Paseo Lírico por las calles de Sevilla. Juan Manuel Labrador (y X)
XVIII. El Arenal
Se comienza a percibir fragancias marineras cuando el Guadalquivir nos va contagiando con su cercano aroma al pasar por Reyes Católicos. Llegamos a la antigua Puerta de Triana, que es lo mismo que decir que acabamos de arribar al Arenal. Cuántas historias se esconden por sus estrechas calles, aquellas mismas donde se sigue respirando la gracia sevillana de la historia de los siglos.
Hoy el tiempo se detiene
al cruzar el Arenal,
viejo barrio sevillano
donde brota la amistad
con la luz de sus esquinas,
con la fe de una verdad
que nos revela la historia
de esta ciudad sin igual.
En el Arco del Postigo,
Sevilla ve la humildad
de esa Niña que cumplió
la divina voluntad
de Aquel que la señaló
Madre de la humanidad.
Y por la calle Adriano,
descubrimos la Piedad
que el amor necesita,
buscando la Caridad
que a las almas siempre llena
de alegría celestial,
porque en este viejo barrio,
el barrio del Arenal,
este pueblo tan sencillo
nunca dejará de hallar
esa paz que nos inunda
de una gran tranquilidad.
Llegaremos a Varflora,
y la vista observará
que el título de esta calle
jamás el mismo será,
puesto que está dedicada
a aquella hermandad real
de cofrades carreteros.
Y el poeta llegará
a esa antigua Artillería
en cuyo interior están
las frías Atarazanas,
y también arribará
a esa bendita Maestranza
que por siempre observará
ese faraón de Camas,
y nadie le quitará
ni su nombre ni su arte,
porque nuestra sociedad,
como se siente torera,
sabe cuál es la verdad:
que Curro Romero hay uno,
y nadie lo igualará,
porque nadie para el tiempo,
ni nadie nunca lo hará
como él sabía hacerlo,
y por eso el Arenal
sabe detener el tiempo,
porque el maestro estará
al lado de la Maestranza
por toda la eternidad.
XIX. … y Triana
Y del Arenal, a mi barrio, a esa Triana de mis sentidos, la que me ha dado todo lo tengo: la familia, la amistad, la fe, la cultura, el amor, la esperanza, la alegría, y hasta mi propia identidad. Me veo obligado, pero gustosamente como siempre, a cruzar el puente, y a presignarme en la capillita del Carmen, y a encontrarme de frente con el arte y con la gracia de mi gente.
Pero antes de finalizar, quisiera dejar constancia de mi más sincero y rendido agradecimiento a don Antonio Bustos por querer confiar en mí para encomendarme este poético paseo hispalense; gracias que igualmente han de ser dadas a aquellos que de cerca han vivido la elaboración de este poemario, en especial a la persona que me ha presentado, mi buen amigo Rafael Peralta, así como a la que me introdujo en esta hermosa aventura, Enrique Barrero Rodríguez.
Y ahora sí, me adentro en las calles trianeras, llego al lugar donde se desarrolla mi vida diaria, el espacio desde donde contemplo la belleza de Sevilla…
Al llegar al Altozano,
percibimos otro ambiente
en el aire y en la gente,
en su aroma tan gitano,
y aunque sea sevillano
ese barrio de Triana,
cuando nace la mañana
es distinta su alegría,
pues desde siempre confía
en su Señora Santa Ana.
Paseemos por Pureza,
donde laten corazones
con eternas bendiciones,
pues para orar no hay pereza
cuando a la Virgen se reza,
ya que nos da su Esperanza
al cantarle su alabanza,
y este pueblo se emociona
cuando su fe se ilusiona
navegando con templanza.
Y por la calle Castilla,
recupera la memoria
una parte de la historia
de Triana y de Sevilla,
esa identidad sencilla
de San Jorge y su Castillo,
que entre ladrillo y ladrillo
fuese un día levantado,
y cuando fue derribado
se construyó el mercadillo.
Por San Jacinto, la vida
resucita con amor,
dándole el sol su calor
y esa luz recién parida
que mantiene retenida
al alma en Pagés del Corro,
y entre adoquines recorro
al arrabal de arrabales,
con sus patios y corrales
y su Cristo del Cachorro.
Triana, barrio bendito
donde la voz siempre canta
al quebrarse su garganta,
cual si fuera eterno rito,
poniendo en el cielo el grito
de su belleza envidiada,
de su dulzura mimada
por ese arte alfarero
que contagió al pueblo entero
de su gracia tan soñada.
Al final de Evangelista
está el Barrio Voluntad,
allí donde la bondad
nos va a dejar otra pista
al alcance de la vista,
y con ella comprender
que Triana puede ser
gloria de Dios en la Tierra ,
pues su gente nunca yerra
en las formas del querer.
Arribamos al Tardón,
sitio donde están guardadas,
bajo sus blancas fachadas,
la humildad y el corazón,
el cariño y la ilusión
de sus modestos vecinos,
trianeros peregrinos
que lograron encontrar
un lugar donde habitar
descartando otros destinos.
Y por allí, muy cerquita,
se encuentra el Barrio León,
con la grata sensación
que a los sentidos invita
–con su fragancia exquisita–
a una eterna primavera,
y la mujer trianera
entre naranjos se esconde,
porque su amor corresponde
a una vida postrimera.
En tu silencio reposo,
en tu calma me sostengo,
por tus calles voy y vengo,
estando, pues, orgulloso
de tu amor tan generoso.
Hoy por ti mi vida pasa
con esa paz, nunca escasa,
que tú, Triana, me diste
puesto que me permitiste
que en tu barrio esté mi casa.
Juan Manuel Labrador Jiménez
22 de noviembre de 2005
Fotos: Francisco Santiago / Juan M. Labrador