Arte Sacro
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  • lunes, 29 de abril de 2024
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A tu ciudad vienes. Isabel Serrato Martín.


Sabes que me gusta escribirte cuando te asomas a Sevilla, cuando le dices, “aquí estoy, he llegado”. Si la dualidad que te traes con ella funciona, es porque ambas partes tenéis asumido que  llegas para irte. La impaciencia por verte dura lo que duran los cuarenta días de vida con los que cada año, cual ave fénix, renaces.

Si pensaba mi tierra o si tú creías que por estar lejos, mis letras a esta cita faltarían, caísteis en el error, pues tened, con ellas, mi bienvenida.

Te aseguro que te echaba de menos más que de costumbre. Que en los versos que poetas amigos te dedican me perdía para que la agonía de tu espera, agonía no pareciera.

Te vi sin que llegaras en cada paseo que soñaba en busca de un beso en su talón. Se trata de besar a Dios, que debes tener seguro, habita en San Lorenzo.

Te vi y era Diciembre  y todo era de esperanza, besos. Te vi, amiga mía, en los ensayos que sólo presenciaba mi memoria y no la retina. Te vi escondiéndote entre mis hermanos en el triduo en honor al Verbo por Dios encarnado.

Pero si tantas veces te vi, más te soñé. Contigo los días cambian, haces más bonito los amaneceres para hacernos a la idea del amanecer más bonito del año cuando se ancle desde Triana la bella Esperanza de una Madre.

Tengo tantas ganas de ti como las que tengo por volver a vivir en tu enamorada Sevilla. Ojalá pudiera prometer lo que tú prometes, que siempre volverás. Añoro los viernes por el centro de mi ciudad cuando tú le has echado piropos. Piropos en las voces de capataces amigos que se preparan, junto a sus cuadrillas, para la faena torera que se plantean en siete días de ocho jornadas.

Pero también tengo ganas de saborearte de una manera distinta. Cuando alcance la meta, juro, amiga mía, que no vas a reconocer la pasión con la que te abrazaré.

Tengo ganas de asomarme a la vida como se asoma el crucificado de Sevilla, el que nunca muere pero por el que tú te mueres. Quiero perderme, como te has perdido tú hoy con tu llegada, en el abrazo con el que Dios te ha recibido.

Aunque traerás de tu mano, en cuarenta noches de estrellas, su pasión, muerte y resurrección, tener seguro que Dios resucita por Santa Marina, nos hace recibirte con euforia. Somos testigos de un Dios vivo, nunca de un Dios muerto.

Traes de tu mano noches de quinarios, noches en los bares de cada barrio donde queremos arreglar los problemas de nuestras hermandades, en tus días nuestra sapiencia cofrade se agudiza. Traes el reparto de papeletas de sitios, una más a esa colección particular y tan enriquecida de cada sevillano. Traes nerviosos a Diputados Mayores de Gobierno, que sólo tienen cuarenta noches más para no dormir mientras en su cabeza montan la cofradía.

Vienes y tu señal de llegada es manchar nuestra frente con la ceniza de la fe. Recuerda, te dirá el sacerdote, que polvo eres y en polvo te convertirás.

Y lo que quiero hoy, es convertirme para siempre a ti renovando mi fe cada segundo de mis días.

Soy del mismo Dios del que tú eres, el que vive en el Sagrario, soy de la Madre que con Caridad dijo sí.

Pero, ¿a qué engañarnos?, soy de ensayos, de barcos que andan, de tribunales haciendo buenos a los malos, soy de noches en el Iscariote, de túnicas, de capirotes que se hacen y se anuncia su hechura en pancartas de lado a lado de una calle, soy de lo que tú traes, de lo que se saborea en cuarenta días para recrearlo el resto del año.

Es miércoles, pisas tan firme que todo mimbre tambaleas. Tambalearme…

Qué ganas tenía de ti…

Me alegro de volver a verte, mi queridísima cuaresma.










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