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La mangá de la Catedral. El Fiscal. Diario de Sevilla


 Lo peor de la Catedral no es que se haya convertido en un parque temático a juicio de los finísimos observadores locales. En esos parques uno paga la entrada y tiene derecho a moverse por el recinto con comodidad y sin cortapisas. Lo más desagradable del templo metropolitano, primer monumento de la ciudad, es que usted no puede recorrer las naves ni admirar las capillas sin que un tío ande dándole la brasa al estilo de Florito, el eficaz cabestrero de la Plaza de la Ventas, tratando de conducir al rebaño por la senda correcta por orden de la autoridad, aún sin púrpura, pero siempre eclesiástica, por supuesto.

Intenta usted entrar en la Catedral al filo de las 13.25 de un domingo tórrido, se encuentra admirando la lápida de Hernando Colón por cuya instalación tanto luchó el canónigo Juan Guillén, y cuando aún no ha terminado la misa de la una, ya están los Floritos de la Diócesis invitándole a acercarse al vomitorio en el que queda reducida la Puerta de San Miguel. Hay naves que son en esos momentos como una mangá de fieles. Ala, ala, vayan abandonando el local.

¿Y qué me dicen de lo ocurrido estos días de la novena a la Patrona? Entra usted en la Catedral, dirige sus pasos hacia la nave del crucero y está esperándole allí, a los pies de la tumba de Colón, el tío de la cinta, el que maneja la cintita a su antojo para dejarle o no pasar, el que se hará una idea de usted viéndole venir en esos cincuenta metros de recorrido. En minuto y medio a lo más, el tío de la cinta juzgará si es usted guiri, si viene a rezar, si viene a misa completa o a media misa, como la pensión de los hoteles de primera línea, si viene a buscar a alguien, si viene simplemente a mirar y paso atrás.

Como sea usted una beata apergaminada, paso expedito. Como sea guiri de pantalón corto con muchos bolsillos y camiseta sudada al estilo del macho Camacho, pase por taquilla en horario de turistas. Como sea capillitón, huuuuuum. Depende. Como sea familiar de canónigo, ¡pista que va el artista! Como el cura haya dado la bendición y ya se haya entonado la Salve, ya no pasa ni Dios (que a veces parece que ni está en la Catedral, ni se le espera).

Si el Salve Regina ha terminado, los tíos de la cinta (todos ipso facto) se convierten en Floritos y le despejan al deán el piso Catedral en dos minutos. Y lo hacen sin piedad ni mayores contemplaciones. ¡Aprendan, alguacilillos de la Maestranza! Y como haya una boda en la Capilla Real, el Florito de la Puerta de la Virgen de los Reyes determinará (toma ya) si usted tiene pinta de invitado, si venía sólo a cotillear el vestido de la novia o si había tenido la ocurrencia (Dios, qué ocurrencia) de rezarle simplemente un par de minutos a su Patrona.

A ese Florito se le hincha el pecho: "No se puede pasar". Le explica usted que ha empezado una boda a las ocho, que son las ocho y veinte, que va a ver a la Patrona, que los invitados con sus trajes atornasolados y chaquetas voladoras están venga a entrar y a salir camino del bar Gonzalo... Y el Florito, que está en plantilla de la Metropolitana y Patriarcal y que aún no tenido lo que hay que tener para llevar al Cabildo a la antigua Magistratura ­como sí hizo cierta empleada con mando en plaza­ le echa del templo en el mismo atrio como a aquellos mercaderes de la Biblia. ¡Ea, a escupir a la calle! ¡Qué eficacia, Virgen Santa!

Así de inhóspita y antipática resulta esta Catedral llena de cintas para cortar el paso, cual acceso a una discoteca capitalina de esas que presumen de gorilas de color. Fíjese usted, sin ir más lejos, en el plano que el Arzobispado distribuye para organizar la mañana de hoy. Figuran únicamente dos accesos para el público (Puerta de San Miguel y Campanillas) y hasta ¡¡¡26 controles de acceso!!! en el interior del templo para controlar a la grey. Vengan cintas, vengan vallas, vengan Floritos... Hagamos la Catedral más inaccesible del mundo tal que nos tomen por locos.

Ahora que tanto se habla de la dichosa movilidad, encontrará usted más movilidad en cualquier otro sitio: en el Museo del Prado, en la Basílica de San Pedro de Roma, en la pulcra Catedral de León, en las catedrales de Barcelona, Zamora, Oviedo o Cáceres, en el monumental monasterio de Guadalupe, en el Pilar de Zaragoza o en tantos y tantos templos. Aquí, que somos tan noveleros, hemos inventado el Florito preguntón e indiscreto como los tíos que meten la alcachofa en la casquería televisiva. "¿Viene a usted a rezar, caballero?". "Ah, ¿pero aquí se sigue rezando, oiga?"

Publicado en "El Diario de Sevilla" el domingo 15 de agosto de 2010 

Foto: Francisco Santiago










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