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Homilía del cardenal Amigo en la dedicación del Templo Colegial del Salvador


En tiempos del rey Josías, al realizar unas obras en el Templo, descubrieron el libro de la Ley (2Re, 22, 8). La alegría del pueblo fue grande, pues habían encontrado la Palabra de Dios, que era lámpara para sus pasos y luz en su sendero (Sal 118, 105).

Todo es armonía y belleza en este templo. Y en cimiento consolidado y firme después de una amplia y cuidada restauración. Obra tan grande y admirable nos parece aún poco, cuando es la honra de Dios la que se busca en una casa dedicada al Divino Salvador Jesucristo, que es Señor del templo y templo mismo de Dios.

Pues todo, en esta Iglesia Colegial, de Dios nos tiene que hablar. Tendremos que aprender en los signos que se nos muestran en esta sagrada liturgia de la dedicación del templo. Lo presente e inmediato ha de llevar a la eternidad sin límite de tiempo. El reflejo de luz tan bella, a la fuente de la luz que es el mismo Cristo. La huella de fe que aquí han dejado generaciones pasadas, hará ver la presencia del Divino Caminante, que va guiando nuestros días mientras avanzamos entre las dificultades que ponemos los hombres y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga (LG 8).

Lo que aquí podemos contemplar, tan hermoso y bien hecho, no es más que el perfil de esa incomparable imagen de Cristo, que es la belleza completa. Las piedras y la arquitectura, todo maravillosamente dispuesto, es como la voz que nos habla de Aquel que es la Piedra Angular que todo lo sustenta, la Palabra y la sabiduría de Dios. Porque la piedra es voz y el Evangelio la Palabra.

Lo que ahora contemplan los sentidos, en tanta belleza y unidad, es voz del Espíritu que se va haciendo oír en cada uno de los signos que apreciamos en esta solemne liturgia, en la que la grandiosidad de pilares, bóvedas y retablos conduce a la humildad del Sagrario, donde adoramos a Cristo que está presente en el pan cotidiano de la Eucaristía. La diversidad de adornos y paramentos encuentra su unidad en Cristo, pues "todo fue creado por él y para él. Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia" (Col. 1, 16-17).

Lo sensible y material nos va conduciendo a la gracia y bondad de Dios que todo lo trasciende y santifica. Cristo es la clave que remata y sustenta, atrio que indica la puerta de la Iglesia, altar para el sacrificio, agua que purifica, oración sublime, pan de vida, luz del mundo, la Palabra de Dios que quiso vivir a nuestro lado para darnos ejemplo y vida.

Este templo renovado nos habla de Dios y en él se aprende a hablar con Dios. Estos  retablos son como libro abierto en el que leemos los capítulos de la historia de la salvación. Estas imágenes son figura que eleva al encuentro del Señor y de su bendita Madre la Santísima Virgen María. Nada de lo que hay aquí nos deja insensibles, porque la belleza es luz que nos hace ver a Dios.

Nuevo es este templo, aunque sobre piedras antiguas fuera construido. Porque nueva es la Ley: si antes se dijera dar ojo por ojo y diente por diente, ahora se tendrá que poner la otra mejilla y perdonar la ofensa. Nuevo es el sacrificio, pues es el mismo Cristo, quien siendo el Sumo sacerdote, se ofrece como víctima. Nuevo mandamiento, amaos unos a otros como yo os he amado, que en esto se va a conocer que sois mis discípulos. Nuevo es el hombre, pues ha renacido con Cristo en su resurrección gloriosa. La liturgia de la dedicación del templo nos ha introducido en la profundidad insondable del misterio.

Este templo, por tanto, ha de ser: Santuario de la presencia de Dios. Ámbito donde se escuche y medite la Palabra santa. Altar para celebrar la eucaristía. Casa para la oración y lugar de encuentro de la comunidad cristiana. Sagrario para la oración y la acción de gracias. Atrio y puerta hacia ese inmenso templo que es la creación entera y en el hay que dar testimonio de lo que en esta Iglesia colegial se ha visto y oído. Lo humano subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos (SC 2).

Todo se ha realizado en Cristo y para Cristo. Es el verdadero templo en el que todas las cosas tienen una significación distinta. Las piedras de este templo son piedras vivas, porque templo de Jesucristo es la Iglesia que está formada por estas piedras que somos cada uno de aquellos que ha recibido por el bautismo esa vida del Espíritu Santo. Son hijos de Dios, redimidos  con la sangre de Cristo, llenos de la gracia del Espíritu Santo. "Cual piedras vivas, pues, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1 Pe 2, 4-9).

