¡Que poquito queda! El fajín de la Victoria. Alberto de Faria Serrano.

Hace un año regresó como una rosa del Hospital. Le habían resanado el paso de los siglos y el desgaste en su piel del humo que desprenden piadosamente  tantas llamas de fervor y de devoción que se le encienden cada día en el oratorio íntimo de una capilla tan clandestina como recoleta. La patina clara oscura que desvela su desvelo. Su protección permanente. Su sigilo constante. Su misericordia constante. El prodigio de su nácar y el ensimismamiento de su aura montañesina descubrían la misma certeza de una rosa brotada del jardín cigarrero que la adorna. Ni cual el Pali la soñó ni le cantó. Ni cuando el sol del mediodía la bañaba bajo el Ángel de la Fama de la señera fábrica tabacalera.

La cita obligada y anual en el recogimiento del mediodía más allá del rió llega este año tan pronto como ilusionante. Ella quiere que la besemos por lo que perdimos y por lo que ganamos. Por lo que dejamos atrás y por lo que nos espera. Por las lágrimas inertes del reciente pasado y por las alegrías que el futuro nos aguarda. Por los que se fueron y por los que han de venir. Por los que le regalaron todos esos besos sedosos y de oro que, hilvanados con la misma tierna sencillez y delicada humildad de su semblanza, anuda su talle desde esta mañana plomiza de febrero.

Tanto hoy como cuando enmudezca la brisa del equinoccio de la primavera  por el vergel de la Caridad , el divino compás de la bambalina de su palio juanmanuelino, se nos atará como su flamante fajin, un glorioso nudo en la garganta de ser dichosos hijos fieles al refugio de Maria. Hoy como el día del Amor fraterno, acudiremos al refugio de su Victoria. ¡Que poquito queda!

A los cofrades Ignacio y José Manuel.  

Foto: Juan Alberto García Acevedo