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El alma de la mujer en la obra de Ricardo Summers Ysern, Serny. El cartel de las Fiestas Primaverales de Sevilla en 1956.


José Fernando Gabardón de la Banda. A la hora de crear lo que consideramos una obra de arte converge un gran número de factores a la hora de concebirlo, que va dese el gusto estético del pintor, la habilidad como artista, la finalidad de la obra creada, hasta el propio mecenas o contratista de la obra. No es solo un léxico, un lenguaje propio lo que lo produce, es la plasmación de la conciencia de crear del propio artista. Son sus propias experiencias las que definen el contorno de una obra, cual es el recorrido de su propia creación. Una obra conseguida es una obra de reflexión constante, de una dinámica que va más allá de una habilidad de componer, es el resultado de un proceso, de una acumulación de vivencias, que convergen en una línea del tiempo que se sale de lo rectilíneo, que busca descubrir nuevos caminos en la experiencia de la transformación de la propia materia.

El arte de crear va más allá de lo puramente mental, de un mero mecanismo neurológico, sino que por el contrario va definiéndose en el seno de unas emociones que son sus verdaderos ingredientes. De esa manera el artista se va enamorando de su propia obra, lo va moldeando, va caminando detrás de ella, buscando su propia esencia. La inspiración se sustrae no solo a una mera reflexión académica que superflua lo concebido, sino que por el contrario el artista vuelca de su interior lo mejor de si mismo, su propia condición humana.

En ese proceso de creación, la materia se va moldeando, se va cambiando tras horas y horas, días y días, en un tiempo inmóvil, sin marcas, hasta que surge de sus manos, de su propio espíritu creador, la propia obra. A modo de la fragua de Vulcano, el mito de la creación queda concebido en el taller de cualquier artista. Es el texto bíblico del Génesis, el texto por antonomasia, el paradigma infinito de lo creado, el dialogo entre el creador y su obra, la revelación de su propia obra ante sus propios ojos. Cualquier materia es válida, puede ayudar a llevar a la realidad lo que concebimos en nuestro interior.

Es posible que en el mundo contemporáneo se haya generado una verdadera divergencia de formas de crear, de concebir una obra, en múltiples posibilidades de caminos que ha ido generando a lo largo de su vida. No cabe duda que se ha ido desalojando del carácter de un simple artesano, de mero repetidor para concebirse en un verdadero maestro. Y es posible que esa naturaleza creadora, de un demiurgo pleno lo podamos contemplar en la obra gráfica y las pinturas de Ricardo Summers Ysern, Serny, un artista cuya obra en sí misma define la concepción de la obra de arte.

Fue aquel año de 1956 cuando el Ayuntamiento de Sevilla optó por este genio del retrato y la ilustración para realizar uno de esos carteles que no dejarían indiferente al mundo artístico, el cartel de primavera de Sevilla. Se trataba ya de un artista consagrado, cuyo recorrido había transcurrido desde su habilidad como ilustrador, que había comenzado en los años veinte, en algunas revistas como Blanco y Negro, la Esfera, Nuevo Mundo, Argos o Cosmópolis, hasta la colaboración en revistas culturales, como la Esfera Literaria o el Mundo Hispánico, sin olvidar la huella que dejaría en la prensa infantil.

Una amplia nómina de exposiciones había dejado atrás hasta este año, desde que en 1927 hubiera participado en el X Salón de Humoristas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, en la Nacional de Bellas Artes del Palacio del retiro de Madrid, en el año 1930, 1932 y 1934, hasta la más cercana en los Salones Macarrón de Madrid en 1948, con la denominación de Serny, pintor de niños.

En estos años se había ido concibiendo una obra singular, lejos de convencionalismo, un artista especial a la hora de concebir el retrato, y especialmente unas dotes de dibujante que no dejaban indiferente. Una producción en si misma que recogía el espíritu creador de una época, la de la posguerra, en la que fueron integrándose amplios grupos de artistas entre los que se encontraba Bartolozzi (1882-1950), Echea (1884-1959), Rafael de Penagos (1889-1954), verdaderos genios de la ilustración gráfica, que como podemos comprobar murieron a mediados del siglo, antes de que dejara Serny su famoso cartel.

