Mi primera Semana Santa en Sevilla
Aunque había venido algún que otro día aislado y contemplado en su estación de penitencia a diferentes cofradías de la ciudad, este año ha sido el primero que verdaderamente he pasado y vivido de lleno en la ciudad, por antonomasia, de la Semana Santa.
Han sido días de intensidad, en el plano espiritual, de vivencia religiosa a través de la liturgia y los Oficios y en el plano emocional a través de la manifestación pública del drama de la Pasión y muerte del Redentor que canta a grandes voces cada una de las hermandades de penitencia de Sevilla.
Como te dicen los mismos sevillanos al iniciar estos días, es imposible verlas todas las hermandades cada día –podría serlo pero sólo dedicándote a ello y con grave riesgo de la salud- y todos te recomiendan que se comience haciendo una selección de momentos, de lugares, “no se pierda…”, “por esta calle es preciosa verla”, “cuando vea aquí pasar a la Virgen , váyase corriendo y espere…”. Y así fue todo, de un lado para otro esperando poder cruzar, no encontrarse con una calle cortada y es que “desde tan lejos no se puede contemplar nada bien”, y de nuevo iniciar una búsqueda para ubicarse en el lugar adecuado. Si el Domingo de Ramos aún se mueve uno con cierta dificultad, para el Martes Santo lleva uno grabado en su mente un improvisado callejero de la ciudad.
Como no es mi intención alargarme en estas líneas, les cuento sin mucho orden algunos de esos momentos que han quedado grabados en mí de una manera especial. Iniciar el Domingo de Ramos dando la primera levantá de un paso era para mí una experiencia nueva. Con la compañía de mi hermano y la admiración por el recogimiento que había dentro del templo y la oración de los hermanos, me llevaron hasta el llamador del paso del Cristo de las Penas de San Roque, donde pude vivir de cerca el aliento del capataz a sus costaleros y la oración de éstos a su Cristo. Ver a la cofradía salir desde su templo, un ejemplo de orden y respeto. Un anónimo depositó un centro de rosas rojas en el lugar donde estuvo el paso de Cristo y otro, de rosas blancas, cuando la Virgen dejó el suyo. Todo completo.
Predicarle a la Estrella ha sido un cielo en la tierra, en palabras de Santa Teresita, el mismo cielo que se abrió cuando fue recibida por mi comunidad a las puertas del Santo Ángel, las imágenes se volvieron hacia el Santísimo en el altar mayor y todo el mundo cantó la Salve para Ella. Me quedo con sus ojos mirándonos a todos. Un momento único, vivido hasta el extremo. Así se viven en Sevilla todos los momentos. Es difícil describir cuando esperas a la vuelta de una calle y se asoma lenta pero majestuosamente, el palio de la Amargura , con su marcha. Dolor, solemnidad, detalle y maternidad se unen en un resultado insuperable. El Amor no tiene límites, falta tiempo para contemplarlo sobre su paso, necesitarías mucho más. Concluye el día contemplando a la Madre del Socorro en el mismo lugar y con otra oración en los labios.
Es verdad, el entorno de la calle Placentines, cuando vuelven las hermandades de la Catedral , fue el marco idóneo para el encuentro con la Vera Cruz y las Penas de San Vicente, allí escuché las primeras saetas. Carey, oro y palabras dulcificaron las penas que Él siente por las veces que caemos. Sumidas en una profunda y amarga pena llegan sus imágenes de la Virgen , una de rostro dolorido, otra mirando al cielo.
Es hermoso detenerse en los grandes pasos de misterio, unos se ven entre el oleaje de la gente, como el barco de San Gonzalo, y otros, en la calma del silencio, como Santa Marta. Cada uno tiene su misterio, tanto el rostro pensativo de Cristo en el primero como los ojos entreabiertos de la muerte que esconde la Vida en el segundo.
Ver cómo van trabajando las hermandades de los barrios y llegan alegres al centro de la ciudad es un premio al esfuerzo, me gustó cómo enfilaba la calle Tetúan la corporación del Cerro, exquisita con su Virgen, con un exorno floral precioso, como el de Santa Genoveva y tantos otros,… Y los miedos mirando al cielo para ver en que paraba todo, la llamada del Hermano Mayor del Baratillo a esta casa por si acaso, luego todo pasó y se le abrieron las puertas para que la Madre del Escapulario contemplara la espada de Simeón cumplida en su regazo.
