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Pregón del Cofrade (I). Antonio García Barbeito.


 Mientras escuchaba la banda de la Cruz Roja recordaba aquel día de hace más de veinte años en la iglesia de El Salvador, cuando organizaron entre Rafael Álvarez Colunga y el Lele (o sea, él) la primera Exaltación de la Saeta. El cante, para Naranjito de Triana, Manolito Mairena, José el de la Tomasa… La palabra, en manos –quiero decir, en voz- de dos Verbos de distinto son pero tan ricos, Alfredo Flores y Manolo Toro. Yo tenía que presentar a José, iba de ayuda en su primera saeta pública. Yo iba de mozoespadas de José, el hijo de Piesplomo y la señora Tomasa, y muerto de miedo entre aquellos dos pregoneros de lujo, sólo me atreví a contar una historia inventada en los dos minutos que me concedieron los organizadores. Dije que “una noche en la tribu, una muchacha guapa y en edad de amor, paseaba despreocupada por el aire indeciso de su libertad, y se le acercó una gitana vieja y le dijo: “Dame la mano, muchacha. La vieja y sabia gitana le miró la mano y le dijo: “Ahora estás soltera y sin novio. Pero tú vas a ser la madre de un rey del Cante. Ándate con pies de plomo. Y se anduvo. Y nació José el de la Tomasa.”

Sin necesidad de que ninguna gitana me lea la mano y me lo diga, sé que he de andarme con pies de plomo, porque Sevilla es mucha Sevilla. Y el Pregón del Cofrade, mucho pregón para tan poca experiencia como la mía. Sevilla conoce tan bien los intríngulis de sus pasiones que le basta oír para sentenciar. Se lo sabe todo. Sevilla, que vive rodeada de espejos, conoce todos sus perfiles, sus defectos y sus virtudes, y antes que los vean otros, ya ella se los ha visto en cuarenta y siete mil reojos en esos espejos. Por eso hay que andarse con pies de plomo. ¿Qué pregón le queda que organizar a Sevilla? Porque en Sevilla, tratándose de Semana Santa, es posible cualquier pregón, cualquier pregón encaja. Hay muchos: el padre de todos los pregones, el Pregón-pregón, el del Costalero, el pregón de la Semana Santa de cien sitios, ya sea en un convento o entre uniformes y estrellas, cuarenta exaltaciones que van desde la Saeta al Azahar… La Meditación ante las Cinco Llagas de Carretería, la charla de convivencia de las hermandades de la Madrugá… Y éste, el Pregón del Cofrade. Todos ellos pregones que no se apartan del tronco. Porque si nos ponemos a nombrar los pregones que nos venden vestidos de presentaciones, de inauguraciones, de lo que sea... ¿Muchos pregones? Muchos, sin duda, pero todavía son pocos, si nos ceñimos a la capacidad pregonera de Sevilla.

 Sevilla no se conforma con hacer las cosas, tiene que pregonarlas, y tanto como pregonarlas, necesita que se las pregonen. O sea, yo soy panadero y amaso el pan, y me lo como, pero necesito al lado uno que se tire media hora hablándome del pan…, pa yo morirme de gusto. La práctica del onanismo de la estética. Hay cofrades en Sevilla que disfrutan tanto con un pregón a una Virgen, que está usted, en julio, hablando con él de las excelencias del aceite y le habla de “virgen extra” y le dice que por qué no organizamos un pregón para la “virgen extra”. Pregones y exaltaciones, que vienen a ser lo mismo con otro nombre, aunque digan “Acto de presentación del cartel de la Hermandad tal”.

