Desde el 21 de octubre, "Lo Sagrado hecho real" en la National Gallery de Londres
Arte Sacro. Como ya hemos venido informándoles, desde el 21 de octubre y hasta el 24 de enero de 2011, se puede visitar en la National Gallery de Londres la exposición, "Lo sagrado Hecho real", pintura y escultura española (1600 - 1700).
Documental.
Las extraordinarias esculturas que conforman esta exposición, de una apariencia tan real, como son el Cristo que sufre, la Virgen que llora su pérdida y los diversos santos, se siguen venerando hoy en día en iglesias y catedrales de toda España. En un breve documental, que se proyecta en el cine de la exposición, se examina la relevancia contemporánea de estas obras, incluyendo unas dramáticas secuencias donde se muestra cómo salen en procesión, a la luz de las velas, por calles y plazas de Sevilla y de Valladolid durante la Semana Santa.
Audioguía
El conservador Xavier Bray les ofrece una particular visita guiada a la exposición, acompañado por la pintora y escultora brasileña Ana María Pacheco y por el sacerdote jesuita James Hanvey. La audioguía y el documental sobre la exposición incluyen una banda sonora especialmente encargada para la ocasión al reconocido pianista británico Stephen Hough, el cual ha creado una interpretación moderna del Réquiem de Tomás Luis de Victoria (1605). Los distintos movimientos de este hermoso sexteto de cuerda se pueden escuchar en las diversas salas que acogen esta exposición. Disponible en inglés, francés y español.
Proceso de elaboración de una escultura policromada española
Si desea descubrir la increíble destreza que requería la elaboración de las esculturas policromadas presentes en esta exposición, visite la muestra temática que se expone en la Sala 1, en la segunda planta. Un recorrido por las obras maestras españolas Si desea ver otras grandes obras del Siglo de Oro español, incluyendo algunas de las obras maestras realizadas por Velázquez y Zurbarán, diríjase al Mostrador de Información, donde le informarán acerca del ‘recorrido especial por la colección española de la National Gallery’.
SALA 1: EL ARTE DE PINTAR ESCULTURAS: LA BÚSQUEDA DE LA REALIDAD
La producción en España, durante el siglo XVII, de esculturas de temática religiosa estaba regida por el sistema de gremios: el Gremio de los Carpinteros para los escultores y el Gremio de los Pintores para los policromadores o pintores. Las habilidades necesarias para pintar escultura se adquirían en estudios de pintura que había repartidos por toda España. El más famoso de ellos era el estudio de Francisco Pacheco, ubicado en Sevilla, con el que estudiaron Velázquez y Alonso Cano. En su influyente tratado titulado Arte de la Pintura (1649), Pacheco aconseja que una escultura de madera ‘necesita que la mano del pintor cobre vida’. Está documentado que Zurbarán pintó una talla de la Crucifixión al inicio de su carrera.
La labor de pintar esculturas, analizada como forma artística, sigue estando a día de hoy muy poco estudiada. Sin embargo, no hay duda de que en su tiempo se trató de una labor enormemente respetada, considerada como un lucrativo negocio para los pintores. Uno de las consecuencias patentes del contacto directo que los pintores tuvieron con la escultura religiosa fue el ilusionismo tridimensional que a menudo introdujeron en sus composiciones.
SALA 2: UN VERDADERO PARECIDO: RETRATOS
En la España del siglo XVII, las órdenes religiosas eran importantes mecenas del arte. Los encargos solían centrarse bien en la historia de una orden, o en la exaltación de su fundador o de algún otro miembro importante. La Orden de la Cartuja (cartujos), reconocible por su característico hábito blanco, había sido fundada en el año 1084 por San Bruno partiendo de estrictas y austeras normas monásticas, tales como el silencio, el aislamiento y el vegetarianismo. La Compañía de Jesús (jesuitas), por el contrario, era una orden que había sido fundada poco tiempo antes, en 1540, por el ex militar y predicador erudito San Ignacio de Loyola. Los jesuitas, famosos por su ferviente piedad y por la importancia que concedían a la enseñanza, eran reformistas pragmáticos que trataban de difundir la doctrina católica traspasando fronteras, llegando incluso hasta Japón.
Para celebrar la beatificación de Ignacio en 1609, en la cual se le declaró digno de veneración pública como preparación para su posterior canonización, los jesuitas encargaron a Montañés y a Pacheco una escultura de él de tamaño natural. Con el fin de lograr un verdadero parecido, Montañés y Pacheco tomaron como modelo la máscara mortuoria del santo; de hecho, Pacheco tenía en propiedad una copia en escayola de la misma. Tan orgulloso estaba Pacheco del resultado, que proclamó que su retrato del santo era el mejor de todas las representaciones realizadas hasta la fecha, ‘porque realmente parece que está vivo’. Quizá uno de los ejemplos donde mejor queda patente la extraordinaria cota de naturalismo que la escultura policromada era capaz de alcanzar sea el San Juan de Dios, de Alonso Cano.
SALA 3: SAN FRANCISCO EN MEDITACIÓN: ‘UN CADÁVER EN ÉXTASIS’
En 1449, el Papa Nicolás V, acompañado por un pequeño séquito, entró en la tumba de San Francisco, en Asís, para rendir homenaje a su persona. Quedaron totalmente conmocionados al descubrir que, a pesar de que el santo había muerto hacía más de 200 años, su cuerpo permanecía milagrosamente incorrupto, de pie y erguido, con los ojos alzados mirando al cielo. De su estigma (marca de las heridas sufridas por Cristo al ser clavado en la cruz) todavía brotaba sangre. Las imágenes que relatan este milagro, como las realizadas por Zurbarán y Pedro de Mena que se pueden contemplar en esta sala, eran enormemente populares en la España del siglo XVII.