Algunas cofradías hemos visto desde la carrera oficial, aceptando la invitación gustosa que te hacen. También es un momento que enriquece, pero confieso que salir al encuentro contiene ese elemento propio que aporta lo nuevo, la sorpresa. De todo un poco está muy bien.
Y llega el Triduo Santo, desde el Jueves hasta el Sábado la ciudad se transforma. El peso de la historia se deposita en iglesias y calles, se puede tocar. La iglesia abarrotada para participar en la Cena del Señor, después el traslado del Santísimo al Monumento, con ese respeto de todos al Señor en la Eucaristía. De nuevo fue una invitación para ver desde un balcón en la Campana la llegada de las cofradías de esta tarde del Amor Fraterno. Se respira la solera y el señorío en estas horas, desde la impresión del cuerpo ya muerto y sin fuerza de Cristo que llega desde La Magdalena pendiente de la cruz, hasta el andar suave, como Cordero llevado al matadero, de Pasión. Él es la imagen, la perfección, la medida. Tampoco se olvida el llanto del Valle y la catequesis plástica de sus pasos.
La Hora Santa en el Monumento sirvió de preámbulo a la gran noche, la madrugá. Todo tiene en ella cabida, desde la espera hasta la sorpresa, del silencio a la exclamación, de la pena al júbilo, de la contemplación al cántico. La silueta del Silencio marcada en los edificios anuncia que hay que “callar y obrar”, en palabras de San Juan de la Cruz. Tampoco se cruzan palabras entre Ella y Juan, mientras avanzan en su argénteo retablo. Donde parece que no hay sitio, se abre un río de luz y penitencia para recibir al Señor de Sevilla. Sí que es cierto, él tiene algo que se clava en tu interior, es algo que da confianza y te anima a seguirle, y así quisieras hacerlo a lo largo de tu vida, con zancada decidida y fuerte. Sólo él puede acallar miles de palabras en el aire.
Y ahora los aplausos inundan como palomas la plaza del Duque, los nazarenos anuncian que llega la Esperanza , mágicos momentos de espera, que se hicieron comunidad entre los encuentros, comentarios y vivencias de unos y de otros. Porque ella transforma en Esperanza todos los anhelos del hombre, será por eso que todos la esperamos y cuando llega un sentimiento inflama nuestro pecho. ¿Qué será lo que tiene su presencia? Y de nuevo el silencio por Rioja de un Crucificado en la cima del Calvario, de nuevo nos recuerda la amarga noche de idas y venidas en la condena de Jesús. Casi sin aliento le sigue la Madre que un día lo presentó en el templo y que en esta noche lo muestra a todos nosotros, ya sin vida.
Cuando parecía acabarse todo, un torrente de gentes baja desde Triana trayendo sus más preciados bienes. Pétalos y vivas para la que es morena y encanto de nuestros ojos. Como si estuviésemos en la calle de la Amargura vemos que viene desde el Valle Cristo de pie, llevando la cruz, y también, desde Pureza, caído para nuestra vergüenza. Termina la noche iluminando las luces del alba y de la cera otro rostro moreno y gitano, lleno de Angustias. Sólo aquí se vive así la Madrugá.
Amaneció el día y oraciones ante el Santísimo y Vía crucis por las naves del templo en la misma hora en que Él lo realizó. A las tres de la tarde, una oración en Montserrat, nos recordó a todos la “hora” del sacrificio, qué momento tan íntimo vivimos en la capilla a los pies de Cristo que nos dice sus últimas palabras. Y luego nos quedamos esperando que expirase en las calles, y que trajese su cruz desde el puente, y que lo amortajasen,… No pudo ser.
El Sábado Santo sí brilló con un sol intenso y nos dejó otros momentos hermosos, como el rostro doloroso de la Madre de los Servitas, sosteniendo a su Hijo. No se olvida su encarnadura nacarada. Es un día que termina con la solera del Santo Entierro, admirable en su cortejo y en el respeto que impone ver a Dios en una urna. Un trabajo digno de elogio para la cofradía, de la que me llamó la atención igualmente el besapiés del Cristo y de la Virgen de Villaviciosa. La despedida a la Soledad de San Lorenzo, callada también en su mirar, en una callejuela cerca del Duque clausuró la Pasión y Muerte.
Al día siguiente, como los apóstoles y las mujeres que corrían al sepulcro, pequeños grupos de dos o tres personas buscaban al Señor Resucitado, en la calle Cuna le saludamos con el cántico interior del Aleluya. Y hasta el año que viene, si Dios quiere.
P. Juan Dobado O.C.D.
Prior del Santo Ángel