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El arzobispo de Barcelona recuerda que “el servicio más específico de la vida consagrada a las diócesis es el del propio carisma religioso”


IVICON- “La vida consagrada aparece como nacida de la Iglesia y para la Iglesia”, afirma el arzobispo de Barcelona, monseñor Lluís Martínez Sistach, para quien “los religiosos y las religiosas ponen de relieve la consagración a Dios y a los hermanos, la apertura al Cristo total, y ofrecen la expresión o el signo de aquella vida en el mundo sin ser del mundo, que es esencial en la Iglesia”.

En su escrito pastoral semanal con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que se celebra el 2 de febrero, Martínez Sistach indica que “esta manera de vivir la vida cristiana de un número muy elevado de cristianos existirá siempre en la Iglesia porque la promueve el Espíritu en el corazón de muchos hombres y mujeres. Es una vida de seguimiento radical de Jesús con la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia”.

El arzobispo de Barcelona recuerda que “el norte de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo. Él y su seguimiento iluminado por el Evangelio es la clave de bóveda de los religiosos y las religiosas. Como los apóstoles, también ellos lo han dejado todo para estar con Cristo, para seguirle y ponerse al servicio de Dios y de los hermanos. Esta consagración total a Dios es la que unifica toda la existencia de los religiosos”.

El seguimiento de Jesús a través de los consejos evangélicos característicos de la vida religiosa “ha hecho florecer en la Iglesia la gran variedad de carismas y, por tanto, de familias religiosas, respondiendo siempre a la búsqueda de la santidad de sus miembros y a la ayuda material y espiritual a los cristianos según los retos de cada lugar y en cada momento”. En este sentido, añade Sistach, “la vida consagrada es una prueba elocuente de que cuanto más se vive de Cristo, más se le puede servir en los hermanos, llegando incluso a las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos”.

Con su consagración, “los religiosos y las religiosas a lo largo y ancho del mundo trabajan a favor de la imagen divina que aparece deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas: rostros desfigurados por el hambre, por la violencia, por los maltratos, por la injusticia, por la soledad, por la enfermedad, por la droga, por el sida, etc. La vida religiosa muestra, de esta manera, con la elocuencia de las obras, que la caridad divina es fundamental y es estímulo de un amor gratuito y fecundo”.

Como obispo, Martínez Sistach reconoce que “las diversas familias religiosas, con su carisma específico, adornan a la Iglesia universal y a cada una de las diócesis. Actualmente existe una renovada conciencia y una potenciación de la relación y la participación de los religiosos y religiosas en la vida diocesana. Y, a la vez, se ha avanzado en el reconocimiento de que el servicio más específico de la vida consagrada a las diócesis es el del propio carisma religioso. Porque es el mismo Espíritu Santo que rige la Iglesia el que reparte sus dones motivando el nacimiento de los institutos de vida consagrada”.










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