Arte Sacro
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Ha fallecido Antonio Gutiérrez Guillén. Francisco Vázquez Perea.


 Me gustaría que no se dejara pasar el fallecimiento el pasado sábado de una gran persona y un gran cofrade que dada su discreción tal vez haya pasado desapercibido para muchas personas.

Me refiero a Antonio Gutiérrez Guillén, joven médico de profesión, perteneciente a una familia de magníficos médicos y cofrades, de entre los que destacaríamos a su padre José María Gutiérrez Goicoechea, aun en activo y asíduo en la Hermandad de los Estudiantes, autor del libro sobre la Historia de esta corporación, miembro de Junta e incansable investigador y colaborador.

Igualmente sus hermanas Africa y Mercedes, esta última la mujer de Juan Ramón Cuerda Retamero, Hermano Mayor de Santa Marta, muy integradas en la Hermandad de Santa Marta, de hecho Mercedes es la mujer de Juan Ramón Cuerda Retamero, actual Hermano Mayor  (nuevo golpe, pues, en el seno de esta Hermandad tras la muerte de Engelberto Salazar) así como otro hermano, José María, es -además de médico, claro- un gran fotógrafo, autor del cartel de Semana Santa de 1980 y vecino -pared con pared- del camarín de la Amargura.

Pese a que personalmente traté poco a Antonio (no así a su padre y hermanos) cada día tengo su firma y el trazo de sus pinceles delante de los ojos pues desde que Antonio Dubé de Luque dejó de pintar los pergaminos de los pregoneros de Semana Santa, le fueron encargados a él, lo cual asumió volcando en ellos la elegancia y la belleza realista propia de sus obras y que los convierte en verdaderas obras de arte.

Precisamente al realizar el del año 2003, en las consultas sobre su ejecución, escuché una frase sobre Antonio que ahora cobra para mí un sentido especial. Un intermediario se refería a la necesidad de incluir en el pergamino la imagen del Cachorro. Y dada la cercanía de Antonio con la Hermandad de la calle Castilla -es el autor también de la inconfundible portada de su boletín, basada en la cerámica trianera- y por ello la cantidad infinita de veces que había salido de su paleta la efigie del Cristo expirante, escuché que "al Cachorro lo pintaba ya con los ojos cerrados: se lo sabía de memoria."

Fue Buzón quien escribió aquello que consecuentemente se ha cumplido ahora en Antonio, despues de tanto fijarse en el y retratarlo, aquello de "Cachorro de la agonía / enséñame tu a mirarla / para que sepa aguantarla / cuando me llegue la mía". No en vano el mismo último trecho de su existencia supo de duras pruebas, por la salud de otros seres queridos, y ello junto a este inesperado desenlace es algo que hace tambalear con dolorosas preguntas nuestros cimientos. Quizá el Cachorro le haya puesto el precio caro de los elegidos a este final temprano de su vida. Y quizá sea un atrevimiento escribir que esta muerte haya sido precisamente eso, cerrar de nuevo los párpados y verlo como siempre solía... reconocerlo pero ya en la realidad del más allá.

A la precisa hora que el Gran Poder era trasladado al convento de las capuchinas su cuerpo le era devuelto al Padre. Y desde ese momento, en mi hogar, el trazo resuelto y convencido con que se avanza desde la pared y desde el pergamino, hasta lo cotidiano de mi vida familiar ese Cachorro tan vivo y realista que quiso regalarme, siento que la luz de sus pinceles no ha muerto, cobra nueva vida como ejemplo que nos recuerda que nuestro mundo cofrade es al cabo un paisaje cuya belleza y colorido, no sus sombras, debemos saber mostrar. Como el hizo, tan calladamente.

Descanse en paz, Antonio Gutiérrez Guillén. Porque si sus ojos se han cerrado para siempre es que sigue pintando eternamente al Cachorro.

Foto: Francisco Santiago.










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