Salsa incienso. Carlos Colón. Diario de Sevilla

Tienen para ello sus gargantas profundas en los entornos de las juntas de gobierno (las llamadas "oposiciones" les vienen estupendamente) o incluso dentro de ellas, multiplican sus oídos a través de un ejército de sayones fijos en todas las tertulias de los bares kofrades y recorren con avidez los foros caspillitas. Necesitan tanto de disensiones entre miembros de juntas de gobierno, diferencias entre hermanos mayores, roces entre corporaciones, enfrentamientos entre candidaturas y discrepancias con el Consejo o la Iglesia, como los periodistas del cuore de divorcios cruentos, peleas entre padres e hijos, enfermedades o ruinas.

Si se limitan a las juntas de gobierno y sus entornos, el Consejo o los tradicionales conflictos con algún clérigo o con "Palacio", la cosa no pasa de ser una reproducción magnificada del antiguo chismorreo de taberna. Pero si de lo que se trata es del patrimonio, y sobre todo de las imágenes sagradas, el daño puede ser inmenso. Y esto, desgraciadamente, es lo que está pasando con el tratamiento que se está dando en muchos casos a la restauración del Gran Poder. A este tipo de información parece convenirle que esté llena de riesgos e incertidumbres; que se den graves disensiones en el seno de la junta de gobierno y entre ésta, los hermanos y los devotos; y que haya discrepancias entre los restauradores o entre la hermandad y la Junta. Tanto, que si los hay se exageran y si no los hay se inventan.

La realidad es que la imagen del Señor no está en peligro inmediato; que los técnicos que hasta este momento están interviniendo en los informes previos poseen la máxima cualificación y experiencia en la restauración de imágenes sagradas, lo que garantiza una intervención, no sólo rigurosa en lo estrictamente artístico, sino respetuosa en lo devocional; que no hay enfrentamientos; y que las decisiones sobre la restauración la tomarán los hermanos, previa exposición de la rigurosa información avalada por esa incuestionable profesionalidad de los restauradores, en un cabildo general. Toda otra cosa es chismorreo malintencionado, distorsión interesada o maledicencia de brocha gorda.