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Eterno tercer Domingo de Octubre. María del Amor Rasero Zárraga


“Se me quedaron los labios impregnados, de primavera eterna de mayo, en unos ojos que te amaron, y se cerraron, soñando, con tu hermoso rostro, Rosario.”

Toda una vida Contigo, y Contigo, toda una vida. Lo cantaba su corazón, a la vez que sus oraciones y su mirada.

Nunca ví un amor tan grande, ni una fe tan fuerte. Nunca ví unos ojos mirar igual, amar igual, dialogar igual...

Porque la conversación que ellos mantenían era especial: él la conocía desde hace mucho, y Ella lo conocía de toda la vida, incluso antes de nacer. Ella ya le tenía preparada una vida especial, una vida a su servicio, un romance filio-maternal con un destino maravilloso. Porque, quien con Ella vive, la vida es para siempre.

Ya lo decía mi abuela: “Reza el Rosario, María, eso es lo único que te traerá la paz, el día que dejemos este mundo.”

Y qué gran verdad. Porque se fue en paz, Contigo.

Se fue en paz y sin decir adiós. Aunque, para nosotros, hubiera sido mucho más difícil que lo hubiera hecho. Se fue dando las gracias, aunque las gracias se las demos nosotros a él todos los días. Porque se las seguimos dando. Se las seguimos dando, cada vez que nos postramos ante la Virgen, y al mirarla a los ojos, sabemos que está ahí, en esa mirada que tantas horas guardaba en su retina y en su corazón.

¡No sabes cuánto te echamos de menos! Has dejado un vacío tan grande que nada ni nadie lo puede llenar. Hay momentos, en los que estás por todas partes, de un lado a otro; a veces creo escucharte, o creo sentir que me hablas, o creo......Creo, que sigues aquí.

Y de una forma u otra, yo pienso que sí, que estás. Porque alguien que daba tanto amor y tanta alegría, que era bondadoso y humilde como nadie, no puede irse del todo. Tu esencia sigue entre nosotros: tú estás, siempre estarás.

Estás en cada letra de su Nombre, en el color y en el aroma de sus flores, estás entre las manos del Padre y en cada una de las notas de su Salve.

Eres el incienso que juega con su pelo, el broche que de azul corona su pecho, el manto que la abraza con desvelo y el beso que muere entre sus dedos.

Estás, Antonio, ¡siempre estás! Mientras San Julián la espera, ¡Tú ya no tienes que esperar más! Porque te fuiste con Ella, entregándolo todo, porque es en la tierra, donde todo se deja.

Y aunque aquí no podamos soportar la pena, y nos torture el recuerdo de tu ausencia, sabemos que la Virgen, con su Gracia, te otorgó el mejor regalo: El de un tercer domingo de octubre ¡Eternamente a su lado!

A mi querido Antonio Velasco. A mi Virgen del Rosario y a mis hermanos. A todos los que querían a Antonio.

María del Amor Rasero Zárraga

Foto: Juan Alberto García Acevedo.










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