Y que todo sirva a la caridad. El que quiera amar a Dios, que sirva a su hermano. La caridad es generosidad que mata el egoísmo y hace el silencio de uno mismo a fin de que se pueda escuchar a Dios en el grito doliente de los más desvalidos. Mano extendida que se acerca al desvalido y siente en sus heridas las llagas del hijo de Dios. Vacío interior para salir de uno mismo y poder gustar la suavidad y lo llevadero de la cruz que es camino hacia Dios. Gratitud que hace percibir la fragancia de la presencia de Dios en todas las cosas.

Queremos que esta Iglesia Colegial del Divino Salvador sea también espacio que, en alguna forma, ayude a la reconciliación entre la fe y la cultura. Por eso, aquí tendrán su lugar diversas actividades culturales, no solo que no desdigan la propia naturaleza del templo, sino que avalen todavía más, si ello puede caber, su incuestionable esencialidad de lugar de oración, sacramentos, culto y Eucaristía.

Fe y cultura son realidades tan distintas como inseparables. La fe es adhesión y firmeza a la verdad que el mismo Dios ha manifestado. El hombre recibe esa revelación y la vive y expresa en su modo más peculiar de ser. Habla de Dios, pero con su propia lengua humana. Con sus signos y sus gestos, con su cultura. El Evangelio se encarna en la vida del hombre y esa misma vida se transforma, sin dejar de tener sus propias señas de identidad.

La fe ni anula ni prescinde de la cultura. Pero llega a ella como levadura que hace esponjar la masa y le pone un sabor completamente nuevo: el del pan de la fe. Los cristianos ofrecemos lo que tenemos y en nuestra casa todos tienen cabida. Ahora bien, que el visitante respete nuestra propia identidad de creyentes y nuestra manera de hacer memoria y actualidad de las verdades en las que creemos.

Hubo un hombre llamado por Dios que se llamaba Juan, Juan Garrido Mesa. Dios lo puso en nuestro camino, no solo para llevar a cabo un difícil proyecto de restauración de un templo, sino para darnos ejemplo de una entrega fiel a su Iglesia diocesana y de una generosidad sin límites. Pero, sobre todo, fue un hombre de Dios, que buscaba a su Señor en todas las cosas en las que se encuentra la actividad de los hombres. Su memoria, llena de admiración y de gratitud, permanecerá imborrable entre nosotros.

En la restauración de este templo pusieron su inteligencia y su buen oficio el arquitecto, Don Fernando Mendoza Castell y sus colaboradores. La Empresa Construcciones Bellido y sus técnicos y trabajadores. Don Joaquín Moeckel Gil, que fue abanderado en el empeño de "Todos con El Salvador" y llevó la iniciativa de una participación ejemplar. Nuestro más sentido reconocimiento a todos ellos.

Gratitud a las administraciones públicas, tanto nacional como autonómica y municipal. A las Hermandades y Cofradías y a tantas y tantas instituciones privadas, sin cuya colaboración no hubiera sido posible ver hoy esta espléndida restauración. Que Dios les bendiga y se lo pague a todos.

Alabemos a Dios en su santuario. Y lo hacemos ayudados por María, Madre del Divino Salvador: "Jesús es la luz, María el candelero; Jesús es el maná, María la urna que lo contiene; Jesús es el incienso, María el altar de oro que los sustenta; Jesús el carbón incandescente, María el incensario donde arde; Jesús es el pan de vida, María la mesa en la que nos sirve; Jesús es el Dios adorable, María el Santo de los Santos donde recibe nuestras adoraciones" (Chevriére)

Ningún templo más santo que el vientre purísimo de la Bienaventurada Virgen María. Allí puso su casa el hijo de Dios y la mujer se convirtió en Madre de nuestro Señor.

Con las piedras vivas se construye el templo que es Cristo. Con el trabajo de cada día hemos conseguido el pan que necesitamos. Y con la acción del Espíritu el pan se hace Eucaristía. 

Solamente nos queda por hacer una súplica a Dios Padre: que habitemos en tus atrios todos los días de nuestra vida y después poder entrar en el templo santo de la eternidad. Y que todo sea en alabanza de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de la bienaventurada Virgen María Madre del Divino Salvador. Amén.

Foto: Francisco Santiago.

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