Arte Sacro
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  • domingo, 19 de mayo de 2024
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¡Quédese conmigo!. Isabel Serrato Martín.


 Aún recuerdo, aquel Martes Santo, en el que aún en San Benito no se podía ser nazareno, si eras mujer, cuando al paso de mi cofradía, mi querido Cardenal, se despedía de la vara con la que había hecho la salida procesional. Al marcharse de la fila, el pueblo, como siempre, se le entregó. Besos en la mano y usted, bendiciones. Al pasar por mi lado, me saludó, al igual que a mi familia, y cuando creíamos que se marchaba, se dio la vuelta, regresó, tomó en brazos a Fran y le hizo la Señal de la Cruz. No puedo olvidar lo que le dijo, “¡Qué Dios te bendiga siempre, Hijo mío!”

Quien me iba a decir, Don Carlos, que al cabo de los años yo me subiría a un atril y usted no separaría su mirada de mis torpes letras. Nunca pude imaginarme, que Don Carlos Amigo, podría presidir un acto, en el que me llevaría parte del protagonismo.

Al llegar, usted, al Despacho de la Vicerrectora de la Universidad, ella, educada al máximo, le ofreció presidir el acto, usted lo rechazó, dijo que el sitio no se lo quitaba a la universidad, por ello no pude, por cumplir protocolo, saludarle, en la venia, a usted primero. Es la espinita que tengo guardada en mi corazón. Por eso hoy me atrevo a escribir estas palabras, que aún dirigidas a los cofrades de Sevilla, presiento que usted leerá. No se vaya, quédese conmigo, quiere decir Sevilla en esta hora feliz en la que a la vez lo felicita en su cumpleaños. No nos deje Don Carlos, no nos deje. Me olvido de coronaciones, de patronazgo, de asuntos materiales. Me remito a su temblor de barbilla. ¿Qué es eso? Dirán muchos. Cuando terminó mi pregón, lo que me encantó escuchar fue que mi gente resaltara que cuando hablé de los niños del Cardenal, usted y yo sabemos qué niños son, no lo vamos a repetir de nuevo, le temblaba la barbilla, decían, de emoción. Al igual que cuando lancé al aire la lanza del compromiso joven, estudiantil y cofrade, que quiero de esta Sevilla con Dios. Le prometo, Cardenal, que todo salió del corazón. No se vaya, con usted me siento tranquila. Veo en usted a la justificación de la cual me siento orgullosa. No se vaya, que a Sevilla le quedan muchas gracias por darle. No se marche, porque ya hace diez años y va para uno más, en el que me revisto con su túnica y recito entonces el mejor de los pregones de la vida. Me gusta, me siento tranquila si su mirada me agarra, si su mano me mira, si su gesto me guía. No me equivoco, porque para equivocarse están los que aún defienden la diferencia, abogados costumbristas, periodistas rancios, Hermanos Mayores que aún no saben lo que es serlo, Reglas que no se modifican porque a una Junta de Gobierno no le da la gana…

Le doy mi enhorabuena, por su obediencia, aprendo de su dimisión, porque me ha demostrado que aunque le pueda el sentimiento la obligación y el deber es lo que nos ha de marcar. Que usted deje de ser nuestro Cardenal Arzobispo lo asumo, usted me lo ha enseñado, pero no se marche, quédese. Entre franciscanos, con el aire limpio del Buen Fin o recaiga en un hogar donde la sevillanía se respire. Andaremos con Don Juan José Asenjo, siento ya quererlo, pero sin que nadie se lo tome a mal ni existan mal entendidos, quédese Don Carlos, Sevilla encuentra en Usted a quien nunca ha de dejar ir. Don Carlos, Felicidades, 75 primaveras a la vera de Dios, y 27 en la Gloria, déjeme creerlo, durmiendo a los pies de la Giralda. Quédese Don Carlos, quédese, que aún tengo que pedirle, a usted primero,  aquella venia.

Foto: Juan Alberto García Acevedo.










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