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Provincia. Brillante recuperación histórica del Descendimiento en Cantillana


Arte Sacro. La tarde noche del domingo 30 de marzo de 2014 pasará a la historia de Cantillana por una ceremonia de gran solemnidad y de profunda espiritualidad.  La multitud que estuvo presente, a pesar de la lluvia, tuvo el privilegio de asistir a un acontecimiento excepcional e histórico. Con la recuperación del acto ancestral del Descendimiento en la cofradía de la Soledad, los hermanos y fieles presentes revivieron todo el peso de la historia y el esplendor de épocas antiguas, en una función de gran solemnidad y calado devocional, que tuvo dos partes bien diferenciadas pero estrechamente relacionadas.

En primer lugar, en un templo abarrotado de fieles como hacía mucho que no se veía, dio comienzo la solemnísima Misa de Acción de Gracias por la finalización de la restauración y la reposición al culto de la antiquísima imagen del Santísimo Cristo del Sepulcro. Fue oficiada por Don Francisco Hugo Aurioles de Gorostiza, párroco de San Francisco de Asís de Rute y concelebrada por nuestro hermano D. Álvaro Román Villalón, Arcipreste de Marchena, y por D. Fernando Reyes Rico, párroco de Alcalá del Río.

La cuidada liturgia estuvo acompañada por capilla musical de órgano y el tenor José Antonio Ferrari Reina, hermano de la Soledad, y asistida por ceremoniero, sacristán y acólitos. El Altar, revestido de un bello frontal penitencial de damasco, se ubicó justo delante de la imagen del Cristo crucificado, en una acertadísima disposición litúrgica en la que el Crucifijo, centrado sobre el Altar, da pleno sentido a la celebración eucarística del sacrificio de Cristo.

Sobre el altar, desnudo de flores, se dispusieron seis candelabros de cera blanca. Al celebrarse la liturgia correspondiente al cuarto domingo de cuaresma, llamado de Laetare, el oficiante iba revestido de la característica casulla rosa, tan peculiar de esta jornada, mientras los concelebrantes revestían casullas moradas penitenciales. Todos los sacerdotes vestían ricas albas de encajes.

Tras la predicación se procedió a la liturgia eucarística, que por las especiales circunstancias de la ubicación del Altar, se celebró de cara al Crucifijo, en este caso la Imagen del Señor Yacente, como se hacía en el antiguo rito de la Misa. Asimismo la doxología y la oración del Padre Nuestro se enunciaron en latín. Finalizada la Santa Misa, en la que estuvieron también presentes las autoridades y representaciones de todas las hermandades de Cantillana, se procedió a la retirada del altar y preparación del propio sermón del Descendimiento. Fue entonces cuando la iglesia quedó a oscuras iluminada sólo por las velas del altar.

Los sacerdotes pasaron a la sacristía para cambiar sus ornamentos litúrgicos, por capa pluvial y casullas negras, mientras que sonaba el órgano. Entonces se ubicaron tras la Cruz las escaleras y los cuatro hermanos de la junta que tuvieron el privilegio de hacer las veces de Santos Varones.

Tras una monición de entrada, leída por el secretario, recordando los orígenes y el sentido de esta ceremonia, volvieron al Presbiterio los sacerdotes y dieron comienzo al sermón. Se inició con la reverencia a la imagen del Señor y con la señal de la Cruz y el acto de contrición. Seguidamente se dio lectura conjunta, por los tres sacerdotes, a parte de la Pasión de Jesús según San Juan, como suele hacerse en los oficios del Viernes Santo.

Posteriormente se inició el sermón panegírico, pronunciado por el mismo oficiante de la Santa Misa, usando como base uno de los sermones del Viernes Santo, más conocidos, el de San Juan de Ávila. En primer lugar, se inició con una profunda meditación sobre los dolores y angustias de la Santísima Virgen en el momento preciso de la muerte de Cristo en la Cruz. Así mismo también se hizo alusión a los tormentos del Señor en la cruz para finalmente terminar meditando sobre el momento preciso del desenclavo y descendimiento.

