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Opinión. Todos somos culpables. El Diputado de Cruces


 El pasado Domingo de Resurrección se cometió uno de los ataques más importantes que ha sufrido lo que debiera ser la esencia de nuestra Semana Santa. Me refiero a las condiciones en las que la Hermandad de la Resurrección tuvo que hacer, un año más, su estación de penitencia. De todos son conocidos los múltiples incidentes que padeció la cofradía, incidentes que por repetidos no tendrían que resultarnos inesperados. Y de esta situación todos somos un poco culpables. El colectivo general de los cofrades por el silencio, lindando en lo bochornoso, que hemos mantenido sobre este asunto, salvo muy honrosas excepciones. Hemos hablado de bandas, de capataces y sus cambios, de costaleros, de recogidas de firmas para forzar cabildos contra las decisiones de nuestras juntas de gobierno, de negar o aceptar que más hermanos hagan de la misma forma lo que para nosotros es (o debe ser) el culto más importante del año, en fin, de muchas más cosas, pero el tema de la Resurrección ha pasado casi, casi de puntillas. Y sí es algo que nos afecta, porque, sin perder de vista que lo fundamental es la estación de penitencia en el interior de la Catedral, ¿cómo nos sentiríamos cada uno de nosotros si nuestras imágenes tuvieran que pasar por una Campana sin sillas, por una Sierpes desolada, por una Plaza vacía o por una Avenida semi-desmontada?

También Palacio tiene su parte de responsabilidad, con tanto sí pero no y tanta diplomacia vaticana que llega a cansar. Llama la atención la diligencia que se ha tenido para solucionar otros problemas y como se deja pasar el tiempo con la hermandad de Santa Marina.

Sin embargo, la mayor culpa recae en el Consejo General y, en especial, en la persona de su presidente que, según parece desde fuera cuando se leen y se oyen sus declaraciones, se ha tomado este asunto como una cuestión personal contra el hermano mayor de la Resurrección, al que, por lo visto, no ha perdonado lo que él consideró una traición el año pasado. ¿No se dijo que cuando terminara la celebración del cincuentenario del Sábado Santo se iba a retomar esta cuestión? ¿Por qué esa machacona insistencia en repetir que el tema estaba en manos de la vicaría y, por ello, negarse a tomar la iniciativa, como debiera ser obligación del Consejo General, para resolver de una vez este tema? ¿No ha tenido tiempo el señor presidente (aunque fuera tragándose su orgullo, ya que andamos entre cristianos, se supone) o, en su defecto, el señor vice-presidente (aunque, claro, en un hueco que le dejara la elaboración de algún informe “anti-candidato” a pregonero) o, incluso, el señor tesorero (no, perdón, éste no, que con las sillas, los palcos y los dineros ya va bien servido), para llamar al hermano mayor y obligarse ambos a hablar?

Dicho esto, también debe quedar claro que la idea de hacer estación de penitencia después de la Vigilia Pascual en la Catedral tampoco es una solución. Si mala es una ida en soledad a las cuatro y media de la mañana, también es mala (o peor) una vuelta en soledad a las seis de la mañana porque, no hay que engañarse, esta hermandad no tiene el poder de convocatoria suficiente para crear una nueva “madrugá”, como ya ha quedado demostrado en los últimos años. Aunque es comprensible la terquedad de su junta de gobierno en esta posibilidad ante la negativa a dejarla entrar el Sábado Santo. ¿Estaría dispuesto el Consejo General, que sólo considera el Domingo de Resurrección como alternativa, a garantizar (y luchar por ello con quien hiciera falta) a la hermandad el poder hacer su estación de penitencia en el mediodía o primeras horas de la tarde de dicho domingo, en las mismas condiciones de dignidad (las mismas, es decir, con la carrera oficial montada y los abonados pudiendo, si lo desean, acceder a sus sillas y palcos) de las que las demás hermandades disfrutan? ¿A que no? Pues eso.

Por el bien de todos y, en especial, de los sufridos hermanos de la Resurrección, este tema debiera estar resuelto para la próxima Semana Santa. Ya no cabe demorarlo más. Y, a mi modo de ver, sólo hay dos soluciones. O se reconsidera el carácter penitencial de la hermandad, algo que es perfectamente discutible y en lo que pienso que Su Eminencia tendría que pronunciarse claramente o se asume de una definitiva vez que es una hermandad de penitencia con los mismos derechos y deberes que las demás y se le da su sitio en el día lógico, el Sábado Santo. Y si tan aberrante es, como les parece a algunos, que, cumpliendo la tradición sevillana, ocupe el primer lugar del día, pues que vaya a su sitio natural: el último. Así, la Semana Santa en la carrera oficial se abriría con la Sagrada Entrada (pasaje que, por cierto, en ninguno de los cuatro Evangelios forma parte de la pasión, como puede comprobarse fácilmente) y se cerraría con la Resurrección del Señor. Y no creo que la Soledad de San Lorenzo perdiera ningún etéreo privilegio por aceptar esta situación (como no lo perdió en 1970 la Paz por dejar de abrir la susodicha carrera oficial al permitir que lo hiciera la Borriquita o antes tantas otras). Al contrario, quedaría una vez más demostrada la categoría que dan los siglos de existencia.

En cualquier caso y al margen de las opiniones de cada uno, hagamos algo ya, por favor.

diputadocruces@yahoo.es

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