San Francisco, hijo de un rico comerciante, creció disfrutando de los placeres de la vida, pero pronto se dio cuenta de que su vida mundana no le satisfacía; no le llenaba. Intercambió sus ropas con un mendigo e inició la búsqueda de una vida espiritual. A lo largo de su vida atrajo a numerosos seguidores y fundó una orden religiosa, la Orden de San Francisco (franciscanos), basada en tres sencillas reglas: pobreza, obediencia y castidad. Los tres nudos que tiene la cuerda que llevan atada alrededor de la cintura, sobre el hábito, simbolizan dichos preceptos. La austera vida de ermitaño que llevó San Francisco le iba a convertir en figura ejemplar en la España de la post-Contrarreforma.
Francisco Pacheco era miembro seglar de la Orden de San Francisco, y pidió que lo enterraran llevando puesto el hábito de los capuchinos, la rama reformada de la Orden de San Francisco.
SALA 4: MEDITACIONES SOBRE LA PASIÓN
Cada año, durante la Semana Santa, se representa la Pasión de Cristo (es decir, su sufrimiento durante los acontecimientos que precedieron a su muerte y resurrección) en ciudades y pueblos de toda España.
Carrozas (denominadas ‘pasos’) de hasta dos toneladas de peso portando esculturas pintadas de tamaño natural se llevan en procesión por calles y plazas. Cada paso representa un episodio distinto de la Pasión de Cristo. Los pasos, llevados a hombros por unos 30 hombres, avanzan meciéndose rítmicamente de lado a lado, dando así la impresión de que las esculturas están vivas. Muchos espectadores quedan abrumados por la narración que se representa ante ellos.
Las esculturas policromadas de la Pasión también eran encargadas por iglesias o para acompañar la oración de algún particular. Estas esculturas, que para algunos hoy en día pueden resultar horripilantes y sangrientas por su naturaleza rotundamente real, fueron concebidas con el objetivo de provocar en el espectador sentimientos de empatía y piedad.
Este compromiso para lograr una reconstrucción escultórica poderosamente realista de una escena de la Pasión tiene también su equivalente en la pintura, con pintores tales como Velázquez, Zurbarán y Francisco Ribalta. La ilusión de tridimensionalidad lograda por el Crucificado de Zurbarán es tan efectiva, que a menudo se le confundía con una escultura.
SALA 5: MEDITACIONES SOBRE LA MUERTE
La escultura del Cristo yacente, tumbado sobre una sábana blanca, que hay en el centro de esta sala fue tallada por Gregorio Fernández, uno de los escultores más destacados de entre aquellos que trabajaron en
Valladolid (ciudad del centro-norte de España) durante la primera mitad del siglo XVII. Su obra, especializada en escenas de la Pasión, era conocida por su enfoque truculento y sangriento, incorporando a menudo elementos reales. Las uñas están hechas con asta de toro, los ojos son de cristal, y para simular el efecto de la sangre en proceso de coagulación se utilizó corteza de alcornoque cubierta de pintura roja. Fernández combina estas técnicas realistas con una gran sensibilidad por el desnudo masculino.
El objetivo de una escultura como la aquí presente era lograr que los creyentes sintieran verdaderamente que se encontraban en presencia de Cristo, ya muerto.
Tales imágenes se colocaban con frecuencia en una vitrina de cristal, y en ocasiones bajo el altar: una ubicación apropiada teniendo en cuenta que el párroco celebra el sacrificio de Cristo en el altar, durante la misa. Estas imágenes también se sacaban en procesión durante la Semana Santa. Al omitir las figuras compungidas de la Virgen, San Juan Evangelista y María Magdalena, las cuales suelen estar presentes junto al Cristo yacente, se nos invita a centrarnos en el cadáver pálido y carente de vida, para que seamos nosotros los que pasemos a ser protagonistas del duelo.
SALA 6: ‘SALA DE PROFUNDIS’: UNA SALA PARA LOS MUERTOS
‘Sala De Profundis’ era el término empleado por la mayoría de monasterios en España para designar la capilla mortuoria en la que los monjes fallecidos yacían en capilla ardiente antes del entierro. Recibió este nombre en alusión a las primeras líneas del Salmo 130: ‘ De profundis clamavi ad te Domine ’ (‘A ti, Señor, elevo mi clamor desde las profundidades del abismo.’). La Orden de La Merced, en Sevilla, disponía de dicha sala, y en 1628 encarga a Zurbarán la realización de una pintura de uno de sus mártires más populares, San Serapio, para ser instalada en la mencionada capilla mortuoria. Serapio, un hombre de origen inglés, había viajado a España a principios del s. XIII para combatir a los moros junto al Rey Alfonso IX de Castilla. Impresionado por el esfuerzo realizado por los mercedarios, que se ofrecían como rehenes a cambio del rescate de cautivos cristianos que estuvieran en peligro de perder su fe, entró en la orden en 1222.
Según la versión más fiable de su martirio, piratas ingleses capturaron a Serapio en Escocia, en 1240. Atado de pies y manos a dos postes, fue azotado, desmembrado y destripado, y el cuello le fue parcialmente segado. Zurbarán muestra a Serapio momentos después de este suplicio. Sin embargo, resulta crucial su decisión de eliminar todo rastro de sangre del retrato; por el contrario, la pintura se centra en el hábito blanco e impoluto que lleva puesto el santo. Serapio parece estar dormido. El imperceptible instante de su fallecimiento, captado por Zurbarán de manera tan conmovedora, resulta totalmente apropiado para un espacio dedicado a la transición entre la vida y la muerte.
Texto de la Guía de la exposición de la National Gallery