidad.

            La vida consagrada es señal privilegiada de amor fraterno y de comunión con la Iglesia. Los laicos, particularmente en el matrimonio y en la familia, expresan el amor de Dios que reúne en la unidad a diversidad de personas que participan en la vida y santidad de la Iglesia.  

Diálogo eclesial e intercambio de dones

            Cualquier gracia, carisma, bendición que de Dios se recibe, tiene que ser compartida. La vida consagrada tendrá que ofrecer lo mejor de su entera dedicación a Dios y ser ejemplo y aliento para los laicos. Por su parte, los seglares ayudarán a que la vida consagrada pueda cumplir fielmente su misión en la Iglesia.

            En este apoyo recíproco cabe, y es de desear, poder compartir desde la oración, la educación de los hijos, la ayuda caritativa y social, la catequesis...,  hasta la disposición de la familia para entregar generosamente a Dios sus propios hijos cuando son llamados por el Señor a seguir a una vocación consagrada.

            En este diálogo e intercambio de dones entre la persona consagrada y la seglar, hay que tener en cuenta unas condiciones, casi esenciales e imprescindibles. No puede reducirse al contenido de unas palabras, sino que supone dar participación de algo de la propia vida, como es el carisma recibido.

            Si se pretende camuflar la propia identidad consagrada o laical, el intercambio resulta falso, engañoso y fraudulento. No hay verdadero encuentro e intercambio de la experiencia consagrada y del valor de la secularidad, y se tendría la impresión de estar utilizando a la persona con una finalidad interesada y oculta.

            Se necesita conocer la vida de los otros, superar prejuicios y malentendidos. Ser tolerantes respecto a las diferencias. Caminar hacia una confianza mutua respetando la identidad y el derecho de cada uno. Este encuentro entre la vida consagrada y la vida laical, supone no sólo una simpatía por el otro, sino conocerlo tal como él mismo quie­re ser. Y cuanto más se valore al otro tal como es, más nos daremos cuenta de la esperanza que hay en cada uno. Solamente aprendiendo a leer en el alma de todo hombre se descubre que en ella hay un valor común: la identificación con Jesucristo.

            De una manera recíproca, el carisma, la espiritualidad y la misión tienen que ser compartidos entre la vida consagrada y la vida seglar. Es el intercambio de dones, como manifestación de pobreza y de caridad fraterna.

            Apoyo recíproco para una santidad de vida, que comprende desde la oración en común y la participación de los seglares en la misma vida consagrada, hasta el acompañamiento espiritual, por parte de los consagrados, a los seglares. Desde la promoción de la vida consagrada, por parte de los laicos, hasta el empeño de buscar auténticas vocaciones de apostolado seglar.

            Es muy importante el saber compartir también responsabilidades. Ni el seglar puede hacer nada más que un oficio de suplencia, ni la persona consagrada hacer dejación de su ineludible función testimonial y comprometida con el evangelio.  

Espacios privilegiados de colaboración

            Algunos espacios y actividades son particularmente adecuados para esa colaboración, ayuda y apoyo entre consagrados y seglares: espiritualidad, educación, caridad y asistencia social, nuevas formas de vida consagrada...

            Compartir el propio carisma entre consagrados y laicos, ayudar a vivirlos en una espiritualidad que, en alguna manera, define la forma de vivir y de hacer. Cada uno conservará su identidad, pero enriquecida con aquello que ha recibido de la vida consagrada o del valor de la secularidad.

            Colaboración en los centros educativos, con maneras diferentes de participación y de ayuda. Desde la dirección de los mismos colegios, hasta la pastoral educativa. Desde la programación de actividades académicas, hasta la presencia de la familia en asociaciones de padres y madres de alumno, los consejos escolares, las asociaciones de antiguos alumnos, las escuelas de padres, las asociaciones propias del carisma del instituto de vida consagrada titular del centro, etc. Muy importante es que esta pastoral educativa y familiar se realice en conexión efectiva con la Iglesia local, integrando en ella los planes diocesanos y parroquiales

            Espacio privilegiado de colaboración es la participación en la caridad y en la atención social a tantas personas necesitadas. En este aspecto, la labor de la Iglesia es ingente y, en su mayor parte, realizado por miembros de los institutos de vida consagrada. Siempre habrá que tener en cuenta que la credibilidad de la Iglesia no va a llegar tanto de lo abultado los números, cuanto el testimonio de unión y de caridad que se haya dado. Como las primeras comunidades cristianas unidos en la oración y sirviendo a los pobres

            Habrá que prestar una especial atención a las nuevas formas de vida consagrada. En particular a las familias de vida consagrada, donde existe una integración completa en el carisma de sacerdotes, religiosos y seglares con diversos compromiso y formas de consagración.  

Un bautismo y una Iglesia

            Nos lo recuerda San Pablo: diversidad de carismas, de ministerios, de actividades, "pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común (...), pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad" (1Cor. 12, 4-11).

            El Señor ha enriquecido a nuestra Iglesia particular con una gran abundancia de formas de vida consagrada. De la misma manera, son muchas las asociaciones de fieles con las que contamos. Si queremos que el mundo crea, busquemos la unidad, el servicio recíproco, el intercambio de dones, la fidelidad al propio carisma y la fidelidad a la misión a la que cada uno es enviado.

            Nuestra "Asamblea diocesana de laicos" será una ocasión providencial para avanzar en este mutuo conocimiento y apoyo a la vocación que cada uno ha recibido, y a la misión que Cristo y la Iglesia le llama.

Con mi bendición.  

+ Carlos Amigo Vallejo

Cardenal Arzobispo de Sevilla

 










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