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Puerta Osario. Santa Clara. Álvaro Pastor Torres


 Cual recurrente Guadiana que ora aparece, ora desaparece, el antiguo monasterio de Santa Clara aflora a las páginas de los periódicos cada cierto tiempo. Nunca una obra -ya más larga que la de la Encarnación, y al paso que vamos casi tanto como la de la Catedral- ha convocado más veces a los “medios”. Ahora, con las primeras cajas de roscos de vino malagueño puestas ya en las tiendas de ultramarinos, vuelven con cuentagotas las nuevas sobre el cenobio que tan mala suerte ha atesorado a lo largo de los últimos siglos en general y de las últimas décadas en particular.

No creo que ni el fantasma de mi tocayo fray Álvaro Peláez, franciscano y obispo de Silves (en el reino de los Algarves como se decía en tiempos de María Castaña), que por allí anda enterrado, ni los espectros menores de las monjas enanas que pintó Valdés Leal, y cuya presencia fue tradición inveterada en esta clausura sevillana, tengan mucho que ver con los retrasos y bandazos en los usos del edificio. Puede que el mal bajío –otros más versados en la pintamonería cultural moderna seguramente le llamarían karma y se quedarían tan panchos- provenga de la viajera escultura broncínea de Fernando VII, obra fundida en 1831 por Pierre J.Chardigny, que acabó entre lápidas y lagartijas en el ya extinto Museo Arqueológico Municipal de la torre de don Fadrique, tras pasar por Barcelona (donde sufrió las iras del pueblo en la revuelta del 25 de julio de 1835 que se inició por culpa de una mala corrida de toros –cuando la tauromaquia era un símbolo liberal frente al absolutismo- y terminó con la quema de conventos y el asesinato del general Bassa), el muy napoleónico palacio francés de la Malmaison, los jardines de San Telmo, pues la recogió su hija María Luisa Fernanda, y finalmente por varios emplazamientos del parque de María Luisa y su entorno.

Las circunstancias de la decadencia de Santa Clara y el cerrojazo como convento darían para escribir una novela más negra que el carbón. En el solar ruinoso no quedó ni un alfiler monjil, y hasta los altares de la sala de profundis y del claustro fueron arrancados. Y encima, todo aquello se vendió –perdón, “cedió”, que la Santa Madre hila muy fino con la nomenclatura por el arzobispado al Ayuntamiento, a cambio de 2 millones de euros. Después vinieron los proyectos en progresiva degeneración (de Museo de la Ciudad va a terminar en “contenedor cultural”) y los retrasos en su apertura: abril de 2007, 2008, primavera de 2010… y lo que te rondaré morena, ya que sólo abrirá en principio un 30% del inmueble. ¡Óle la ciudad de las chapuzas!

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, el Sábado 25-IX-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.










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