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Crónica política. Las razones de Soledad Becerril para decir que no. Carlos Navarro Antolín. Diario de Sevilla.


Soledad dijo no. Hace muy pocos, poquísimos días, que la vieron paseando plácidamente con su nieta por una calle de la capital de España, donde tiene a parte importante de su familia. No se trataba precisamente de una estampa que supusiera la antesala de una persona dispuesta a sentarse a negociar el convenio laboral de Tussam, presidir los consejos de administración de Emasesa, visitar los barrios más alejados de la zona centro o coordinar cada mañana de lunes las reuniones de un grupo de concejales. Soledad exigió hace tres años ser senadora para retirarse de la vida política lentamente, con tiempo suficiente para saborear el prestigio acumulado desde los años de la Transición, puesto que ella forma parte del privilegiado círculo de políticos en activo que pueden presumir de haber salido en los telediarios en blanco y negro. El de senadora era el único cargo significativo que le quedaba por desempeñar en su larga trayectoria política, tal como lo hizo saber en su momento.

Dicen quienes la conocen –algunos de los cuales le deben a ella su ingreso en el mundo de la política– que Soledad dijo que no desde el primer minuto. Y antiguos y estrechos colaboradores suyos apuntan una clave: "Además de por sus circunstancias personales, que efectivamente han debido ser decisivas, estoy seguro de que, conociéndola como creo que la conozco, no le habrán gustado nada las formas que se han seguido en este proceso, que ha sido más que surrealista y en el que se ha cuestionado públicamente a Raynaud durante muchos meses".

En el pliego de razones para decir que no, conviene apuntar que Soledad quedó demasiado tocada por los ocho años de convivencia en el gobierno con Rojas-Marcos y que no estaba dispuesta a revivir una película parecida por mucho que se haya dejado querer durante meses por Arenas, porque es cierto que a nadie le disgusta salir en las quinielas por la candidatura a la Alcaldía y menos aún cuando figura como deseada. Justo el caso absolutamente opuesto al de Jaime Raynaud.

Se cita también entre las causas de su rechazo a liderar la lista su escaso entusiasmo por reorganizar un grupo municipal que se encuentra demasiado agrietado tras el proceso –casi público– seguido por la dirección regional del partido para buscar a un candidato. La incertidumbre sobre el cabeza de lista ha provocado un irremediable desgaste en la convivencia de doce concejales comprensiblemente tensionados por su futuro. En algunos casos, han sido demasiados meses midiendo las apariciones con Raynaud o haciendo juegos malabares para estar al mismo tiempo con el entonces portavoz municipal –no fuera a ser que repetiera como candidato– y con la dirección de un partido que lo mismo consultaba a pie de calle la idoneidad de convencer a la ex alcaldesa de su regreso, como se reunía con ella a mesa y mantel y sin mayores cautelas.

Y no faltan, también entre los que fueron sus concejales, quienes nunca se han creído el intento por repescarla para la Plaza Nueva: "Todos los caminos conducían a Zoido. Y desde hacía tiempo".









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