Que poquito queda. La mano aposentada. Alberto de Faria Serrano

Aun no se apagaron lo ecos de las cornetas por la esquina de Pureza; todavía no se diluyó la fragancia de incienso espeso y reconfortante remoloneando entre balcones y azoteas. En la esquina parece que no se ha dispersado la algarabía y la miel dulce y jugosa de las torrijas tempraneras se funde con el candor bullicioso que desde el pasado Lunes procede de la Capilla. Han pasado tres días y aun en la noche pudiera haberse quedado grabada sobre alguna fachada señorial la sombra encumbrante del nazareno caído. Por algún resquicio de la memoria se nos escapa la indeleble huella de su glorioso pasado en San Jacinto. Pero pareciera que llevase toda la vida en este pasillo vecinal de su hogar; su definitivo hogar que crece ladrillo a ladrillo con el mito y la devoción que sus Imágenes concitan.

Desde hoy la misma mano que hunde la robusta huella sobre la peña es signo de veneración y de grandeza. Sus dedos abiertos e hinchados son tan largos que podrá extender su bendición a la Sevilla trianera y a la triana sevillana. Nadie se quedará sin ella. Es tiempo de ir a aliviar el dolor de su caída. De acudir a descargar el peso del oprobio cual cirineos anticipados. De resarcir las llagas de la piel rasgada por el peñasco y la rugosidad del madero. Allí comparece ensimismado. Y nos espera a la vera de la sal del mercado y del vestíbulo de gloria del Altozano.

No hay lugar a la prisa. Ni espacio para el desencanto. Solo emoción contenida y fervor hasta el extremo y el quebranto. Toma y besa su mano porque esta aposentada sobre la peña del amor y del lirio de acanto. No hay mejor modo de encauzar presurosos el primer día del horizonte que nos conducirá hasta el luminoso mediodía del Viernes Santo navegando sobre las mecidas de las olas de la Esperanza. Que poquito queda.

Foto: Joaquín Corchero