Arte Sacro
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  • domingo, 5 de mayo de 2024
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Que poquito queda. Maniatado ante ti Señor. Alberto De Faria Serrano


 El escarnio suele ser mas hondo y vil en la madrugada. Es en las horas del desvelo cuando el ser humano que corrompe su equilibrio del sistema nervioso es más propenso a cometer la impureza de su condición. A Jesús ningún ensañamiento de los que es objeto le produce ningún dolor adicional que el que siente en su propio corazón por ser llamado a concluir su tarea en la tierra. De ahí que ni se tambalee cuando le hieren en la mejilla. Es el fruto de su enseñanza. Has de mostrar la otra sin contemplaciones. Nada como la sencillez de un gesto incomprendido que sacude todo el Sanedrín desvelado, lleno de rencor y animo muy cerca de la sed de venganza en el Salón de Anás. 

¿Cuántas noches de duermevela son necesarias para acunar tantos sentimientos crueles y tantos desvaríos? No sabría decirlo con certeza: pero a este lado de la comprensión mutua a la que debemos aspirar, optamos por la de cinco noches con sus cinco vigilias de reconciliación. Ojala sea posible. Todos los años le honramos y le tenemos permanentemente atado a nuestro cíngulo devocional cotidiano. Cautivos ante su mirada fija en el horizonte, sin descomponer el gesto, sin vacilar una pizca ante el oprobio de la mano o la vara de medir de Malco. Presos de su nobleza y de su divina dignidad. Comparecemos al ritual de la consideración de su misterio como preparación personal durante la Cuaresma. No podemos quedarnos huecos en el acto y asistir por el simple deseo de guardar las formas y que nos vean  los hermanos. Es la semana propicia para mirarle de una vez por todas y de verdad a sus ojos y examinar nuestra conciencia ante Él. 

El primer día el Reverendo Padre José Manuel De la Mula nos sugería una solución de priostía para besamanos venideros que al menos deberíamos contemplarla desde la óptica de la curiosidad o  de lo soñado o de lo imposible: pero sirve de mucho para meditar en estos días. Se trataba de situar a Malco al lado del Señor y enfrente la silla vacía de Anas para que nada más llegar nos sentáramos y pusiéramos a prueba nuestra resistencia a la penetrante y piadosa mirada de Nuestro Cautivo. Si somos capaces de sostenerle la mirada podríamos bajar a dar el beso. Si no, acrecentaríamos la fuerza del brazo del esbirro. No hay otra disyuntiva. No podemos salirnos por la tangente. Estamos maniatados ante Él.

Porque sostenerle la mirada a Él es la prueba definitiva para sostenérsela al hermano y no cargar la brutalidad y la sin razón de nuestra mano o de nuestro desprecio. “Si he obrado mal ¿por qué me hieres?”. Por eso, tendríamos que vestir la pureza de la túnica, más limpios y blancos que ella. Que al salir al vestíbulo del Templo  retemos al dulzor atardecer del Martes Santo con el ascua de luz pura e inmaculada de nuestro arrepentimiento sincero y de nuestro  leal compromiso. E inundemos Cardenal Spinola de la llama tiniebla de nuestra fe. Esa misma que nos conducirá a la noche clara y triunfal de la Gavidia. Que poquito queda.

Foto: J. A. de la Bandera










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