Arte Sacro. Carlos, Cardenal Amigo Vallejo. Arzobispo de Sevilla
De una manera más o menos explícita, cuando se habla de "arte" se está pensando en una forma de hacer las cosas. Pero siempre hay una vida que escapa al mismo término y hasta el concepto de los artístico, para tomar un dinamismo irresistible que provoca contemplación y sentimiento.
Si al arte se le pone el apellido de "sacro", la dimensión se agranda, en la interiorización, y sube hasta una visión singular del misterio y de lo sublime dicho con la belleza de las artes. En el arte sacro, lo que más se resalta es la humanidad de nuestro Señor Jesucristo, que es presencia viva de Dios ante los ojos de los hombres.
La cara del hombre refleja el rostro de Dios. No es extraño que así sea, pues el hombre ha sido creado a imagen de Dios. Quien ve a su hermano, al hombre, ve a Jesucristo. El hombre es imagen de Cristo, imagen viva de Dios, que anuncia la gloria de Dios. Si Jesucristo es el resplandor de la verdad que es el Padre, el hombre es luz que ayuda para poder llegar a Cristo. Es como una semblanza de Cristo que facilita el encuentro con El. Igual que en la humanidad de Cristo, su naturaleza humana, era la cara visible de la naturaleza invisible de la divinidad, así el hombre es imagen de Cristo y por la que hay posibilidad del encuentro con el Señor. La imagen del hombre es como servidora para facilitar la proximidad del Resucitado. Nunca el hombre es Dios, pero sí imagen de Dios.
Contemplamos, con devoción, las bellas imágenes del Señor y de la Virgen María. Veneradas son imágenes, pero mucho mayor honor merece el misterio de la redención que representan. Antiguas son las devociones, pero eterno es el amor de Dios a los hombres manifestado sensiblemente en lo que contemplan nuestros ojos. Por eso, el arte sacro tiene siempre una función relacional: poner los sentidos en contacto con el misterio. Con lo apreciable visible, ayudar a comprender y a vivir el insondable misterio de Dios manifestado en Jesucristo.
Foto: Francisco Santiago