La Sevilla de Dios. El Dios de Sevilla. Rafael Díaz Alfonso

El rotundo fracaso de Dios se impregnó en la cal de las paredes de la Sevilla de los tiempos.

La madera tomó la forma de Dios y los tiempos de esa Sevilla hicieron de esa forma, su forma de vida.

Lo amó y lo ama. Le rezó y le reza. Le imploró y le sigue implorando. Le sigue implorando en la agriedad de la vida de San vicente.

La agriedad de los tiempos que le dan solera y no consiguen pudrir el aire que Dios respira en Sevilla.

Le sigue amando tras los barrotes de hierro de la ventana en la que Don Juan necesitaba a Doña Inés. Y la sevillanía de aquel tiempo sobrevive y sobrevuela los óleos del tiempo de la tranquilidad de la Plaza del Museo; tranquilidad que quiso Dios tener en el momento de expirar.

Y le sigue rezando en el respeto del aroma a Sevilla y a perfume de Dios que revolotea entre la tarde de San Lorenzo. Le sigue rezando al Gran Poder de todo lo habido y por haber. Al Gran Poder de una tierra que tiene que ser tan de Dios que quiso su casa en su plaza, en su paraíso, en su Calvario... en su cielo...en Sevilla.

Foto: Alberto García Acevedo