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Las hermandades de Sevilla en el Siglo XVIII: Olavide y las cofradías. Reyes Pro Jiménez


Pablo de Olavide fue nombrado Asistente (cargo similar al actual Alcalde) de la ciudad de Sevilla en 1767, y como tal emprendió reformas para modernizar la Ciudad, en muy diversas áreas, pues su cargo de Asistente le daba amplios poderes, lo que unido a su carácter personal hiperactivo y sus múltiples aficiones posibilitó que su actuación llegase a asuntos tan diversos como la enseñanza, el teatro… o incluso la regulación de los baños en el rio Guadalquivir o la vestimenta de los caballeros Veinticuatro (cargo de tradición medieval similar a los Concejales), pues ordenó que vistieran en color oscuro.

 

Caballeros Veinticuatro. Fragmento de “Mapa del orden del Corpus”, siglo XVIII. Reproducido por la Comisaría de la Ciudad de Sevilla para la EXPO 92

Todas sus actuaciones de reforma (no de revolución, como veremos) estaban dentro de la mentalidad ilustrada de su época y muchas de ellas eran aplicación de las normas y objetivos de gobierno del poder central, que se movía por un afán reglamentario y centralizador, típico de la Ilustración dieciochesca.

Un ejemplo de ello son las reformas sobre el urbanismo de  Sevilla, que aún mantenía el trazado urbano de ciudad medieval, pues no existió un concepto de nuevo urbanismo en zonas amplias ni siquiera como proyecto, ya que la regularidad, la amplitud… sólo llegarían con la  mentalidad ilustrada ya en pleno siglo XVIII.

Aunque ya se habían iniciado reformas con estos objetivos en los años anteriores inmediatos a su llegada a Sevilla, estas culminan en la época de Olavide con la transformación de las zonas de la antigua Alcaicería de la Seda y de la Laguna del Arenal, la plantación de arboledas en las orillas del rio Guadalquivir, las pavimentaciones de calles, etc. No obstante el conjunto general del trazado urbano de Sevilla seguiría siendo esencialmente medieval y renacentista, y así llegaría hasta el siglo XIX y a los comienzos del XX. 

Calle Castelar, antiguamente llamada Molviedro. En el plano de 1771, en una fotografía de fines del siglo XIX y en la actualidad (Google) 

Otro ejemplo de la aplicación por Olavide de la normas del poder central dentro de la mentalidad ilustrada del XVIII fue la reorganización administrativa de Sevilla de 1769 basada en cuarteles, y dentro de ellos en barrios, divididos a su vez en manzanas;  en Sevilla se delimitaron cinco cuarteles, cuatro en el interior de las murallas y otro correspondiente a Triana. Así se sustituyó la heterogénea forma medieval de parroquias y collaciones, de límites y nomenclatura imprecisos. Se rotularon calles, manzanas y edificios principales y se numeraron las casas, mediante las placas cerámicas conocidas hoy como “azulejos de Olavide”.

Algunos “azulejos de Olavide” y fragmento del plano de Sevilla de 1771

Respondiendo también a ideas ilustradas y a necesidades de gobierno (principalmente de organización administrativa y de intervenciones sobre la trama urbana), Olavide dispuso que se dibujara el primer plano de Sevilla, el primero de la totalidad de su conjunto urbano (aunque Triana y barrios extramuros no se dibujasen completos) y realizado con criterios geométricos dentro de un objetivo de representación exacta de la Ciudad. El plano sería diseñado por Francisco Manuel Coelho y dibujado por José Braulio Amat, siendo editado en 1771, hace 250 años. Hasta ese momento Sevilla no había tenido un plano “moderno”.

 

Plano de Sevilla de Olavide, 1771

Otro ejemplo de aplicación de normas dentro de la mentalidad ilustrada fueron las disposiciones de Olavide o del Consejo de Castilla (el gobierno central) que afectaron a las hermandades.

En ello es importante el contexto de las relaciones de Olavide con varios grupos sociales de la Sevilla de su época, relaciones que no siempre fueron fáciles. Tuvo gran colaboración de algunos nobles y burgueses ilustrados e incluso mantuvo una buena relación con el Arzobispo, Cardenal Francisco de Solís Folch y Cardona, pero chocó con muchos intereses sociales y económicos; sobre todo con los intereses de los que veían peligrar sus ventajas tradicionales, como los gremios.  También por esta causa tendría en contra a  diversos miembros de los estamentos más privilegiados: varios nobles, algunos ricos comerciantes y  los eclesiásticos más tradicionales.

 

Grabado de Pedro Tortolero. Procesión del Corpus Christi, 1738.
(Biblioteca Virtual de Andalucía)

Todo ello a pesar de algo muy importante: los ilustrados españoles no fueron revolucionarios, fueron reformadores como ya señaló el gran historiador Domínguez Ortiz.

No obstante la historiografía presentó en el pasado a los ilustrados como ateos, personas contrarias a la Religión, a la Iglesia. Nada más lejos de la realidad,  nada más lejos del carácter piadoso de Carlos III, o de la preocupación de Olavide por los pobres, por poner sólo dos ejemplos. Los ilustrados, incluyendo a los eclesiásticos ilustrados, lucharían ante todo contra la superstición, los errores y la ignorancia, no contra la religión.