Fue aquí cuando dos de los Santos Varones, subieron a las escaleras y colocaron el sudario alrededor del cuerpo de la imagen, entonces, el sacerdote ordenó retirar el INRI de la cruz, que fue recogido por el sacristán revestido de sobrepelliz en una bandeja de plata, así mismo la corona de espinas que también fue depositada en la bandeja. Comenzó aquí el ejercicio de las Cinco Llagas del Señor enriquecido con las meditaciones del predicador. Sonó el martillo para desclavar el clavo de la mano derecha y quedó descubierta la llaga de esa mano sobre la que continuó la exhortación. Así ocurrió con la mano izquierda, con los pies y finalmente con la llaga del costado, causando grandísima impresión a los fieles el momento del descendimiento, en el que todos, en pie, y con un profundo silencio recibieron la imagen del Señor que fue depositada por los Santos Varones en unas parihuelas al pie de la Cruz.

En ese momento se presentó el cuerpo inerte del Señor a la Santísima Virgen de la Soledad con una profunda y emotiva meditación con numerosas alusiones a prefiguraciones del antiguo testamento como el sacrificio de Isaac, y con paralelismos de ese trágico momento, con el momento gozoso la anunciación.

Seguidamente los otros dos sacerdotes procedieron al ritual de lavatorio, unción, asperge e incensación de la imagen del Señor ya descendido. Sobre el cuerpo inerte del Señor se esparcieron pétalos de azahar para después amortajarlo con la preciosa mantilla que tradicionalmente sirve de sudario.

Tras esto, entre los acordes del órgano, se inició la procesión fúnebre de traslado al sepulcro, en esta participaron numerosos hermanos de la cofradía. Se inició con la bellísima cruz de guía de la manguilla, adquirida recientemente por la hermandad, escoltada por faroles. Proseguían dos filas de hermanos con cirios, el estandarte de la cofradía acompañado de dos varas, la presidencia con el hermano mayor, el teniente hermano mayor y el mayordomo portando cirios. A continuación, acólitos con dalmáticas negras llevando el incienso y cuatro ciriales escoltaban las andas con la imagen del Señor, portada por los cuatro hermanos que hacían las veces de Santos Varones.

Tras las andas se incorporaron los sacerdotes con casullas negras y el oficiante con riquísima capa pluvial negra, bordada en oro, procedente de la Parroquia Matriz de la degollación de San Juan Bautista de Marchena. El maestro de ceremonias y el sacristán asistían  con sobrepellices y todos ellos iban entonando en latín el salmo 50, el conocido “Miserere”, cuyas estrofas se alternaban con cantos penitenciales del tenor y el pueblo acompañados por el órgano.

Finalmente se cerraba la procesión con el palio negro de respeto, portadas sus seis varas por los hermanos mayores de las hermandades locales y tras él, cerrando el cortejo, las autoridades de la Villa portando cirios.

La procesión recorrió todo el perímetro de la nave central del templo. Se inició en la nave de San Juan y prosiguió por el pasillo lateral alfombrado, formado al unir las bancas en el centro. Cuando se llegó al lugar donde estaba situado el sepulcro, ante el altar de la Magdalena, los hermanos con cirios se colocaron formando un gran semicírculo enfrente de la urna. Cuando llegó la imagen del Señor se colocó en el centro y de allí fue trasportada por los hermanos al reluciente y recién restaurado sepulcro, orgullo de esta cofradía, que abrió de nuevo sus puertas para recibir a la sagrada imagen. Mientras se introducía al Señor, quedaba depositado y se cerraban las puertas de la urna, se entonó el responsorio Cristus Factus est, a la vez que el oficiante incensaba la imagen, momento también muy emotivo y solemne.

Con la oración final, y el canto de la Salve Regina a la Santísima Virgen de la Soledad, concluía tan brillante ceremonia que, por su profundidad espiritual y detallado ritual, parecía más propia de otras épocas o siglos; Imposible de olvidar por quienes tuvieron la dicha de asistir y participar en ella, esta solemnísima función hizo a todos rememorar los orígenes, de nuestra religión y de la cofradía, ser testigos del Calvario, y del drama sagrado de la tarde del Viernes Santo.  

