Arte Sacro
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Que poquito queda. Le guardamos un sitio. Alberto de Farias Serrano.


 Solo doce años, pero doce ya. Parece que fue ayer cuando les alumbraba el enardecido y expectante estreno como Hermandad de Penitencia. Y ya hay cierto poso de veteranía en eso de aquilatar la sensación que pareciera que lleva toda la vida allí en el Sagrario. Y solo Él lo lleva. Incluso antes que las piedras sobre el que se levantan presidía el altar del antiguo Sagrario Catedralicio y por supuesto es decano del Nuevo. Él solo se bastó para acunar tantos siglos en el regazo que conforma sus manos y su pecho el Sagrado Corazón que les late a este renovado grupo de cofrades llenos de entusiasmo, de vitalidad y de proyectos auténticos. Como el de edificar la solidez y tradición de un culto a un Nazareno que estaba arraigada en el pasado.

Su hechura es más antigua que el Señor de Pasión y del Gran Poder, y  probablemente que la del Cristo de Burgos. Su naturaleza sin embargo precisa de un acercamiento diferente, de una devoción comedida y ritual acompasada. Pero no menos íntima ni intensa. No parece que estuviéramos donde estamos al contemplarle. Sus telas encoladas le confieren una presteza romanticista, como si nos la hubieran traído de otras latitudes. Pero sin embargo era esta la gran visual de la imaginería andaluza y sevillana de antaño. Nada como la integridad y la pureza de una obra de arte en la calle y el Cristo de la Corona realiza su Vía Crucis como venido de otros tiempos. Viene a decirnos humilde y calladamente que Él ya estaba aquí hace cinco centurias llevando la cruz que erigiremos y alzaremos en pocos días a nuestros titulares. A su paso es como si se prendiese en el aire una rancia capa transparente de canela  y vainilla  y la llama de los cirios tuviesen la tonalidad y aquiescencia  de de los de Zurbaran o el propio Velázquez.  No sé si es obra del azar o de la mimesis iconológica de la Sevilla ritual. Pero así sucede.

Penúltimo viernes de Cuaresma y el Cristo de la Corona anticipa el gozo  mesurado  y reposado de un Viernes Santo. Quién sabe si premonitorio.  Sus nuevas andas es el nexo de unión con el esplendoroso futuro que les aguarda. Probablemente sea observado con ojos confusos y dubitativos. Puede que objetivamente les asalten razones de peso. No es óbice por el contrario, que lo de menos es cómo y cuándo se asomen a recoger su testimonio de fe en la calle y realicen el externo acto de exaltación del Camino del Calvario. Fijaos que más que llevarla, muestra su Cruz. Os la señala. Os la guía. Os la presenta como el único camino posible para alcanzar las metas que os propongáis; solo desde el sacrificio es posible llegar a la tierra prometida; a vuestra Casa. A Su Casa y a la del Padre.  Al templo donde podréis despojaros del capirote. Esos que muy pronto nos pondremos para materializar los que llevamos a diario y ellos aun no llevan de momento. Pero llevarán. Por eso miran ya a Hernando Colon, la plaza Nueva Y San Francisco. La enorme expectación que aguarda fiel a su salida sobre las rebajadas gradas catedralicias hará el resto. A buen seguro tienen reservado una papeleta de sitio en la nomina de nuestro censo devocional. ¡Qué poquito queda!

Foto: Francisco Santiago.










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