Mater Lacrimosa del Tiro de Línea
Francisco Santiago. Hace tiempo que no le ve, pero le siente como siempre le ha sentido. Ahora que Ella se ha maquillado y arreglado para la ocasión, nota esa ausencia que aparece cuando algo que resulta ordinario, se vuelve extraordinario, como cuando le falta a su alrededor un hijo que no es cualquiera, aunque todos somos sus familiares.
Y aunque Ella sabe de su propia luz, incluso de la artificial que la ilumina, lo busca entre las tinieblas de la parroquia, en los rincones últimos de los bancos, a sus costados…
La Virgen de las Mercedes lo llama por su nombre, como lo hizo tantas y tantas veces a lo largo de estos años de mandato y, ahora, que Ella ha celebrado el nacimiento de su hijo Jesús y ya está ataviada de Reina, para soportar ese magno y clásico castigo que se repite una y otra vez desde hace siglos, le echa de menos y le añora porque él le ayudaba a soportar la cautividad del que nacio de su Divina Gracia, estado que en otros barrios es mucho peor, donde a veces es maltratado, abandonado, vejado, crucificado, en otras agoniza e incluso muere en la Cruz, que es la de todos nosotros.
Mercedes lo llama por su nombre, “¿Dónde estás Enrique? Y él que la escucha le dice: “tranquila Madre, ya mismo estaremos por las calles de tu barrio y yo, de una forma u otra, a tu lado, como siempre ha sido y será mientras mis hermanos quieran”.
¡Qué guapa estás! Eres Gloria Lacrimosa, mirada de dolor que, a pesar de todo, ya no dibuja la sonrisa, pero sí que engañas al estado doloroso que te rodea. Eres reina del Tiro de Línea, en Cuaresma y en el mes de septiembre, donde tus hijos te veneran y acompañan para seguir conmemorando tu dulzura, vida y Esperanza nuestra, porque todos los barrios tienen su propia Esperanza, su propia Caridad, sus Dolores, pero sólo en Santa Genoveva respiramos aroma a congragación de siglos de historia, a Casa Grande de la Merced, a títulos nobiliarios…
Y no sólo en el centro de nuestra Sevilla, sabéis que en estos momentos no hablo de Pasión, ni de la Puerta Real, hablo de esa Dolorosa que ha vuelto a su niñez. De Señora a pasado a ser Señorita con miles de novios ficticios que la aman, pero con esa connotación de amor que sólo se le tiene a la propia madre: “amor de Madre”, como rezan tantos y tantos tatuajes.
Se apagó la luz de la parroquia y cerraron sus puertas. Pero al fondo, presidiendo el Altar, María (que también es su nombre), sigue expectante, segura, emocionada y a la vez triste, a la espera de ver como de la oscuridad del templo se desdibuja la silueta de su Hijo, al cual desde fin de año lo espera.
A Enrique Orellana
Fotos: Juan Luis Barragán