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Puerta Osario. Cielos. Álvaro Pastor Torres


 Hace unos años –ni tantos para decir aquello de in illo tempore, ni tan pocos para despacharlos con un “ayer por la mañana”, pongamos ¿treinta y muchos años?- la pintura costumbrista sevillana no pasaba por su mejor época en las casas de empeño, covachas de anticuarios y subastas varias. Por entonces, algunos aficionados al coleccionismo con notable vista, pasión por lo local y sensibilidad artística –o con las tres cosas “a la misma vez” que diría el otroapostaron por la compra de lienzos o pequeñas tablas de Rodríguez de Guzmán, José Roldán, Andrés Cortés, Barrón, Cabral Bejarano hijo, Jiménez Aranda, el prolífico García Ramos o el peculiar conde de Aguiar, con vistas de Sevilla, paisajes rurales o escenas costumbristas donde no faltaban majas sugerentes bailando sevillanas boleras, toreros y santeros borrachines. Hoy, con los tiempos que corren y los vaivenes del pacto de Toledo, estos coleccionistas tienen un plan de pensiones colgado en las paredes de su casa que no lo mejora ni el banco que ofrezca más y mejores sandwicheras y sartenes.

En la pintura hispalense del último tercio decimonónico, y también de los primeros lustros del siglo XX, llama poderosamente la atención el tratamiento lumínico y colorista de un elemento principal y muy común en casi todas las obras: el cielo. Un firmamento intensamente azulino motejado de nubes desgreñadas y algodonosas que lo mismo rodean al Giraldillo, que campean sobre los toldos de la Avenida la mañana única del Corpus o sirven, nunca mejor dicho, de bóveda celeste a un paseo romántico y galante por las orillas del Guadalquivir. Un cielo límpido como el que disfrutamos estos días de otoño y que seguramente inspiró a Eugenio Noel para firmar la impagable dedicatoria que abre su libro sobre la Semana Santa: “A Sevilla, la de los incomparables atardeceres”.

Vale la pena dar un paseo a San Sebastián aunque sólo sea para ver en su museo de San Telmo el cielo irresistiblemente celeste que pintó Joaquín Domínguez Bécquer sobre el templete de la Cruz del Campo, la plaza de San Francisco al paso de la cofradía de Pasión o por encima del tejado que cubre la Grada 4 maestrante (perdón, Sol alto del 8, que no termino de acostumbrarme aún a la nueva nomenclatura).

Una pintura, la costumbrista, para descubrir (acaba de salir una monografía sobre los hermanos Rafael y Manuel García Hispaleto) o disfrutar (en Alcalá de Guadaira se exponen dibujos de Sánchez Perrier, que no era un empleado distinguido de la Seguridad Social con calle en Sevilla sino un extraordinario paisajista que hasta triunfó en París).

Publicado en El Mundo de Andalucía, Edición Sevilla, el Sábado 2-X-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.










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