Como ellos, Serny optó por un arte libre en la que pudiera desplegar todo su sentir creativo, por lo que el mundo del dibujo plasmado en la configuración de ilustraciones gráficas fue el verdadero espacio donde podemos apreciar ya al artista enamorado de la vida cotidiana, del circo, los carnavales, las verbenas, todo aquello que respiraba vida, alegría de vivir, quizás un verdadero ensayo para dejarlo plasmado más tarde en un cartel primaveral en una ciudad como Sevilla, en la que las emociones se disparaban.

Es la figura de la mujer la que le va a interesar en todo su recorrido artístico, sin ningún tipo de complejo, la mujer de la modernidad que intenta ya caracterizas desde sus primeras composiciones de los años veinte, un verdadero mago del alma femenina, aunque coartado en cierta manera en su libertad expresiva en estos años de los cincuenta, desplegando definitivamente a partir de los setenta, en la que, de una mujer estilizada, refinada pasaría a una femenina sutil, de tintes liberadores.

De esta manera podemos apreciar quizás ese proceso creador que iba emergiendo en el artista, aunque no había terminado de romper en una verdadera modernidad, por lo que en las obras de los años cincuenta todavía podemos encontrar matices en que convergían algunos puntos de inflexión. El cartel de las Fiestas Primaverales de 1956 lo realizaría en un momento decisivo en su vida artística, cuando su pintura comienza a dar constancia de una evolución estilística, que lo convertiría con los años en uno de los grandes creadores figurativos del arte contemporáneo español. Se formó en su ciudad natal, el Puerto de Santa María (Cádiz), un pueblo costero que ya empezaba a desarrollarse con la amplia producción de vinos, allá en su año de nacimiento de 1906. Nació en el seno de una familia pudiente, ya que su padre, Francisco Summers, era magistrado de profesión, y su madre, María del Carmen Isern.

No estuvo mucho tiempo, ya que, con solo cuatro años, juntos a sus cuatro hermanos, se trasladarían a Córdoba, para finalmente acabar en Madrid, aproximadamente en 1914, en un sector ennoblecido, en el entorno de la iglesia de San Francisco, el grande. En 1919 su tío Tomás inauguraría una casa de arte en la calle de las Infantas, donde probablemente no dejaría indiferente al futuro pintor. Y es que su tío ya en 1921 habría publicado el primer periódico infantil, Pulgarcito, dejando impregnado ya por los personajes que contenía.

Su afición por el dibujo se despertaría en esta fase de la vida, de manera autodidacta, como los grandes creadores, que van formándose día a día. Estudio en un colegio de la calle Bailén, prosiguiendo en el Instituto de San Isidro, en una incipiente adolescencia en la que ya con catorce años publica su primer dibujo. A ello se une que pocos años después iría a modelar en las clases de dibujo de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. En 1926 comenzaría a estudiar Derecho en la Complutense de Madrid, obteniendo la licenciatura en 1930.

A la misma vez, va a ser un tertuliano de muchas reuniones de artistas, como el del Café Lyon d´Or de la calle de Alcalá, y posteriormente frecuentaría ya en la década de los cuarenta el famoso Café Gijón. Son los años en que comienza a vincularse al mundo ilustrado, de los gráficos, especialmente el dibujo humorístico, muy cultivado en España en los años veinte. Es quizás en el mundo de las portadas de las ilustraciones de libros donde Serny crea un mundo mágico en la que prima un sabor vanguardista de la imagen figurativa, en la que se esconde la plasmación de la imagen de la mujer, en infinidad de publicaciones, de las que me voy a detener las que realizaría para la portada de algunos ejemplares de la revista Nuevo Mundo.

En esta ocasión, Serny se aleja de la mujer folklórica, localista, dotándola de un aire cosmopolita, y que vuelve a repetir en la revista la Esfera, en los años 1928 y 1930. De una gran prestancia es la ilustración que publica el 15 de diciembre de 1928, en la que aparece mujeres muy estilizadas, de formas alargadas, en una escena circense.

