Longinos. Rocío Varela.
El arrepentimiento de una persona se aprecia a través de sus ojos. Y eso ocurre cuando realizamos un acto poco decoroso que nos quema el alma y en cada vena que recorre nuestro ser, encontramos sangre de Martes Santo. Sangre en los antifaces que cubren la penitencia de un barrio que va dejando gotitas de Dolores en el paso de sus costaleros para poder regresar a Su Casa, tras marcar con una lanza la muerte del Hijo de Dios.
El arrepentimiento honra a los soldados que, con las pestañas rotas, muestran la agonía en el rostro del hombre, el Desamparo en esas manos, vacías de sentidos y el Abandono de su culpa en los labios, resecos, como esa mirada al cielo, que sin lágrimas exclaman la angustia, penitente, de quien reconoce su pecado.
El arrepentimiento se muestra tanto en el gesto del rostro, acongojado, como en la postura del cuerpo, rígido, con una pierna adelantada señalando cada músculo, agarrotado de rencor. La otra pierna, ligeramente inclinada, eleva el talón al aire, hacia las puertas del firmamento para decorar su fuerza en cada una de las articulaciones y así librar el peso de la misteriosa angustia que produce ese lamento.
“Verdaderamente este Hombre era el Hijo de Dios”… esto dijo Longinos mientras se arrepentía paseando por el cielo de Sevilla.
Rocío Varela
Fotos: Francisco Santiago y Antonio Sánchez Carrasco.