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Provincia. Nuestro Padre Jesús Nazareno de Carmona, omega de oro


 “Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del señor, ley perpetua para todas las generaciones.” (Éxodo 12, 14) Esta prescripción de libro del Éxodo que escuchamos en el pórtico del Triduo Pascual es el encuadre más adecuado para describir la Estación de Penitencia de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Carmona en la noche del Viernes Santo, donde la devoción y el amor, el amor y la devoción, son los únicos brillos de una larga y vieja cadena, cuyos eslabones están trenzados, además, por cruces, espadas, corazones y espinas.

Su letra alfa queda impresa en el aire al sonar la saeta de siempre nada más aparecer la Cruz de Guía: “Esta es la justa sentencia / que mandó hacer Poncio Pilato / presidente de Galilea. / Quien tal hizo / quien tal pague…”, y después vuela; y su omega, de oro, es la patena recia y fuerte, rotunda y callada, en que se ofrece e inmola Nuestro Padre cargando su Cruz, como Cordero llevado al matadero por un callejero increíblemente cercano a Jerusalén, cuya figura, en la noche tras el sacrificio, la dibujan las palabras del profeta Isaías que se habían proclamado en los Oficios de la tarde: “Ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.” (Isaías 52, 14).

El alfabeto completo de esta Cofradía, de una belleza absoluta y desnuda de artificio, sólo contiene la cal, adoquines, fachadas, zaguanes entreabiertos, noche suave y saetas impresionantes que agujerean el silencio abismal que tanto impone. Abecedario de la Semana Santa natural y sencilla, vivida, transmitida y amada como algo grande y hondo, pero no extenso ni prolijo. Muchos aspectos y detalles del cortejo, de los pasos, de las imágenes, del recorrido, de la historia y de la ciudad, darían para hacer innumerables consideraciones en otro momento y lugar. Porque, sobre todo, está Jesús, Nuestro Padre, anonadado, yendo con majestad hacia el Calvario por su laberinto de calles y balcones, de altozanos y recodos que lo ascienden anticipando el tercer día, como cantaba el himno en la liturgia de esta tarde: “¿Quién vio en más estrechez gloria más plena / y a Dios como el menor de los humanos?”.

Y, como si asistiéramos a un entierro, tras la urna que sostiene la muerte y la victoria, la primera y principal Doliente, la Madre del Ajusticiado corre en el dédalo del silencio atravesada por la espada, que se ve, se ostenta, no tanto como exorno sino como símbolo esencial del mensaje, que, además, lleva escrito en su alrededor: “Tuam ipsius animam pertransibit gladius” (Lucas 2, 35). Avanza la Señora de los Dolores -pura delicia su atavío, su paso, su exorno y su acompañamiento- como queriendo alcanzar a su Hijo amado, pero parece que no llegará nunca al Gólgota, porque su meta final, como la acogedora Capilla de la Hermandad en San Bartolomé, es el Huerto comprado con la sangre de su Carne: “Mirad de par en par el paraíso/ abierto por la fuerza de un cordero” (Himno del Viernes Santo).

Discurre la antigua Cofradía de Nuestro Padre por Carmona: mujeres de promesa, insignias, penitentes, varas, acólitos, pajes, monaguillos…, y es otro tiempo el que aún nos reviste, otra cadencia la que aún perdura en cuantos la contemplan. Procesión depurada, más de orden griego que romano. Al sentirla, un año más, resuena el eco de los Improperios cantados al conmemorar la Muerte :”Hágios o Théos. Hagios Ischyós. Hágios Athánatos, eléison himás. (Santo es Dios. Santo y fuerte. Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.) Amén.

A José Mª Jiménez, “Matute”, y José Manuel Jiménez, “Macedo”, capataces de los pasos, que consiguen la perfección en lo pequeño, que no es fácil.)

Fotos: Isidro González










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