Los años treinta son los que consagran definitivamente al artista, en las que participa ya en las Exposiciones Nacionales, siendo la primera, la de 1932, cuando tiene ya 22 años, en la que participa con tres obras, Flor del Trópico, Katia y Ballet Ruso, en la sección de Arte Decorativo.

Ya en la segunda, en 1932, en la que ya el crítico César González-Ruano le dedica unas palabras de elogios, junto con otros artistas como Alfonso Ponce de León, José Cobo Barquera y Martín Durbán. Y allí el crítico arroja una frase ya mítica, Serny va al cine, ensalzando el sentido vanguardista de la obra del joven artista, con la obra presentada Claudette, una excepcional versión de una mujer recostada, envuelta en su sentido enigmático, donde muestra ya algunos rasgos fisiológicos que se iban a mostrar en su amplio número de ilustraciones.

Y es que estaba concebido como ya apunta César González como todos los suyos, una técnica de cartel, una técnica de colores planos, tomando todos los elementos de un preciado modernismo y los da forma y fórmula contemporánea. En la Exposición de 1934 vuelve otra vez a mostrar su habilidad como creador artístico, presentando el cuadro Carlota y su pajarito, en la que demostraría su firmeza creativa en el mundo de la infancia, y una vez más la crítica artística le muestra prestancia a su obra, como en las páginas del Blanco y Negro en la que manifiesta que en esta Exposición hay un gran número de nombres nuevos, que apuntan no poco bueno y de condiciones notorias, entre los que se encontraba el nombre de Serny.

La pintura mural comienza a ser cultivada ampliamente por el artista, siendo su primera muestra en 1941 en el Primer Mercado de Artesanía, comienza a utilizarlas, destacando una de ella, una preciosa composición donde se muestra un árbol con los distintos oficios artesanales posándose a lo largo del amplio ramaje, a la que se uniría una segunda en donde muestra una excepcional composición cuyos protagonistas son mujeres muy estilizadas, en la que observamos ya algunos de los rasgos que va a utilizar en la modelo del cartel de Feria.

Sería ya en los cincuenta cuando va a mostrar sus mejores producciones, como la que realiza en 1952 en París para la Oficina de Turismo Español, en la que resuelve la escena de una tarde de toros, en la que nuevamente vuelve a ofrecernos a la mujer española, a modo de goyescas, en la que volvemos a precisar algunas notas preliminares del icono femenino utilizado en el cartel sevillano. Más cercano a una ilustración gráfica, sería las pinturas murales de la Oficinas de Renfe en París, fechable hacia 1950. En el mismo año realiza un precioso mural para la Oficina de Turismo Español de Nueva York, en el que representa sobre el mapa de España grupos folklóricos de todas las regiones de España, una verdadera muestra de exaltación de la identidad nacional. Excepcional sería la pintura mural que realizaría para el vestíbulo de la empresa nacional ATESA en Madrid, donde vuelve a mostrarnos a la figura de la mujer.

Sería en el mundo del cartel donde comienza a perfilarse como una de sus grandes figuras. La irrupción del cine durante los años 30 daría lugar al desarrollo de cartel cinematográfico, que daría lugar al auge de un nuevo género artístico, en la que se convierte en un genial creador. De esta manera va a ir concibiendo un verdadero modelo de cártel, en las que mostraría unos excepcionales dotes narrativos, y sobre todo en el tratamiento de las figuras femeninas, como podemos contemplar una de sus primeras obras, el referente a la película el embrujo de Sevilla, película dirigida por Benito Perojo, en la que recrea un excepcional retrato de mujer muy sensual, mirando a través de una ventana, la silueta de un galán ataviado con sombrero de ala ancha.

Es un cartel impregnado de intensos colores, llena de una excepcional vivacidad compositiva. Una película que por cierto se rodó una parte de ella en Sevilla. Un año después volvería a desplegar su talento en el cartel de la película la Bodega, una versión de la novela homónima de Blasco Ibáñez, por lo que ganó el I Premio que se organizó para realizar el cartel anunciador. En 1932, nos dejaría muestra de otra gran obra, el cartel que anunciaba la película el Sargento X, y París Mediterráneo, en la que incorpora una revisión de la imagen de la mujer, mucho más sensual, más vistosa, a la que le irrumpe un vistoso juego de colores.

