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Puerta Osario. Santa Lucía. Álvaro Pastor Torres


 La crisis –oportunidad de cambio según una certera cita anónima- no sólo ha volatilizado burbujas inmobiliarias, reservas de capitales públicos, castillos en el aire para inversionistas de poca monta, vagones de AVE, kilómetros de autovías y circunvalaciones o cuentas de resultados de cajas de ahorros kamikazes, sino que también se ha cebado de lo lindo con la cultura, esa cenicienta travestida que siempre mira al poder establecido con cara de puta complaciente. Una prueba de ello es el cierre, tras efímera vida, de la sala de exposiciones Iniciarte, que colocó sus luces de neón -cual garito de carretera- sobre los viejos muros mudéjares de Santa Lucía.

¿Pero sólo ha sido la crisis? Las cinco o seis veces que entré durante estos últimos años para ver la muestra de turno jamás vi allí a nadie más que el guardia de seguridad y la azafata. Lo mismo es que todos los visitantes contabilizados iban a las inauguraciones por el sevillanísimo motivo de los copeos adjuntos, que según cuentan empezaron pantagruélicos para ir derivando paulatinamente hacia el minimalismo del canapé de diseño. Total, para lo que había que ver la mayoría de las veces lo mismo daba hacerlo sereno que con unas copas de más.

La iglesia de Santa Lucía, una de las históricas según la doblemente equivocada coplilla de   “veinticinco parroquias tiene Sevilla/ como veinticinco campanas tiene la Giralda”, siempre fue de las más humildes del casco histórico, tanto por su situación periférica, junto a la Puerta del Sol, como por el barrio popular en la que estaba enclavada. El erudito González de León, que la conoció abierta al culto, la despacha en breves líneas dándole el título de “templo parroquial más pobre de Sevilla, así en edificio como en adornos”.

Aunque Richard Ford se fijó en ella para uno de sus dibujos, la revolución de “La Gloriosa” (1868) firmó su sentencia de muerte como templo antes de pasar a manos particulares. La pintura del altar mayor, atribuida erróneamente a Roelas y que narra el martirio de la santa siracusana, acabó recortada y casi perdida en la parroquia del Porvenir; su portada pétrea, en Santa Catalina, gracias al empeño del arquitecto Juan Talavera y de Rafael González Abreu, vizconde de Los Remedios, y la mayoría de sus bienes, en San Julián, donde perecieron casi todos en abril de 1932 cuando “La Bizca” y “La Pinocha”, dos mariquitas del barrio (aún no había llegado aquí eso de gay) le metieron fuego al templo con 25 céntimos de gasolina comprada en una droguería.

Ahora de nuevo las cofradías han empezado a cortejar a Santa Lucía. ¿Veremos pronto alguna allí?

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, el Domingo 25-VII-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.









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