X Años de Arte Sacro. Diez años con los enfermos. Antonio Gila Bohórquez
Y es que a veces, la mera casualidad del tiempo antepone sus exigencias y caprichos a la calma relativa de nuestra vida. En Sevilla, ésta, se torna de una coloración y estado mucho más animoso, expresivo y cordial. Los que sentimos nuestras tradiciones como el ápice de alegría y bienestar, de emoción y pasión. Se vive, se siente y, así, queremos que sea.
La espera de tan sólo un día, un momento en el que encontrarnos con nuestra devoción o el simple recuerdo evocado entre cirios, candelabros de guardabrisa y ciriales. Acercarnos a una esquina o una plaza para revivir el abrazo con aquella madre, aquella sonrisa con un amigo o aquel beso primerizo con un amor, ante el paso decidido de una Imagen. Adentrarnos en un Templo para plantar nuestras inquietudes en la peana perfectamente adornada de un Besamanos o Besapie, año tras año, y siempre mejor.
Cuánta vida surca Sevilla con nuestras tradiciones entre naranjos florecidos de un azahar primaveral o cargados del fruto cálido del invierno. En el calor o el frío, abrigados o más frescos. Da igual cómo sea, si es Sevilla aquella que se expresa.
Y en el tiempo se sumergen quienes portan en su recuerdo numerosas noches a la espera de las doce en punto, para actualizarse, saber de su Ciudad, conocer lo que les rodea. Un teclado, la luminosidad de un monitor y un instante álgido y adecuado para adentrarse en la actualidad cofrade y formarse como persona y cristiano. Cuántas noches protagonizó Artesacro el primer sueño. Diez años desde aquella Pasión Digital que enmarcara, en el sabor de muchos, los aires que más nos gustan para comenzar un nuevo día tras la estela ineludible del buen hacer de un equipo humano luchador y, siempre, vencedor.
Sin embargo, la vida a veces trunca la necesidad diaria de respirar con tranquilidad. La huella pacífica de cada primavera, verano, otoño o invierno, puede apagar el pabilo y hacer de la cera, seca y endurecida. La llama inexistente y los cuatro zancos, al suelo. La enfermedad flagelante para muchos, hace perder esa ilusión, sentimiento y pasión que tanta veces vio nacer el corazón de un cofrade. La voz puede apagarse y los sentidos dar apariencia equívoca de lo que captan. La enfermedad de las casas, las residencias, las calles y los hospitales. La enfermedad que pueda suplir el hueco dejado por la esperanza de seguir siendo cofrade, ¿o no?
Tuve una vez entre mis manos, el calor de una historia que, a día de hoy, busca el merino y el terciopelo entre las nubes del cielo. Una mujer enfrentada con un muro pesado llamado cáncer y que hizo de sus noches un desvelado rezo incesante para seguir viviendo. Una de las mañanas en las que me disponía a evolucionarla, me pidió que fuera a uno de los actos extraordinarios con una Imagen de la Ciudad, para pedir por ella y su familia. Me extrañó tal situación pues llevaba nueve meses ingresada, cuasi desorientada en tiempo y espacio, sin conexión alguna con el exterior. Le pregunté cómo conocía aquella información de tan actualizada hora, a lo que me respondió: "Lo he leído en Artesacro".
Diez años de trabajo constante dan para mucho. También para curar a las personas y repartir esperanza. Para llegar a todos, estén donde estén.
Sevilla está en deuda con sus cámaras, sus trípodes, sus manos, sus palabras y su noticia. Está en deuda con sus abrazos y sus risas. Con su humildad y sencillez.
Si veis, en alguno de los muchos cultos que nuestra Ciudad prepara durante todo el año, un chalequillo de tonos oscuros con bordados dorados en los que se graba la palabra Artesacro, poned en vuestras palabras un gracias. Son médicos que llevan el amor a Cristo y su Madre en Sevilla en cada una de sus guardias comenzando en el primer segundo de cada día cuando marcan las doce de la madrugada.
Gracias mi querido equipo de amigos de Artesacro y felicidades.
Foto: Francisco Santiago.