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Opinión. Altura de miras. Antonio Hiraldo Velasco.


No hay cruz sin resurrección. El recorrido de este «via crucis de Santa Catalina» nos ha llevado a la altura de miras, a valorar el patrimonio cultural, al grito del que pide socorro, a la confianza en hombres de buena voluntad. El pesimismo no es buen compañero de camino.

Ante todo, felicito al Diario ABC por esta iniciativa que ha llevado a sus lectores hacia la esperanza comprometida para la pronta «resurrección de Santa Catalina». Vaya mi gratitud a los que han puesto su pluma a favor de tan noble causa, extensiva al resto de los Medios de la Ciudad, prestos a los avatares de Santa Catalina.

Resulta lejano el inicio de este «via crucis», a finales de los años 80. Desde entonces han sido muchas las idas y venidas. En el año 1990 se emitió un informe sobre el daño ocasionado por las termitas. En 1991 se hizo un estudio geotécnico del suelo de la nave del Evangelio. En 1994 se restauró la cubierta de la Capilla Mayor. En 1995 se restauró la Capilla Sacramental. Fue en octubre de 2003 cuando las lluvias irrumpieron y sonó la alarma. El 26 de mayo de 2004 se diagnosticó la gravedad, cerrándose al culto. Casi cuatro años en lista de espera. Se hicieron estudios patológicos, se apuntalaron las cubiertas y, en varias ocasiones, pareció que sonaba la llamada para su intervención, pero quedó en un amago fugaz. ¿Cuándo llegará su hora? Es mucha Santa Catalina para que se pueda olvidar. No tendríamos perdón. ¿Cómo justificar más tiempo de espera para un monumento que forma parte de las entrañas de Sevilla?

«Santa Catalina» interesa a todos. Y es lógico. El sentido de la estética y de la trascendencia son elementos constitutivos del hombre de todo tiempo. Nadie es indiferente a su patrimonio cultural y religioso. La protección de estos valores es la medida de la altura de miras de una sociedad, de sus ciudadanos, de sus gobernantes y de sus entidades sociales, lejos de toda insolidaridad. Estos templos históricos forman parte de nuestras raíces e identidad, cumplen por si mismos una misión permanente. Su titularidad no es equiparable a la mera propiedad privada.

El patrimonio cultural forma parte del bien común, como la educación, la sanidad, las infraestructuras, las fiestas, el deporte, etc. En tiempos de pluralidad de ideas y de intereses no es fácil ver con lucidez y lograr síntesis acertadas. Hay quien no ve que el hecho religioso sea parte integrantes del bien común, dicen: ¡los templos, que los arregle la Iglesia! Muchos olvidan que son Iglesia y la reducen a su jerarquía. El obispo no es dueño sino administrador de los bienes eclesiásticos.

No está claro que las relaciones de la administración pública con los ciudadanos-creyentes deban entenderse en clave de insolidaria indiferencia. Los católicos también son ciudadanos-contribuyentes, sujetos de derechos culturales y religiosos. ¿Hasta qué punto sería lógico cargar sobre sus espaldas el coste de la restauración de los templos históricos? ¿Acaso dejan de ser contribuyentes por ser católicos? ¿Es lógico pedirles que sean doblemente contribuyentes? No obstante, no se encuentra razón para excluir la posible solidaridad de personas singulares y de entidades sociales, a la vista de las circunstancias y de las necesidades. Cada tiempo requiere instrumentos adecuados para la conservación del patrimonio. Por otro lado, es incalculable el gasto cotidiano de mantenimiento de los templos, año tras año. Aparte disgresiones, volvamos a Santa Catalina.

Mientras tanto, la pagina web de la Restauración, inaugurada por el Sr. Cardenal, ofrece información actualizada. Las cuestaciones públicas cumplen su función pedagógica, más allá del mero voluntarismo. Resulta evidente a una mirada lúcida. Muchas personas e instituciones han fijado su mirada en Santa Catalina. Los políticos han hecho manifestaciones públicas. El proyecto de restauración de las cubiertas espera su puesta en ejecución.

En este camino ha florecido la gratitud. Sí, gratitud a los que miran con buenos ojos a Santa Catalina. A todos nos duele, porque tenemos convicciones y sentimientos, porque nos duele Sevilla. Seguimos, sin desmayo, el camino hacia su restauración, a la espera de la orden de la autoridad competente para poner manos a la obra. Urge pasar del «réquiem» al «aleluia». Y en todo esto, de acuerdo con el refranero: «A Dios rogando y con el mazo dando».

Antonio Hiraldo Velasco

Párroco de Santa Catalina y San Román.










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