Opinión. Más historias de cada día. El Diputado de Cruces.
Ayer les conté una parte de la historia de Pepe y Juan que no tiene que ver con las hermandades. Pero hay otra parte que sí lo hace y no me resisto a transcribirla.
Pepe va regularmente a su hermandad, todo lo que le dejan sus ocupaciones familiares y laborales y siempre gracias a la comprensión y ayuda de su mujer, también hermana, como lo son sus hijos desde el día que se bautizaron. Asiste semanalmente a la misa de hermandad, en la que en muchas ocasiones es el único miembro de la misma presente, junto a los habituales mayores de la iglesia y acude todos los días de triduo y quinario, así como a las funciones religiosas dedicadas a los titulares, a los cabildos generales que se convocan y a casi todos los actos que se organizan.
Cree que ésa es su obligación con respecto a sus hermanos. Además, suele ayudar en cualquier actividad (recogida de alimentos por Navidad, limpieza de enseres, montaje de altares,…) siempre que puede. No ha sido nunca miembro de junta porque ningún hermano mayor ha contado con él, aunque, si se lo pidieran, haría el esfuerzo por su hermandad. Es el clásico hombre oscuro de hermandad, que está para echar una mano siempre que se le necesita, pero que no se hace notar ni plantea problemas. Da limosna en todas las misas y el día que saca la papeleta de sitio, colabora con lo que le alcanza para las flores de los pasos. En la cofradía, ocupa con el cirio, junto a su mujer (el único día que dejan a los niños con los abuelos), el lugar que, por antigüedad, les corresponde. Este año, los nenes han salido de monaguillos y han aguantado todo lo que han podido, tal como les pidieron sus padres, que no cabían es sí de orgullo, cuando al llegar a casa después de la estación de penitencia, se los encontraron despiertos y esperándolos, todavía vestidos, a pesar del cansancio de los chiquillos. En fin, la familia al completo da todo lo que puede a la hermandad.
Juan también pasa mucho por su hermandad, en la que es muy conocido. Los días que hay culto, llega al final del mismo (ya saben, se autoproclama ateo radical) cuando los hermanos que no tienen que volver pronto a casa se reúnen para compartir ese ratito de charla y refrigerio, “la auténtica vida de hermandad”, que en muchas ocasiones paga de su bolsillo, ganándose una justa fama de desprendido y en la que aprovechan para despellejar a todo bicho viviente (que no esté presente, claro). La función principal de instituto se la pasa fumando en la puerta de la iglesia o tomando un anís en el bar de la esquina, junto a otros hermanos, todos perfectamente enchaquetados y atentos a que les avisen de la protestación, momento en que Juan se cuelga al cuello la medalla y se adentra en el templo para pasar ante el libro de reglas lo más cerca posible de los oficiales de la junta, dejándose ver.
No se pierde ningún concierto, pregón, conferencia o acto cultural que se organice en la hermandad, sentándose en las primeras filas, “haciendo hermandad” y asiste a todos los cabildos generales, interviniendo siempre a favor de la junta de gobierno de turno, con la habilidad de hacer olvidar que en años pasados intervino en sentido contrario a favor de la anterior junta. No colabora nunca en operaciones de recogida de alimentos, limpieza o montajes, pues prefiere dejarlas a otros hermanos, “que no es bueno acaparar actividades”. Tampoco ha sido miembro de junta, debido a su irregular situación familiar, “ya sabes, los curas, que como no se casan, no comprenden que los matrimonios se rompen y que uno tiene que rehacer su vida”, aunque, realmente, a él no le importa mucho porque así no tiene responsabilidades y, además, su hábitat natural es manejar las situaciones desde fuera. Ha donado numerosos enseres y siempre está dispuesto a sacar la cartera para resolver cualquier apurillo, “sin pasarse, ¡eh!” que pueda presentarse. En la cofradía va siempre en una de las presidencias, que “para eso se lo ha ganado a pulso, que pocos hacen tanto por su hermandad”. Su pareja ni es hermana ni él la dejaría salir de nazareno, que “ése no es el sitio de las mujeres en la Semana Santa”. A su hijo lo ha vestido este año de monaguillo, aunque le ha ordenado a la madre que lo lleve sólo a la salida y a la entrada, donde él ha podido presumir de niño y hacerse fotos con el chaval, a la vista de todos. En fin, que la hermandad le da todo lo que él necesita de ella.
Una pequeña anécdota sin importancia. La ilusión secreta de Pepe es asistir en directo al Pregón de la Semana Santa, que todos los años escucha en directo por la radio (mientras se siga retransmitiendo, claro), como tantos sevillanos. Lo que pasa es que nunca le han regalado una entrada y él, entre la familia, el trabajo y la hermandad, no tiene tiempo para pasarse las horas necesarias en la cola y conseguir una de las pocas que ponen a la venta. A Juan, el pregón le importa bastante poco, pero es un acto social que no se perdería por nada del mundo, por lo que va todos los años, acompañado de su pareja, con entradas que o bien le dan en la hermandad o bien consigue a través de uno de sus contactos.
Nota final: como ya he dicho, Pepe y Juan son inventados. Así que nadie puede verse reflejado en ninguno de ellos, ¿verdad?
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