Decenas de personas sin poder acceder a la sala de El Corte Inglés, coches oficiales aparcados en doble fila, policías, un vicepresidente socialista del gobierno de España, Manuel Chaves, y el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre era lo que menos se podía esperar en la presentación del primer thriller cofrade de la literatura malagueña, Las cenizas de Cristo, el enigma de Mena, de Pedro Luis Gómez, periodista de Sur. Hacía su presentación así una novela que es el resultado de una obsesión, de 30 años de búsqueda por las calles de Málaga de un cristo que la leyenda cuenta que no dejó cenizas en la quema de conventos del 31 y, por eso, cabria la posibilidad, ciertamente novelesca, de que estuviera emparedado.
Allí estaba el «todo Malaga», expresión que le encanta a este articulista de pluma ingeniosa y cuidada. Al menos, el todo Málaga que le interesa a él, que es lo que cuenta, sólo faltaban Antonio Banderas y Julio Iglesias, grandes amigos suyos. De hecho, vaticinó que el actor será quien lleve la novela al cine y se enteren en Hollywood de este nuevo género de suspense cofrade basado en un 90% en la realidad. Había muchos políticos, fundamentalmente socialistas, y ahí el misterio de siempre que es saber si acudían intrigados por una historia de intriga de cofradías o a saludar a su autor y, fundamentalmente, a Manuel Chaves. También los había del PP que para eso el periodista hace gala de gran capacidad de conciliación, siendo uno de sus mejores amigos Gaspar Zarrías y su mujer la concejal de Economía de Málaga Carolina España.
Pedro Luis Gómez no decepcionó a su público. Lloró, hizo chistes, se acordó de los muertos y les regaló a los vivos de más alto cargo, Chaves y de La Torre, una bandeja de borrachuelos del Colmenero de Alhaurín. Dio las gracias a los asistentes varias veces y les pidió que se pasaran luego por el cóctel que, explicó, iba a servir Doña Francisquita y que iba a pagar él, por lo que animó a comprar el libro, «del que yo me llevo 1,4 euros por cada uno». Según contó, cuando acabó la novela la mandó con pseudónimo a Antonia Karrigan, la agente literaria de «Ken Follet y esos», que le dijo que «semejante hallazgo» seria fácil de mover en las editoriales mas importantes, pero él, como malagueño y andaluz, apostó por Arguval, la editorial de su amigo Paco Argüelles.
El periodista contó que la novela es la historia de una de sus obsesiones, el paradero del cristo de Mena que ardió en el 31, y dijo que la otra constante en su biografía es la vida de «Picasso niño», del que está convencido que salió de nazareno aunque, por fechas, el pintor se tuviera que conformar con salir sin la Legión y la cabra, tan del Cristo de la Buena Muerte ya como los clavos en el crucifijo que ha pintado Revello de Toro en la portada. Este periodista es el único capaz de mezclar a la cabra de la legión con la de la cerámica de Picasso, los trazos hiperrealistas y constreñidos por el academicismo de Revello de Toro con la libertad de los del gran genio malagueño.
Pedro Luis Gómez es de los convencidos de que la Semana Santa y el cristo de la Legión atrae por igual a cristianos y a ateos, porque cofrades, en Málaga, «lo podemos ser todos» y porque «así es el malagueño» . Contó que su obsesión comenzó de niño, cuando su padre, un carnicero trabajador, le llevó una Semana Santa a ver al Cristo, que se instaló en su «aorta malacitense».
Si hasta ahora, los gargantas profundas se asociaban siempre a escándalos políticos de altura, en Málaga, según dijo el autor, son las personas que le han servido para atar los cabos de un misterio cofrade que el alcalde se encargó en la noche del viernes de fastidiar un poquito, al situar el final en calle Especerías. Los socialistas de las primeras filas susurraron: «Ya ha tenido que estropear el final el tío».
Chaves, por su parte, hizo una de sus mejores alocuciones, en unos folios plagados de sentimentalismos y de elogios a Pedro Luis Gómez, que se había definido antes como «un humilde periodista». El vicepresidente tercero del Gobierno dijo que la novela era un viaje a la nostalgia, porque, a veces, la tradición es «recordarnos en pantalones cortos de la mano de un padre», «que en muchas ocasiones ya no está». A buen seguro que los hijos del vicepresidente sí echaran en falta las manos que les echa su padre, sin apenas ahorros por haberles ayudado tanto. Hiló sin trabas Chaves sus folios, salvo un «las coincidencias no son fruto de las coincidencias». Acabó dando las gracias por estar allí y fundiéndose en un abrazo con el autor.