Tire por donde tire, pregón, aunque le convenzan diciéndole que es una reunión de amigos en la que “…vamos a ver unas diapositivas de la Semana Santa del año pasado…” Mentira. Llega usted, y antes de las diapositivas sale uno muy bien vestido, saca veinte folios y le suelta su pregón. De Madrid se dice que, todos los días, a partir de las ocho de la tarde, o das una conferencia o te la dan. Pues de la Semana Santa de Sevilla, lo mismo: en este tiempo, o estás dando un pregón o te lo están dando (claro ejemplo este acto). A este paso, ya falta menos para el Pregón de la Semana Santa de la Línea 1 del Metro, el Pregón de la Semana Santa del Carril bici y el Pregón de la Semana Santa según Ikea, que ese está muy claro porque tiene el calvario de la cola que se forma en la Cuesta de Castilleja, la casa-hermandad del aparcamiento, el via crucis señalado de las flechitas en el suelo de la tienda que te dicen por dónde discurre la calle de la Amargura de las cuarenta cosas que compras y después no sabes para lo que sirven, y la ventaja singular de que nosotros tenemos que montarlo todo en casa, priostes del bricolage.

¿Cuántos pregones?  Muchísimos. Y todos –eso dicen, aunque no sea mi caso- buscando el Atril con mayúscula, el del Domingo de Pasión. Lo demás es algo así como un obligado campamento hasta la jura de bandera. Dicen que todos los sevillanos tienen escrito su pregón de Semana Santa. El día que les dé por publicarlos, se acaba la tinta y el papel… y, en muchos casos, habrá que salir corriendo. Muchos pregones. Sevilla, ya puesta, si le dedica un pregón a los costaleros, ¿por qué no ha instituido ya el Pregón del Forastero que ni tiene idea de la Semana Santa ni le gusta, se casa con una sevillana y tiene que pasarse, entre quinarios, besamanos y procesiones, veinte días dando bandazos por Sevilla, el hombre? ¿No merece un pregón ese hombre? Y ya que celebra su pregón del Costalero, ¿por qué no el Pregón de los pies reventaítos de los que sin ser costaleros hemos ido cien veces al duelo de nuestros pies buscando cofradías? ¿Será por pies reventaítos? ¿Habrá en la Semana Santa pies reventaítos para escribirles un pregón con su agüita caliente y su sal? ¿Habrá pies reventaítos de callos viejos en zapatos nuevos, que esos sí que llevan la procesión por dentro, y viven una dolorosísima pasión penitente sin túnica, sin antifaz, sin cirio y sin cruz visible? ¡Si yo les contara cómo fue mi primera Semana Santa, cuando me vine con veinte paisanos más en el ferrobús de las 9, un Jueves Santo, para ver las de Madrugá, y me puse una chaquetita de entretiempo –la que tenía-, unos zapatos nuevos para que fueran domándose –ellos sí que domaron- y en el bolsillo cinco duros, y a eso de las doce le da por empezar a lloviznar, y yo sin poder volverme al pueblo…

¿Y el Pregón del que, de vuelta con su mujer de ver una cofradía, y tras andar desde el Porvenir al Charco la Pava con el niño dormido –y gordito- en brazos, cuando va a abrir el coche se acuerda de que las llaves las dejó sobre el mostrador de El Espigón? ¿Merecerá un pregón ese hombre, que como él hay cientos y cientos? ¿Y por qué no el Pregón de la Semana Santa del inmigrante, ese inmigrante que ya mismito, lo mismo que se viste de horrible Papá Noël en Navidad y de espantosa flamenca en días de Feria, cualquier Domingo de Ramos lo vemos vestido de nazareno vendiéndonos clínex porque se cree que vamos a llorar tras los pasos? Ese inmigrante recién llegado se viste de nazareno y, como anda cortito de credo, cuando vea a Pilatos junto a la palangana es capaz de ofrecerle un juego de tres pastillas de jabón y dos toallas. También tienen un pregón los inmigrantes. Pero éste de hoy es el Pregón del Cofrade. Y eso lo abarca todo. En este pregón caben todos los sevillanos. Lo que pasa es que el peligro está en que cada cofrade tiene un gusto distinto, y lo tiene porque ya lo ha probado todo de la Semana Santa y de los pregones de la Semana Santa, y anda que sabe poco…

Fotos: Francisco Santiago










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