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Pasión y Gloria de Cádiz (Magna Procesión Mariana). Antonio Muñoz Maestre


 Allí donde duerme el tesoro oculto de Andalucía, donde la luz tiene su reino y mira desde la altura el mar que se divisa en toda dirección, en la Ciudad de Cádiz, vivimos el mejor resumen de la Gloria y el Dolor. 

Unos años atrás ya pude descubrir ese tesoro escondido. Aquella primera llegada desde la estación al puerto abrió un nuevo camino en mi vida que aún hoy me emociona recordar. Porque se puede retroceder al siglo XIX solo con adentrarse en el dédalo geométrico de sus callejas que siempre desembocan en el mar, convertidas en torrente donde navega arriba y abajo, la alegría más auténtica.  He vuelto a sentir aquel llegar a su catedral –no creo que haya otra en el mundo enmarcada de esa forma- y ya salir directamente al mar, donde tras las casas de colores comienza el reino popular de la Viña.

Después del descubrimiento, siempre había querido imaginar la ciudad como escenario de la devoción popular. Definitivamente, Cristo o María caminando por esas calles y plazas debía ser la esencia de la sublimidad.

 La vida ha querido –como pocas veces ocurre- hacer realidad ese sueño. Y todo fue, si mis sentidos no me engañaron, aún más bello que el propio sueño.

En la plaza de luz, bajo la catedral blanca, la celestial Patrona dividió su realidad entre el gozo, el dolor y la gloria, como un enorme Rosario que abrazara con sus misterios a su numerosa familia de hijos. Cádiz es diferente en todo, y pudimos comprobarlo con alegría, y con inmerecido orgullo personal, porque por unas horas olvidé que no nací en su reino.

Después de la solemne eucaristía, los pasos que contenían los rostros de gozo y dolor de la Virgen fueron comenzando el recorrido oficial que terminaría con el regreso de cada hermandad a su templo. Fue un verdadero lujo poder contemplar la artesanía, bordados, orfebrería o talla. Bellísimas y sobre todo, diversas, las efigies de María, lejos de los estereotipos repetidos que tanto hicieron perder a la imaginería procesional andaluza.

 Tras todas las hermandades, cerraba el cortejo el paso de la Patrona, la Santísima Virgen del Rosario, irrepetible e histórica imagen, con un majestuoso paso que comparte con Ella originalidad y elegancia.  Fue emocionante comprobar como las diferentes hermandades iban compartiendo literalmente el acompañamiento musical, sin que nada estorbara a nadie.

Tras contemplar íntegra la carrera oficial en dos puntos diferentes, nos perdimos en la búsqueda de la belleza por el irrepetible escenario del casco antiguo envuelto en la luz de la noche otoñal.

La Virgen de la Amargura estaba a punto de recogerse en su templo, cuya puerta hacía parecer increible la posibilidad de que su majestuoso palio pudiera penetrar al interior. La Madre Dolorosa es colocada en medio de la plaza, para enfilar ya la entrada. Como otras tres hermandades la seguían, pudimos vivir escenas inolvidables. Porque la Amargura pudo ver pasar ante Ella, antes de entrar al templo, tres reflejos de su propia realidad.

Primero, la Virgen Sola, añorando el cuerpo del Hijo que hoy no la precedía. Suena “Amarguras” en su honor. La Soledad de María queda frente a frente a la dolorosa de Sebastián Santos, que lucía en medio de la noche bajo la maravilla bordada de su palio. La Soledad cambió el luto por notas alegres cuando la Virgen de la Merced repitió el ritual ante la Amargura. La Reina del Santo Rosario, Patrona de Cádiz fue la última imagen en desfilar ante la Dolorosa, que seguía aguardando en su plaza para completar la recogida. Ahora no hubo vuelta, sino que en el momento más bello, ambos pasos se levantaron al tiempo, y desfilaron juntos a los compases nuevamente de “Amarguras”.  Y ya, trocando su dolor en Alegría, la Virgen pudo completar su entrada a los sones inconfundibles de “campanilleros”.

Nos quedaba aún contemplar la profundidad popular de Cádiz en su Barrio por excelencia. Nos adentramos en la Viña. El barrio estaba en improvisada fiesta grande en honor de su Madre de las Penas. El entusiasmo popular alcanzó los límites más altos de la alegría. La  Virgen, hoy ausente el dolor de su nombre, brillaba en la madrugada gaditana, mientras el barrio parecía resistirse a la pronta recogida. Llegó a las puertas del templo, y la euforia presentida se desató en un verdadero clamor popular. Porque iba Cádiz en sus ojos, la Bahía abrazada en su pecho, el saludo del mar en las lágrimas, el cielo próximo al llanto bordado en su palio, el corazón del pueblo latiendo con cada golpe de la horquilla sobre la tierra, toda la alegría del mundo concentrada en voces gaditanas y viñeras que no acababan de admitir el fin del sueño.

Terminó la apoteosis. Caminamos lentamente para emprender el regreso a la realidad. En nuestro interior, sentimos cómo la memoria recibió el encargo del corazón de no olvidar jamás los  momentos vividos. La Virgen habitaba ya su hogar de cada día, y pocos minutos después de su última recogida, el cielo de Andalucía lloró emocionado sobre Cádiz.

Fotos: Jose María Corcuera

Antonio Muñoz Maestre, Pregonero de las Glorias de Sevilla 2005 










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