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Grandeza del Rocío. Carlos Colón. Diario de Sevilla


La grandeza del Rocío, digámoslo este luminoso domingo de Pentecostés, es su capacidad para estar por encima de las contingencias políticas (o por debajo de ellas, si se toma en un sentido de subsuelo cultural, raíz profundamente hundida, cimiento) sin ignorar la realidad ni sustraerse a los cambios o tensiones culturales y sociales. Por eso es una fiesta viva, y no una tradición muerta. Por eso, también, es una fiesta tradicional con hondas raíces culturales y religiosas, y no una manifestación cualquiera zarandeada por los cambios hasta dejar de ser ella misma. No es que el Rocío esté sustraído del presente ni de sus tensiones, sino que es capaz de integrarlos sin por ello verse comprometido en sus fundamentos religiosos, culturales o festivos. Esta capacidad de integración es lo que le ha permitido cambiar sin dejar de ser él a la vez que seguir siendo él sin tener que mutilar las plurales, cambiantes y a veces contradictorias realidades que lo hacen. La Semana Santa no ha tenido esa suerte, y ha conocido dramáticos episodios que generaron actitudes destructivas o excluyentes.

Este año se cumplen 70 del golpe de Estado del 18 de julio y del inicio de la guerra civil. También de la publicación en el Ahora de Madrid de una serie de artículos que Manuel Chaves Nogales –el más grande periodista sevillano– dedicó a la romería del Rocío entre los días 7 y 11 de junio de 1936. Ya que estamos en tiempos de recuperación de la memoria histórica, recuperemos también la memoria de la grandeza de aquel Rocío. Podría pensarse que, a un mes del 18 de julio, el de 1936 fue un Rocío conflictivo, motivo de enfrentamientos entre quienes, por republicanos, eran "necesariamente" contrarios a las fiestas populares religiosas y por ello enemigos del Rocío; y rocieros que, por serlo, eran "necesariamente" castizos, beatos, reaccionarios y clericales. Con sus crónicas Chaves Nogales mostró –forma periodística de demostrar– que no era así.

"En este día, vísperas de Pentecostés, por trece rutas distintas de la Andalucía baja avanzan lentamente, al paso moroso de las yuntas de bueyes que tiran de las carretas, trece caravanas de gentes pintorescas –señoritos pintureros, chalanes, viejas devotas, mozas alegres, gitanos, braceros, ricachones– que durante una semana van por los pueblos y las aldeas proclamando con sus simpecados en alto nada menos que el Dogma de la Inmaculada. Al paso de estas pintorescas caravanas (...) se pacta tácitamente en los pueblos del itinerario una tregua de paz. Dando de lado a las luchas políticas y sociales, olvidando por un momento la honda división que hoy separa a unos españoles de otros, la gente de los pueblos, toda la gente, los bolcheviques como los cavernícolas, acuden complacidos al paso de los romeros para verlos desfilar... Hay un grito unánime: ¡Viva la Blanca Paloma!". Esta es, hace 70 años y hoy, la grandeza del Rocío.

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