Puerta Osario. Irse o quedarse. Álvaro Pastor Torres
La Fundación Focus-Abengoa recordó la otra noche en los Venerables al historiador de Arte recientemente fallecido Alfonso E. Pérez Sánchez. Y lo hizo con música de Purcell, Albinoni y Bach, interpretada al órgano por Enrique Ayarra con su maestría habitual y hasta trompetería de acompañamiento; prédica del jesuita García Gutiérrez, que de estar tantos años por el Japón hasta se le ha puesto cara de asiático con alzacuellos, y lo mismo cita los Evangelios que la meditación zen, y con el profesor Enrique Valdivieso cantando el poema de Alberti "El ángel confitero" al ritmo del minueto de Boccherini, al igual que hizo una lejana tarde madrileña cuando aún era un joven e ilusionado estudiante y acababa de conocer al insigne maestro que con el tiempo llegaría a dirigir el Museo del Prado y a dimitir -verbo que se conjuga muy poco en este país- por sus convicciones morales.
Pérez Sánchez tuvo la suerte de no aterrizar por la Universidad de Sevilla durante los últimos años del franquismo. Eso que ganó; llegó de visita mucho después, trabajó para la fundación de don Javier Benjumea en un clima de “respeto, tolerancia y libertad” – como se dijo en el acto-, se compró la casa de la actriz María Guerrero, donde los Álvarez Quintero le leían sus obras y tuvo la suerte de que su discípulo Benito Navarrete le descubriera los secretos de las clausuras conventuales sevillanas antes de que la enfermedad le asestase un lanzazo casi mortal. Pero otros compañeros de promoción sí sufrieron esta ciudad provinciana y se asfixiaron –o los ahogaronentre la camarilla de ultramontanos, beatos y meapilas que controlaban los destinos universitarios en la vieja Fábrica de Tabacos. A algunos casi los echaron directamente, a otros, les hicieron la vida imposible y hartos de coles tomaron el camino de Madrid. El cura Javierre, otro que tuvo salir pitando, lo cuenta muy bien por mano de Antonio Lorca en sus confesiones casi póstumas.
En cambio Enrique Valdivieso, maestro de muchas generaciones de historiadores, llegó, vio, aguantó y triunfó. Seguramente don Juan Tenorio, su vecino en la plaza de los Refinadores, y más tarde el espíritu de Luis Montoto, que aún debe vagar por la casa de la calle Borceguinería, le enseñaron al vallisoletano –premio nacional de teatro universitario- a torear con la mano izquierda en esta difícil plaza. Desde luego su rebeldía y su libertad no le salieron de balde, por ello nadie se explica aún que el más prestigioso historiador del Arte que tenemos en la ciudad sea académico de Buenas Letras y no de Bellas Artes. ¡Las cosas de Sevilla!
Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, el Sábado 13-XI-2010