Y sería en 1934 cuando realiza el más sensual de los carteles, para la película el amor que necesita las mujeres, una imagen de la actriz Olga Tchekowa, en la que asume sin ninguna duda el preciosismo sensual del icono representado. Curiosamente utilizaría el color verde en los ojos de la mujer para acentuar su mirada. Un modelo que iría repitiendo en películas posteriores como Vidas Rotas, película de 1935 en la que aparecen dos sugerentes retratos de las actrices Maruchi Fresno y Lupita Tovar, intensificando en trazos sueltos la intención de la mirada. Una larga lista de carteles que proliferaron durante la primera mitad de los años treinta hasta la irrupción de la Guerra Civil, en la que el artista ya había ido creando en si mismo una idealización del propio retrato femenino.

En 1951 realiza un singular cártel, la dedicada a la película la Ronda española, del director Landislao Vajda, en la que reafirma el poder de convicción visual de su obra, al mostrar una sensual mujer, con un rostro muy perfilado, a modos de simples trazos, muy en la línea compositiva que iba a reutilizar en el cartel de Feria de Sevilla de 1958. El cartel publicitario se convertiría a su vez en una de los géneros artísticos emergentes en estos años, en la que Serny volvería a dejar una buena muestra, ya que su habilidad compositiva, así como su propia fuerza narrativa lo convertiría en un auténtico cultivador. Sería el cartel que en 1933 realizaría para el Instituto Nacional del Vino, después de haber ganado el correspondiente concurso, en la que nuevamente mostraría a la mujer como la verdadera protagonista, ya que se puede vislumbrar de perfil su rostro, mientras que su compañero, lo oculta bajo su sombrero de ala ancha. El precioso dibujo perfila una sinuosa silueta, en la que se aprecia un rostro muy sintetizado, muy en la línea con lo que posteriormente iba a repetir en el cartel primaveral sevillano.

Los años de la Guerra civil fueron muy duro para el artista, que aunque no había pertenecido a ningún partido político, fue amenazado varias veces por haber colaborado con Prensa Española y la elaboración de algunos carteles de algunos partidos políticos de tendencia conservadora, como Acción Popular, por lo que primero tuvo que refugiarse en casa de su novia, y posteriormente se exilia a Francia, aunque por poco tiempo, ya que en 1938 vuelve a San Sebastián, afiliándose en el ejército como alférez, recobrando su papel de cartelista ya que trasladado a Sevilla, llega a ser locutor de Radio Sevilla, volviendo a colaborar como ilustrador en varias revistas.

Finalizada la Guerra volvería a casa de sus padres en Madrid, volvería a reiniciar su carrera artística, Ya en los años cuarenta volvería a mostrar su genio creador con un gran número de obras en el arte del retrato, en la que los niños y las mujeres son sus verdaderos protagonistas. En 1944 comienza a organizar exposiciones individuales de su obra, y volvería al mundo de la cartelería. Incluso fue anunciador de la Feria del Libro de Madrid, obteniendo premios en 1941 y 1944, siendo este último elogiado por Eugenio D´Ors, que lo califica como un cartel admirable (…) está en la calidad genérica arquetípica que ostentan a los personajes.

Y una vez más entre un grupo de personas en primer plano, aparece la silueta de dos mujeres leyendo de una ternura compositiva. Y no debemos de dejar atrás la importancia que fue insertándose el cartel festivo en estos años, siendo el anunciador de la Fiesta de San Isidro, del que se convierte en un verdadero especialista, un verdadero creador del género. Sería galardonado en muchas ocasiones, ganando el primer premio en 1945 y 1957, y el segundo durante los años 1946, 1947 y 1949. Sería en el de 1949, con el nombre de A la pradera, el que concibe una verdadera obra maestra, al situar los retratos de dos mujeres ataviada para la romería, una mirando sensualmente al espectador, con la ermita de San Isidro al fondo. La de 1947 está conservada en el Museo Municipal de Madrid, muestra una joven pareja, agarrados del brazo, en la que nuevamente la mirada enigmática de la muchacha envuelve a la escena, situando la famosa visión goyesca de la muchedumbre en la pradera.