 

Actos previos de presentación de las restauraciones de la imagen del Señor y la urna procesional

Al atardecer del miércoles previo había llegado a Cantillana la imagen del Señor tras su proceso de restauración en Sevilla, que se había prolongado durante ocho meses. Así mismo, la noche del viernes, quedaba concluido también el complejo proceso de restauración del sepulcro rocalla de esta cofradía. En la mañana del sábado ambas piezas quedaban expuestas en el interior de la Ermita para la contemplación de todos los hermanos y cantillaneros.

La imagen del Señor lo hacía desde el presbiterio del Altar Mayor, expuesto como crucificado gracias a la recuperación de sus articulaciones primitivas, en una cruz que se estrenaba para la ocasión realizada en madera en la carpintería “la tahona” por José Luis Palomo Blanco y Joaquín Ortiz Muñiz. El Cristo se mostraba entre seis hachones de cera de color tiniebla luciendo las antiguas potencias de plata, restauradas por el joyero Lucio Rodríguez García, y corona de espinas plateada.

La reluciente urna quedó ubicada sobre el paso de San Sebastián, delante del retablo de la Magdalena teniendo como fondo un bello dosel de terciopelo negro bordado en oro, formado por los faldones del paso de la Virgen. En su interior se disponía ya, esperando acoger la imagen del Señor, el antiguo colchón y almohadas bordadas en oro, que también han sido restauradas para la ocasión por el bordador José Benito Molero López.

Durante todo el día, numerosas personas acudieron a la Soledad para contemplar estas dos señeras piezas del patrimonio artístico de la hermandad, felizmente recuperadas y mostraron su admiración por el fabuloso resultado de las intervenciones.

A las siete de la tarde, dio comienzo en el Santuario una conferencia pronunciada por los restauradores de ambas piezas y presentada por el prioste de la Soledad, José Naranjo Ferrari, pintor y profesor de Bellas Artes. En primer lugar intervino Miguel Ángel Fernández Pérez, restaurador de la imagen del Santísimo Cristo Yacente que expuso el complejo proceso al que se ha sometido la escultura, utilizando para ello la proyección de numerosas fotografías en las que se podía contemplar la evolución del proceso, las comparativas del estado previo y actual de la imagen y las desafortunadas intervenciones a las que anteriormente fue sometida y que en parte contribuyeron al mayor deterioro del Cristo.

A continuación intervino el restaurador del Sepulcro, Antonio López Hernández, historiador del arte y gran conocedor de la historia y el patrimonio de la cofradía, expuso también ilustrado por fotografías la envergadura de esta intervención y las distintas fases que ha tenido: consolidación estructural, limpieza, ensamble y pegado de todas las piezas, reposición de los elementos perdidos y recuperación de la policromía original y reintegración de la misma, así como limpieza y reintegración del oro fino. La urna se completará en próximos días con cuatro bellos remates en las esquinas superiores. Se trata de cuatro pirindolas rocallas, talladas en madera de cedro y doradas en oro fino obras del escultor local, Luis M. López Hernández.

Al terminar el acto, el restaurador del sepulcro, hizo entrega al hermano mayor, D. José Campos Rondón, de la llave del mismo del que ha sido custodio durante los meses que ha durado la restauración, para que a partir de ahora, el hermano mayor sea quien la guarde, mientras que el Señor esté en su interior.

Por último, la mayoría de los presentes que llenaban casi la totalidad del Templo, se acercaron a contemplar las dos obras restauradas y expresar sus felicitaciones y enhorabuenas, tanto a los restauradores como a la propia junta de gobierno y a las personas que con su colaboración y donaciones han hecho posible estas recuperaciones históricas y la magnificencia de la función solemne y del Sermón del Descendimiento.

Fotos: Luís Orquín Domínguez










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