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Jueves Santo: Gat Shmanim. Irene Gallardo


Santiago en su protoevangelio, deja para la historia, una sucesión de lugares, en los que Cristo pasó sus últimas horas, las más largas de su corta existencia.

Más de dos mil años después, todos los rincones le recuerdan. 

Cada piedra de la posada esenia, donde celebró la Ultima Cena con los suyos y donde dicen reposan los restos del mítico rey David, la fortaleza Antonia, donde sus benditas carnes fueron llagadas sin piedad, la piscina de Siloé, donde sus manos y el agua curaron al ciego que le seguía, las soberbias torres de Phasael, Hipico y Marian, parientes del despiadado Herodes el Grande.

La Basílica de la Agonía, junto a ocho centenarios olivos, levantada en el jardín de Getsemaní, modismo griego que procede del hebreo, gat shmanim, prensa de aceite, donde se conserva la piedra donde la historia cuenta que Jesús rezó al Padre temblando de miedo, sudando sangre, suplicando que pasase de él ese amargo cáliz, aterrorizado por lo que el destino le deparaba.

Todo recuerda su holocausto cruel, su inocencia perseguida, la ausencia de justicia que envolvió todo su juicio, juicio que ni siquiera  existió y sentencia que jamás se dicto.

Todos los lugares le recuerdan y hablan de él, de sus milagros y de su doctrina, de su tristeza, de su muerte y de sus lágrimas, lágrimas que evoca la Capilla que celosamente guardan los franciscanos y que tras su altar abre una ventana a la ciudad vieja, llamada “Dominus Flevit”:  el Señor lloró.

Así lo narra San Lucas en su evangelio: "al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella".

Todo recuerda a Cristo en esa tierra que él santificó con su existencia, esa Jerusalén nombrada en hebreo antiguo como Shalom Yeru, “casa de la paz”, tierra de David, de Salomón y de Moisés, ambición de Pompeyo, obsesión de Tito y sueño de  Adriano y su  “Aelia Capitolina”.

Y en la otra Jerusalén, la de occidente, ésta Híspalis que por gracia de Dios tiene su cuna “asentada en puntales de madera”, como transcribió San Isidoro, recuerda a Cristo en cada plaza, en cada esquina, en cada azulejo, en cada casa.

Y le recuerda en la Ultima Cena saliendo al encuentro del sol de mediodía allá por San Pedro.

Y le recuerda flagelado doblando Arfe y buscando la esquina de Laraña.

Y le recuerda  llorando lágrimas de cristal en la ventana de San Esteban.    

Y le recuerda ajusticiado en la calle Ancha de la Feria, vilipendiado en San Lorenzo y sentenciado en el Arco.

Y le recuerda entregado y humillado en Santiago y en Orfila, bajo la frondosidad verdosa de los olivos del huerto.

Y le recuerda angustiado, triste y terriblemente sólo, sobre la naos de oro que se mece acompasada, bajo la sombra de un viejo acebuche por la Correduría, empapando con su sangre bendita las calles de su barrio, con las manos abierta buscando una respuesta.

Con la mirada ausente, anhelando los sueños de niño adolescente, entre aserrín y formón, entre lumbres  y pucheros.

 

Abre Señor esas manos que tantas angustias guardan,

deja que te enjugue el rostro con los jirones del alma

que las gotas de tu sangre como cuentas de Rosario

van señalando el camino que te devuelve a tu casa.

 

La ciudad sale a tu encuentro en un Jueves de Sagrarios

con blonda negra tocada y asiendo fuerte un Rosario.

Antes que la luna herrera destrone a la luz del día

la calle Feria te sigue como de tiempo te hacía.

 

Señor de manos abiertas

Bendícenos con tu ojos que

a los cielos clavas altos,

levanta de tus rodillas

que está esperando tu gente

esa zancada valiente

por las calles de Sevilla.

 

Señor de manos abiertas

Cuando la tarde es historia y

en papel sepia se escribe,

el Jueves Santo reclina

su talle en la calle Feria,

y en los postigos del tiempo

acunando el dulce encuentro

se derrama ante tu rostro

Señor Orando en el Huerto

 

Señor de manos abiertas,

devoción de barrio antiguo,

de candinga, de mercado,

de corrales de vecinos

y de añejos comerciantes.

Señor de la calle Feria

y Sangre del Jueves Santo,

penas, angustias, quebrantos,

miedo, dolor y pasión

Señor Orando en el Huerto,

mi Señor de Monte-Sión.

 

Irene Gallardo Flores

Directora de Sacra Hispalis

 Foto: Fco Javier Montiel










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