Durante los años cincuenta comienza a proliferar en su obra el cartel taurino, otro de los géneros que había ido teniendo un amplio desarrollo en los últimos decenios. Sería galardonado con el segundo premio en 1953 para anunciar la Corrida de Toros de Beneficencia de Madrid, y con el primero en 1954, en la que nuevamente pondría como verdadera protagonista a la mujer, esta vez ataviadas con peinetas cubierto con velos, dándole un ámbito de misterio, muy característico de su obra, la goyesca y prerromántica como así señalaba Mariano Sánchez de Palacios.

Los carteles festivos primaverales empiezan a ser incorporado en la obra de Serny a mediados de la década con el que realizaría para las fiestas primaverales de Sevilla en 1956 y para la romería del Rocío en 1957, que una vez más la mujer volvería a ser la verdadera protagonista de la composición. Y es por consiguiente un artista consagrado en el arte del cartel y en el homenaje a la mujer la que se proyecta en el cartel primaveral sevillano.

El cartel de 1956 refleja sin ninguna duda una verdadera exaltación de la figura de la mujer, sin ninguna duda la verdadera protagonista de toda la composición, vestida con un sensual vestido de flamenca de tonalidad blanca, dejando los brazos desnudos, con un sensual talle de líneas sinuosas, una mujer atrevida, que se despegaba del convencionalismo de muchas composiciones. La mirada muy fija, con ojos atrevidos, marcados por sus surcos ovalados, con los trazos de cejas alargadas, cautiva al espectador. Una singular flor, de tonalidades rojas, combina perfectamente con el pelo moreno de cortes flequillos, recuerda el periodo de su obra de los años treinta. 

En las manos porta un abanico, con dedos muy finos, alargados, que resume la convicción personal del tratamiento del artista. La gitana se ubica a eje de la composición, dejando a un lado una visión de la Semana Santa, con el correspondiente paso de palio al fondo, con un grupo de nazarenos de túnicas moradas en primer término, mientras que en el otro extremo, una silueta de casetas y un jinete montado con una gitana a la grupa, escenas muy habituales en el mundo de las fiestas primaverales que ha sabido combinar con la especial delicadeza de buen narrador. La impregnación de un intenso colorido resuelve aún más la concepción de la composición, así como el añadido a la inscripción del rótulo de Sevilla, en letras mayúsculas, de tonalidades azuladas, con ramos de flores, un detalle anecdótico que acentúa su acento narrativo.

Su integración en el llamado Grupo de Madrid fue determinante en la evolución que tendría su pintura en los años centrales de los cincuenta, una promoción de artistas de diversas tendencias que respondía a convencionalismos de ruptura con la impronta clásica. Su pintura comenzaría a definir una pintura sensual, exquisita en los tratamientos figurativos, en la que la belleza suscitada de la mujer sería la verdadera triunfadora. Desnudos en la intimidad, peinándose, ante el tocador, o al mismo tiempo sus famosas goyescas, las mujeres del circo o las escenas carnavalescas desatarían una vez el asombro de la crítica.

Quizás el retrato de esa mujer insertada en el cartel de las fiestas primaverales de Sevilla quedaría encerrado en los umbrales del tiempo, pero quizás representara en sí mismo la culminación definitiva de un proceso de creación sobre la belleza de la mujer gitana que le llevaría a reiniciar nuevas experiencias que culminarían en sus últimos años de su producción. En 1995 Senny moriría en Madrid, dejando atrás un amplio legado artístico. Sería quizás uno de los creadores de la figura de la mujer en el arte. Quizás la anónima mujer del cartel de primavera de Sevilla de 1956 encierra sus propias palabras: Los ojos como ninguna otra forma expresiva, ofrecen el retrato más completo de un pensamiento y de una vida. Pero todo cuadro se pinta ante en el sentimiento. De lo contrario no es posible reproducirlo.

José Fernando Gabardón de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

Este artículo se escribió el 1 de mayo de 2020.

Tratamiento de la imagen: May Perea. Lda. en Bellas Artes










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