Pero Olavide fue impopular en Sevilla y a ello contribuyó en gran medida que no supo manejar con acierto sus relaciones con las hermandades, quizás porque no llegase a comprender el arraigo que las mismas tenían en la sociedad sevillana, pues eran uno de los elementos de articulación social de la ciudad. Y eran también un elemento de importancia económica, por las rentas de muchas de ellas y porque los gremios aún pesaban mucho en la ciudad e incluso en las hermandades. La intención de Olavide fue modernizar sus manifestaciones bajo criterios ilustrados, aplicando además la normativa del poder central.

En Madrid Olavide había sido el encargado de gestionar el Hospicio para recoger a los pobres. Tras su llegada a Sevilla quiso hacer lo mismo y fundar uno, para ello pretendió usar las propiedades y rentas de hermandades que no tenían actividad ni celebraban cultos, las que estaban extinguidas, pero ante ello encontró una tremenda oposición.

Para la reforma de las hermandades y cofradías, que pretendía el Consejo de Castilla, se confeccionaron en el año 1771 los Estados Generales, especie de censo con los datos de dichas hermandades, en el que se incluye un informe de Olavide.

Según este informe al Consejo de Castilla, Olavide consideraba que sólo deberían existir hermandades que hicieran obras de Caridad y las que mantuvieran culto al Santísimo: “… sólo deberán subsistir aquellas…(hermandades que)…se empleen en la asistencia a hospitales o cárceles y en el recogimiento de los pobres. También son dignas de recomendación…(las del)…Santísimo Sacramento y Animas benditas que mantienen el culto divino y la decencia de los templos, que sin ellas decaerían…”.

Pliego de pleitos, Hermandad sacramental de la Parroquia de la Magdalena, siglo XVIII

En el reino de Sevilla ( actuales provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz, la zona de Antequera, y algunos municipios de la provincia  de Badajoz ) existían cerca de novecientas hermandades, cofradías y corporaciones (sin contar las devociones de retablos o ermitas), de las que solo algunas, ni el uno por ciento, tenían autorización del Rey. Ante esta situación el Asistente Olavide tuvo la pretensión de hacer cumplir la normativa de Carlos III y legalizar las cofradías mediante su autorización por el Consejo de Castilla.

La mentalidad ilustrada tampoco veía con buenos ojos otros puntos contra los que se dirigieron las disposiciones de Olavide: el anonimato de los nazarenos mediante el capirote y las estaciones de penitencia por la noche; hay que tener en cuenta la oscuridad reinante en las ciudades que no contaban con alumbrado, excepto algunos pocos faroles de retablos o de las casas más principales. Sevilla no era una excepción, estaba muy mal iluminada y ello facilitaba los actos delictivos.

Pero sobre todo repugnaba a la mencionada mentalidad la existencia de los flagelantes y empalados, los hermanos de sangre. Incluso la jerarquía eclesiástica, como el  Arzobispo Francisco de Solís Folch y Cardona, estaba en contra de ello, sobre todo por los abusos que se daban. Este tema de los flagelantes fue desde antiguo ocasión de escándalos, existían flagelantes alquilados e incluso algunos que usaban su participación en las cofradías para galanteos y demostración de supuesta hombría. Ante ello ya desde el XVII algunas hermandades habían reformado sus reglas prohibiendo estas penitencias e incluso cambiando su carácter a corporación “de gloria”.

 

Goya, Disciplinantes, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.  

 

Jimenez Aranda, Penitentes en Asis, Museo del Prado

Las reformas sobre las cofradías siguieron en todo el Reino después de Olavide: a poco de su marcha de Sevilla por fin se prohibieron disciplinantes y empalados en el año 1777, ya no habría “hermanos de sangre” en las cofradías, sólo “hermanos de luz”. También se prohibieron las cofradías de noche, aunque esto no se consiguió del todo. No volverían a verse disciplinantes por las calles, al contrario que las cofradías de noche o los capirotes que si se verían primero en el Silencio y el Gran Poder (salieron ya en la misma madrugada de 1777), después en las demás, contando con el permiso del Arzobispado y el Ayuntamiento, a fines del XVIII y comienzos del XIX ya todas podían usar capirotes, y las horas nocturnas si era su deseo.

 

Real cédula de 1777 prohibiendo los disciplinantes y otros “espectáculos”

Todos lo que hemos repasado rápidamente, todo lo que Olavide hizo o pretendió hacer respecto a las hermandades, le acarreó impopularidad en la Ciudad, en la que se había ganado la animadversión de los más privilegiados por sus disposiciones sobre economía e impuestos municipales.

Así, todo lo anterior y el propio carácter expeditivo de Olavide contribuyó a la destitución de sus cargos e incluso a su procesamiento por la Inquisición, organismo ya en decadencia pero aún útil como instrumento para su caída.

Fue depuesto de sus cargos en 1776, comenzando un periodo de su vida marcado por el destierro, el encierro, la huida a Francia, su encarcelamiento por los exaltados de la Revolución francesa, una nueva huida, etc. Aunque al cabo de los años, y tras redactar el Evangelio en Triunfo (una apología de la Religión pero que contenía también su ideario político reformador e ilustrado), Carlos IV lo admitiese de nuevo en los reinos españoles y le concediese una pensión, Olavide no quiso ningún cargo y murió en 1803 retirado en Baeza.

 

Dedicado a Paco y Gumer, amigos míos… y de Olavide










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