Arte Sacro
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Que poquito queda. Nuestro paño de Verónica. Alberto De Faría Serrano


 Ha llegado la primera gran cita del cofrade. No parece que fuera el primer y monótono día de la semana. Aquella letra de la pegadiza melodía rockera de las Bangles hoy carece de sentido. Este primer Lunes de Cuaresma lo único que tiene de maniático es que no es festivo y  que caramba ya podía haberse retranqueado la del día de Andalucía.

Está el cuerpo preparado para las emociones que no por archisabidas  dejarán de producirnos un impacto sugerente y atávico. Nos tocará la fibra desde muy temprana hora. Hay ritos que se cumplen tan exactos en la previa  como las implacables y dulces campanadas de la Giralda tomando el café de las cinco en la terraza del Hotel Doña Maria; la elección del terno de la corbata.  La caricia a la medalla. El escalofrío que se siente al fundirte con  el primer hermano que sale a tu encuentro. El vibrante alto en el camino respetuoso y el cosquilleo que te recorre todo el cuerpo al toparte con una Cruz de Guía de camino al centro.

Después con el nazareno del Valle dándole la luz romántica del templado ocaso sevillano, como proyectada a su medida y semejanza,  te perderás en la bulla para constatar que no solo  tienes sitio en ella si no que estas deseando meterte y participar. El canto del Perdona a tu pueblo Señor enmudecerá brevemente el frenético ritmo comercial de Tetuán. Durante el rezo de las estaciones incluso seguirá siendo el único momento que llegues a pisar el marmóreo suelo de la tierra prometida de la Matriarcal. O a la frialdad del regreso donde hay más recogimiento e intimismo si cabe  En todo momento, cada uno con su simbólico paño. Preparado para impregnarlo en nuestra alma. Hoy todos seremos un poco veronicos: tendremos cara a cara al Dulce Nazareno de la Asunción. Nos extenderá como al monaguillo de Isabel Sola su bendición. Y nos acariciará la sien tan paternalmente que podremos sentirnos orgullosos de ser cristiano y fieles a nuestros valores.

Al llegar a casa tarde, de madrugada y sin cenar como cualquier día de la Semana Mayor , una sonrisa de oreja a oreja dará sentido a la paz que rezumemos por todos nuestros poros. Y por bastante tiempo sentiremos el pálpito del Vero Icono de Jesús en nuestro interior. Lo recordaremos como el día que todos fuimos del Valle. De un Valle cuya banda sonora suena más pegadiza aun. Más cerca si cabe. Que poquito queda.










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