Puerta Osario. Disfraces santos. Álvaro Pastor Torres
Va uno disfrutando por el centro en estas tardes cuya luz, clima y tempo invitan al paseo reposado, y no gana para sustos al ver por la calle de la Venera (perdón, José Gestoso), por Cuna o por la mismísima Dados –daos en la dicción hispalense- (perdón otra vez, Puente y Pellón quería decir), los escaparates de esos comercios de-toda-la-vida-de-dios repletos de miembros amputados, calabazas, brujas o disfraces canineros (óseos, no trajecitos blancos con camisas naranjas y gorras de beisbol) mezclados con retales, estores y cobertores. Halogüin, con sus muertos todos nunca mejor dicho, está calando en nuestra juventud hasta los mismos huesos y no precisamente los de santo que pronto estarán en el escaparate de La Campana.
Por ello, alguna lumbrera de la Conferencia Episcopal Española, copiando una idea de la Iglesia Católica británica, ha sugerido que, para darle un barniz religioso a esta supina horterada llegada de Norteamérica, se disfrace a los niños de santos, aprovechando esa festividad que aunque tiene nombre de parroquia en la calle Ancha la Feria, Omnium Sanctorum, hunde sus raíces en el mundo celta, donde se celebraba al final de la época de las cosechas. Y hasta dan una lista de posibles miembros del santoral para ser imitados en su vestimenta y su iconografía. Por ejemplo San Jorge, trasunto del caballero que libra a la bella (en esta caso la Virgen) de la bestia (o sea, del demonio). Pasando por alto el insignificante detalle de que este santo nunca existió más que en la mentalidad febril de los hagiógrafos medievales, bastará con hacerle unos pequeños retoques a ese disfraz de romano guardado en el baúl, y que en Pascuas sirvió para un centurión del palacio de Herodes o en Semana Santa para hacer de armao en la procesión de vísperas del colegio concertado.
El de San Francisco es aún más fácil: una túnica prestada del Buen Fin y mucha mercromina en las manos; además, si el niño le ha salido medio cani querrá hacerse la tonsura a modo de rapado con crestita circundante. Para Santa Lucía valdrá también el disfraz navideño de la Virgen María y un plato en la mano con dos canicas pegadas simulando esos ojos que ella misma se arrancó cuando su pretendiente pagano se los piropeó. Si con la crisis se anda cortito de presupuesto, para hacer de San Sebastián sólo hará falta un taparrabos y mucha sensibilidad, aunque después la factura en medicinas por el resfriado pillado le va a salir por un pico. Pero el de Santa Águeda, mejor utilizarlo, porque dos tetas en una bandeja siempre dan mucho que hablar: que si chicas, que si veletas, que si operadas…
Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, el Sábado 23-X-2010
Fotos: Álvaro Pastor Torres.