Liturgia. Propuestas del Sínodo de la Palabra. Jesús Luengo Mena
Hacemos un descanso en la serie de artículos dedicados al papel del obispo en la celebración eucarística para fijarnos hoy en el Sínodo de la Palabra.
Durante los días cinco al veintiséis de octubre de 2008 tuvo lugar la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que tuvo como tema "La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia". Participaron 253 padres sinodales representantes de 113 conferencias episcopales, de trece Iglesias orientales católicas “sui iuris”, los responsables de los veinticinco dicasterios de la Curia Romana y diez representantes de la Unión de los Superiores Generales. También asistieron 41 expertos y 37 auditores. Entre los expertos había seis mujeres y diecinueve entre las auditoras, una más que los auditores. De sus conclusiones, dadas a conocer el día anterior a la clausura, vamos a analizar las que tienen repercusión litúrgica, contenidas en el capítulo denominado “La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia”.
Palabra de Dios y LiturgiaLos Padres Sinodales afirman que “la Liturgia constituye el lugar privilegiado en el que la Palabra de Dios se expresa plenamente” y que “el misterio de salvación narrado en la Sagrada Escritura encuentra en la Liturgia el propio lugar de anuncio, escucha y realización”. Por eso piden que:
- El libro de la Sagrada Escritura, incluso fuera de la acción litúrgica, tenga un puesto visible y de honor en el interior de la iglesia. Eso implica que los leccionarios y Evangeliarios deben cuidarse y tratarse con sumo respeto.
- Se anime al uso del silencio después de la primera y la segunda lecturas, y terminada la homilía. Se trata pues de favorecer unos momentos de meditación personal.
- Se pueden prever también celebraciones de la Palabra de Dios centradas en las lecturas dominicales.
- Las lecturas de la Escritura deben ser proclamadas utilizando los libros litúrgicos dignos que serán tratados con el más profundo respeto. La costumbre de leer sobre un papel debería pues ser anulada.
- Se valorice el Evangeliario con una procesión precedente a la proclamación, sobre todo en las solemnidades.
- Se ponga en evidencia el rol de los servidores de la proclamación: lectores y cantores.
- Sean formados adecuadamente los lectores y lectoras de modo que puedan proclamar la Palabra de Dios en forma clara y comprensible, al mismo tiempo que son invitados a estudiar y testimoniar con la vida aquello que leen.
- Se proclame la Palabra de Dios en forma clara, teniendo familiaridad con la dinámica de la comunicación.
- No sean olvidadas aquellas personas para las cuales es difícil la recepción de la Palabra de Dios, como aquellos que tienen dificultades visuales y auditivas (atención a las minusvalías).
- Se haga un uso competente de los instrumentos acústicos (megafonía adecuada).
Finalmente se recuerda “la grave responsabilidad que tienen quienes presiden la Santa Eucaristía para que nunca sean sustituidos los textos de la Sagrada Escritura con otros textos”. Las lecturas no pueden ser cambiadas a capricho y menos aún sustituidas por lecturas no testamentarias.
Sobre la Homilía, que recordamos también parte de la Liturgia de la Palabra, se afirma que “debería haber homilía en todas las Misas cum populo, incluso durante la semana. Es necesario que los predicadores (obispos, sacerdotes, diáconos) se preparen en la oración para predicar con convicción y pasión”. Además, “la homilía debe estar nutrida de doctrina y transmitir la enseñanza de la Iglesia para fortificar la fe, llamar a la conversión en el marco de la celebración y preparar a la realización del misterio pascual eucarístico”. Por último, en continuidad con Sacramentum Caritatis, los Padres Sinodales desean “un Directorio sobre la homilía que debería exponer, junto a los principios de la homilética y del arte de la comunicación, el contenido de los temas bíblicos que se presentan en los leccionarios en uso”. En muchos casos en las homilías actuales sobra moralina, opiniones subjetivas del pensamiento del sacerdote sobre política o sociedad, que pueden ser expuestas en otro lugar, o comentarios de actualidad.
Sobre el Leccionario se recomienda “un examen del Leccionario romano para ver si la actual selección y ordenación de las lecturas es verdaderamente adecuada a la misión de la Iglesia en este momento histórico. En particular, el vínculo de la lectura del Antiguo Testamento con la perícopa evangélica debería ser reconsiderado de modo que no implique una lectura demasiado restrictiva del Antiguo Testamento o la exclusión de algunos pasajes importantes”. Es cierto que hay algunas lecturas “duras” aunque se hagan en días feriales y asimismo a veces, por encajar las lecturas con el Evangelio se puede forzar algo.
Ministerio de la Palabra y mujeres. Luego de reconocer y animar “el servicio de los laicos en la transmisión de fe” y especialmente de las mujeres, quienes tienen “un rol indispensable sobre todo en la familia y en la catequesis”, los Padres Sinodales manifiestan el deseo de que “el ministerio del lectorado se abra también a las mujeres de modo que, en la comunidad cristiana, sea reconocido su rol de anunciadoras de la Palabra”. Esta recomendación es muy importante para que en un futuro, esperemos que cercano, las mujeres puedan ser lectoras instituidas, ministerio que muchas ya ejercen de hecho aunque no de derecho. Esta recomendación es de lo más novedoso e importante a mi parecer.
Celebraciones de la Palabra de DiosLos Padres Sinodales afirman que “la celebración de la Palabra es uno de los lugares privilegiados de encuentro con el Señor” y recomiendan que se formulen rituales para estas celebraciones, “basándose en la experiencia de las Iglesias en las cuales los catequistas formados conducen habitualmente las asambleas dominicales en torno a la Palabra de Dios. Su objetivo será evitar que estas celebraciones sean confundidas con la Liturgia Eucarística”. Aclaramos que esas celebraciones son las que se realizan en ausencia del presbítero, en comunidades en los que el sacerdote no puede acudir por diversas causas y un laico autorizado dirige la celebración.
Finalmente, también piden que “las peregrinaciones, las fiestas, las diversas formas de piedad popular, las misiones, los retiros espirituales y días especiales de penitencia, reparación y perdón, sean una oportunidad concreta ofrecida a los fieles para celebrar la Palabra de Dios e incrementar su conocimiento”. En definitiva, que no haya celebración sin el alimento de la Palabra, al igual que ocurre en la celebración de todos los sacramentos.
Jesús Luengo Mena