Arte Sacro
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  • miércoles, 14 de mayo de 2025
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Opinión. Polvo Somos. Juan Miguel Vega


 Cada año, al comienzo de la cuaresma, el ritual de la ceniza nos recuerda el sino inexorable de la vida. Ciegos ante lo que no queremos ver, procuramos pasar de puntillas sobre él, como tratando de ignorar el destino que nos aguarda. Para qué pensar en lo inevitable, ya vendrá cuando tenga que venir, cuanto más tarde, mejor. Sin embargo, el rito del miércoles de ceniza contiene mucho más que la profecía de la muerte; ese ‘polvo eres y al polvo has de volver’ encierra en realidad el misterio de la fugacidad de todo cuanto existe. Incluso de la verdad, que no siempre acaba resplandeciendo por mucho que así lo creamos.

El oficio del periodista consiste en contar aquello que interesa de la forma más honesta posible; es decir tratando de que el relato se ajuste por completo a la realidad, o al menos a lo que nos haya sido revelado de ella, por más que esa realidad no nos guste ni la compartamos. Lamentablemente, eso no siempre ocurre así. Hay quienes acomodan la realidad a sus deseos o, lo que es peor, a sus intereses, falseándola, destruyéndola, cambiándola por una mentira. También suele ocurrir que en ese proceso no interviene la mala intención sino la impericia. De manera que la falsedad cuenta con bastantes más caminos que la verdad para abrirse paso.

Esto viene ocurriendo desde siempre, de ahí la cantidad de impurezas que contiene el relato de nuestra Historia, e incluso la crónica del presente. Hay veces en que el esfuerzo del periodista logra encontrar, oculto entre la oscuridad de la leyenda, el brillo de lo auténtico y entonces se produce el gran acontecimiento: la verdad resplandece y es paseada de mano en mano por la sorpresa como una gema recién descubierta. Sin embargo, no son pocas las ocasiones en que, con el tiempo, vuelve a echarse sobre ella la marea de la irrealidad. Porque la mentira, que es vieja rata de cloaca, sabe encontrar siempre los resquicios por donde colarse con facilidad para volver a teñir de oscuro aquello que alguna vez se aclaró.

 Desgraciadamente, han sido ya muchas las ocasiones en que he podido asistir a ese proceso. Una verdad rescatada del pozo de la mentira, vuelve a ser arrojada a él pocos años después, porque si la mentira es larga, la memoria es corta. De ahí la importancia de cultivarla. Yo, sin embargo, no sé si es bueno o malo para todo ese proceso el actual torrente de información que todos los medios generamos. En cualquier caso, siempre será mejor que haya información a que falte. Y en este sentido, cabría considerar que ha sido toda una revolución la aparición de Internet y su definitiva instalación en nuestras vidas. En lo concerniente a las cofradías, la Red nos ha provisto a los sevillanos de un magnífico ramillete de direcciones donde estar al tanto de cuando ocurre en ese peculiar mundo, tan propenso a la fábula y la leyenda, por decirlo en términos suaves.

Entre ese ramillete destaca Artesacro, esa página que ahora abandona su condición virtual para hacerse tangible, encarnándose en este papel que ahora sostiene en sus manos, el cual posee una vocación de futuro imposible para el ciberespacio. Algún sabio dijo alguna vez que sólo el papel permanecería en la Tierra tras ser arrasada por una hecatombe nuclear. Ya ven hay que volver al pasado si lo que se pretende es manifestarse en el futuro para hacer resplandecer entonces esa verdad que ahora proclamamos.

Dijo Jesús que “la verdad os hará libres”, aunque hace poco algún bobo solemne intentó enmendarle la plana afirmando que, en realidad, es la libertad lo que nos hace más verdaderos. Ya lo ven, siempre la tergiversación abriéndose camino. Antídoto contra ese mal es la información y los medios que la producen. Llenos de imperfecciones, sí, pero necesarios para defendernos de una oscuridad siempre amenazante e imprescindibles para que el peso del sino que habrá de convertirla en polvo no caiga sobre la verdad antes de tiempo.

Fotos: Francisco Santiago









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