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Calles que hablan: Santa Clara. Poesía, espadañas y líos de familia. Álvaro Pastor Torres.


 Reyes libertinos e infantes incestuosos. Poetas árabes que cantaban al borde de una alberca y oficiales del arte de la seda. Heroinómanos con mono –drogaítos le llaman algunas vecinas de los corrales de vecindad que aún quedan en pie- y tenientes generales con mando en plaza. Maestros sabios con retranca y confiteros de albo mandil. Monjas enanas en la cocina de Santa Clara y bronces de reyes felones que nadie quiso en sus calles. Tatas en pos de un niño que soñaba con ser como Bécquer y hombres que por su impiedad se convirtieron en piedra (o porque el maestro alarife no encontró un bloque esquinero más a propósito). Viudas dignas y personajes de los Quintero. Abadesas rigurosas y curas relajados. A lo largo de mi rectilíneo trazado he visto casi de todo y de nada me asusto ya a estas alturas de mi historia.

Si casa –y calle- con dos “puertas” mala es de guardar, el destino y un convento de clausura que tapona mi lado norte quiso que yo solo tuviera una entrada, que se abre justo bajo la robusta torre de la parroquial de San Lorenzo mártir, cuya sombra se proyecta en los tibios atardeceres invernales más allá del cruce con Santa Ana para secreto deleite de un eterno observador de Sevilla como es Pedro Sánchez Limón.

Por simple prudencia no quise comprobar si fueron ciertos los amores del infante don Fadrique con su madrastra, la bella y joven doña Juana de Ponthieu, pero bueno, se non è vero, è ben trovato. En cambio sí escuché los gritos del justiciero y enloquecido don Pedro, primero cuando no encontró a doña María en los alrededores de la torre por culpa de un milagroso olivo que brotó en el escondite (otros más maledicentes hablaban de perejil por esas habladurías sobre la supuesta paternidad real del judío Pero Gil), y tiempo después cuando la vio en la cocina con el rostro desfigurado por el aceite hirviendo en que la cocinera acababa de freír unas rosquillos de viento. Tragedia donde antes solo hubo tranquilidad en esas quintas de recreo intramuros mandadas levantar por los árabes más ricos de Isbiliya para pasar los largos veranos y rezar varias veces al día con la mirada puesta en el alminar de la mezquita mayor.

Más incestos no hubo, pero dispensas matrimoniales he conocido todas las del mundo, como la del gran Nicolás Bucarelli y Ursúa, capitán general de los ejércitos españoles, que se casó con su sobrina carnal Juana Antonia, hija de su hermano mayor, cuando ella solo contaba 18 abriles y estaba llamada a ser la futura marquesa de Vallehermoso y condesa de Gerena. Los Bucarellis, florentinos que arribaron a Sevilla en el siglo XVI al calor del comercio con las Indias y emparentaron con lo mejorcito de la nobleza local, vivían en la acera de los impares, aunque hoy su casa se la conoce más por el taurino título de Santa Coloma. Y los marqueses de las Torres de la Pressa tenían su palacio casi en frente, en los pares, donde hoy está el convento de las Reparadoras, por lo que la primogénita de los Bucarelli y Ursúa (Constanza) se emparejó con su vecino y pariente Juan Bautista de Madariaga y Ramírez de Ursúa, heredero del marquesado. El resto de los hermanos de la novia acabaron en el ejército (Antonio, Francisco de Paula, Lorenzo, Luis y Cristóbal), la iglesia (Miguel, deán de la catedral de Sevilla) o el convento, como Micaela, que para no salir del barrio fue a parar a Santa Clara.

En la otra clausura de la calle, San Clemente -la primera que tuvo la ciudad a mediados del siglo XIII- también profesaron religiosas de ilustre pedigrí, entre ellas tres infantas de Castilla (una de ellas nieta de San Fernando) y la hija de Valdés Leal. Su compás, desfigurado bárbaramente “de cara al 92” fue morada de un matrimonio singular que inspiró a los hermanos Álvarez Quintero: Dolores y el polifacético Curro, demandadero del convento, guardia municipal a caballo, sereno, murguista de la Alameda y alguacilillo de la plaza de los toros. También vivió allí no hace mucho el bueno de Rafael, que dio asilo a un buen número de muchachos que soñaban con ser figuras de la tauromaquia y toreaban de salón entre logias renacentistas, macetas de pilistras y toques de espadaña.

Porque el sonido más habitual de mi calle fue precisamente ese, el recio bronce de las campanas llamando a maitines, vísperas o completas. Joaquín Romero Murube, otro hijo de este barrio que ha dado a Sevilla tan buenos poetas, cantó por seguidillas esa vida de las clausuras: “Quisiera ser monjita/ de Santa Clara./ Subir a la torre/ -cara tapada-/ y ver al río/ cómo abraza en sus ondas/ al cielo mío./ Quisiera ser monjita/ de San Clemente./ En el patio de mármol,/ cuatro cipreses./ La fuente llora,/ si está triste y callada/ madre priora.”

Desde la azotea de su casa natal otro poeta, Rafael Montesinos, oteaba horizontes infantiles mientras sus tatas Concha y Salvadora recogían la ropa a la hora de los últimos pregones, cuando el farolero encendía las lámparas de gas de una calle tranquila donde en apariencia nunca pasaba nada, de ahí que otra vez le tome la palabra a Romero Murube; “Algún día por esta calle/ de Santa Clara, en la paz/ de un atardecer de oro/ pasará un hombre perdido/ hacia un afán inconcreto”. Como escribió Montesinos para la placa que jamás colocaron en el número 41 de mi calle “no preguntéis su nombre, porque los nombres se olvidan”.

ILUSTRES VECINOS

Infante don Fadrique. Segundo hijo de San Fernando y Beatriz de Suabia. Tras la reconquista labró un palacio con torre fortificada que poco después se convirtió en clausura. Murió –hoy dirían en extrañas circunstancias- por orden de su hermano don Alfonso.

Doña María Coronel . Tras las ejecuciones de su padre y su marido por traidores al rey justiciero se refugió en el monasterio de Santa Clara donde tuvieron lugar las legendarias persecuciones reales que terminaron con su rostro desfigurado por el aceite hirviendo.

Don Enrique Sánchez Pedrote. Reconocido musicólogo y profesor universitario, muy querido por sus alumnos. De patria sanluqueña y asiento sevillano reunió las dos nacionalidades en que según algunos se divide el mundo.

Rafael Montesinos. Poeta de la estirpe de Bécquer, a cuyo estudio dedicó buena parte de su vida y obra. Nació el 30 de septiembre de 1920 en el nº 41 de la calle y allí vivió hasta los 10 años.

Manolo Domínguez. Escultor y orfebre, discípulo de Cayetano González. Durante más de treinta años tuvo su taller en el compás de Santa Clara.

Antonio María y Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa. Hijos de los marqueses de Vallehermoso y Gerena. Como “segundones” de casa noble fueron destinados al ejército. Antonio fue virrey de Nueva España, y en Ciudad de México se le recuerda con calle principal; lo mismo podemos decir de Francisco, pero en el Río de la Plata y Buenos Aires.

Ana de Zúñiga. Marquesa viuda del Valle de Oaxaca, última esposa de Hernán Cortés.

Nota: Artículo aparecido en la edición de El Mundo de Andalucía del día 23 de agosto.

Foto: Francisco Santiago.










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