De San Lorenzo a San Antonio Abad. Alberto de Faria Serrano.
Las saetillas cobran la solemnidad en el interior de nuestra alma al besar el Talón del Nazareno. Cinco cruces pasionales bajo orla azul como Cinco Viernes relucientes y fervientes. La precisión de la medida exacta. La Belleza natural de las esencias sobrias. El efectismo del esplendor ritual en su justa presteza. La atmósfera idónea de recogimiento y devoción. Todo listo y preparado con ese Primitivo gusto estético que se imprime a cualquier acto tras el atrio de San Antonio Abad. Solo así se mima y se abraza la Cruz porque aceptada ni pesa ni amedrenta. Solo así se funde la humildad nazarena con el carey del tacto y la plata del corazón henchido de respeto y devoción.
Y en la parrilla, Jesús comparece majestuoso para mostrarles a los Malcos que nos rodean, la otra mejilla. Ya que no estaremos nunca a su altura, nos conformamos con germinar en nuestro corazón el beso sobre sus maniatadas muñecas. Sus ojos tan presos como sus manos, a punto de estallar, pero sosteniendo la firmeza de que es El que es. Su Mayor Dolor este año no esta clavado en su Cruz precisamente. Su mirada no se prende ni en Anas ni en los Malcos de hoy si no en los que no son capaces ni prestarse a recibir la primera afrenta.
Primer Viernes morado de Marzo en Sevilla. El Beato que da nombre al pasillo que une la aceptada Cruz de las bofetadas que sigue recibiendo a dos manos el hombre antes de ser crucificado, entendió muy bien ese mandato antes de erigirse en Cardenal. Por eso hoy los lleva de un templo a otro. Disfrútenlos vueças merçedes, hermanos.
Fotos: Juan Alberto García Acevedo.